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"¡Cuán bueno y cuán agradable es

que los hermanos convivan en armonía!"

Salmos 133.1

Aurora.

Me siento atrapada en una de esas pesadillas que siempre tuve pero que jamás imaginé vivir. Cuando parecía avanzar, el mundo a mi alrededor me detenía con un acontecimiento más. Dios estaba tan cerca, pero yo dejé de oír su voz y parecía dentro de un sueño convertido en pesadilla. Sin embargo, esto no era un sueño, era un hecho real. En este momento, aunque mucho digan que no vale la pena, mi mundo se vino abajo cuando descubrí lo que Nazaret había hecho.

Mi corazón se partió en mil pedazos, y aunque parecía que los iba recogiendo de uno en uno, venía el recuerdo y volvían a caer al abismo de donde no he podido salir. ¿Qué me está pasando? ¿Por qué al final del día le sigo tomando tanta importancia?

En mi sueño, recordaba a Nazaret tomado de la mano de su chica, pero había algo diferente, él se reía de forma macabra y al volverse en sus ojos se posaba una maldad irreconocible y un semblante en su rostro muy fúnebre.

Desperté sobresaltada, jadeante, con los ojos llenos de lágrimas. La mañana me daba la bienvenida con su color naranja y unos leves rayos de sol que se colaban entre las cortinas del ventanal.

Una pesadilla. Me dije. Solo fue una pesadilla, y ya. Inhale y exhale aire y salte de la cama cuando mi respiración se estabilizo. Tomé el móvil y la fecha marcaba catorce de febrero. ¡puaj!

Me incorporo y me asomo un poco de la cama para correr las cortinas de la habitación. Y la luz del sol entra en todo su esplendor, despabilándome. Hoy es día de San Valentín, día del amor y la amistad; es el día que había estado temiendo durante meses.

Durante el frío mes de enero – podría decir que fue el más frío, literal. Hubo una semana de veinte grados y el aire helado que posaba de entre la ciudad, una atmósfera poco vivida en la ciudad de México – esta fecha ridícula había estado acechándome, preparada para salir huyendo.

Y ahora que por fin había llegado, resultaba peor de lo que temía. Casi podía sentirlo: el color rojo en todas partes, la música romántica, las parejas dándose un plus que no están acostumbrados a dar día con día, las tarjetas de regalo, etc.

Algo que no tenía ánimos para festejar.

Cuando me fui a lavarme los dientes, me sorprendió ver mi rostro manchado de negro por todas mis mejillas. El poco maquillaje del día anterior se estaba derramando sobre mi piel suave y lisa. Sin darme cuenta, estaba llorando por inercia durante toda la noche.

Con las prisas por salir de la casa para no intercambiar palabras con mis padres, me salté el desayuno y salí como rayo hacia mi auto. Para nada tenía paciencia y ánimos de fingir una vez más con mis padres que estaba contenta y que asegurar que todo iba a estar bien.

La desesperación no pareció disiparse cuando entré en el aparcamiento que se extendía delante de la universidad y descubrí a Eder junto a Bertha y los demás compañeros de clase. Él se aproximó cuando estacione el auto, y ahí estaba como siempre, esperándome solamente a mí.

Algo que no podía dejar de notar fue su cambio tan repentino de look. Su cabello estaba más corto y mejor peinado, sus playeras eran más varoniles y siempre portaba unos jeans entallados con sus converses blancos o negros, y si hacía frío, posaba una cazadora negra o de mezclilla; eso le resultaba sumamente muy atractivo. Y para ser sincera, me alegraba. Eder se estaba convirtiendo en el chico que debía ser, y sin presionarlo u obligándolo. Los compañeros del instituto no decían nada, pero su sola expresión los sorprendía. Hubo chicas que logre sorprender con sus comentarios sexistas de que Eder se veía mucho mejor de hombre que de gay... ¿qué clase de palabras negligentes son esas? Ya ni yo las pensaba. Total. Eder estaba transformando su vida mientras yo estaba hundida en un abismo de dolor y confusión.

Amar merece la pena [TRILOGÍA #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora