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"La mano de Jehová vino sobre mí, y me llevó en el Espíritu de Jehová, y me puso en medio de un valle que estaba lleno de huesos. Y me hizo pasar cerca de ellos por todo en derredor; y he aquí que eran muchísimos sobre la faz del campo, y por cierto secos en gran manera."

Ezequiel 37.1-2

Aurora.

Se acercaba la Navidad. Una mañana de a mediados de diciembre la temperatura de la atmósfera ya estaba en menos de treinta grados, las luces led de colores inundaban toda la colonia y la gente no paraba con su ritmo de vida, había un ajetreo en todas partes.

Todos estábamos impacientes porque empezaran las vacaciones. Los exámenes finales nos abrumaron una semana hasta encontrarnos relajados frente a la plaza comercial comiendo un helado o viendo una película en el cine. Aunque ya eran vacaciones, Eder y yo no dejamos de pasar tiempo juntos. No nos bastaba las reuniones de jóvenes cada viernes, nos veíamos casi todos los días, y digo casi porque había veces en que uno de los miembros del grupito (Tania, Bruno, etc.), exigían la misma atención. Pero para ser sincera, no era la misma. Con Eder había una conexión que no cualquiera podía romper.

Estábamos sentados el uno frente al otro, como hacíamos cada día a la hora de comer. Esta vez, sin embargo, todo era distinto. Eder había entrado a trabajar desde que salimos de vacaciones, en una cafetería. Parecía tener muchos beneficios, pronto me di cuenta del porqué. La gerente, llamada Natalia, estaba coqueteándole, así que le había dado el permiso de dejar ir a almorzar o a comer con su mejor amiga (yo) todos los días.

Y bueno, me quedé impresionada cuando nos vimos en la plaza. Eder siempre se ponía muy guapo pero esta vez estaba guapísimo. Llevaba una playera blanca con camisa de cuadros roja, jeans negros y converse, su peinado no era el habitual; se lo había cortado y peinado como todo un hípster. Esta vez, para ser sincera, se veía menos gay. Cada día me sorprendía. Y cada vez que me sonreía me entraba nervios, tipo "algo revolotea dentro de mi estómago".

Di un trago al refresco y Eder me sonreía mientras esperábamos la pizza. Tenía la sensación de que quería decirme algo, pero no lo hizo.

— Y bien— se acomodó el cuello de su camisa.

— Y bien... — respondí.

Tendió la mano libre sobre mí.

— Me alegro tanto de que estés aquí...

— Eder, desde que entraste a trabajar he venido diario, ya sea traerte tu almuerzo o a comer contigo— le respondí confundida con su comentario—. Creo que tu siguiente conquista tendrá que superar este acto y muchos más. Le costará.

Eder rio.

— ¿Mi siguiente conquista?

— Si.

Le di arqueando las cejas y dándole un sorbo a mi refresco.

— Estoy pensando en dar una reunión en la iglesia para jóvenes de Navidad— comenté.

— Sería divertido

— Si, sobre todo porque estoy pensando invitar a los chicos de la universidad. A Bertha, Alex...

— Liam me cae bien.

Algo raro sonó en su último comentario.

— Ya, y tengo la sensación de que te vendría bien pasar tiempo con ellos.

— Amiga, tiene años que ellos no me hablan. Desde que comencé a congregarme no me pelan y me tachan de religioso, ni siquiera les impongo ir a la iglesia y no ando dando saltos en cada falla que tienen. Dejo que hagan su vida, no sé porque dicen eso de mi — me espetó.

Amar merece la pena [TRILOGÍA #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora