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"Por eso el hombre deja a su padre y madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser"

Génesis 2.24

Aurora.

No había mucha luz al aire libre, porque era uno de esos días soleados, pero donde las nubes hacían de las suyas. Temíamos que fuera a llover, ya que la boda se celebraba en el jardín de la enorme quinta que Eder había pagado con ayuda de nuestros amigos y familiares. Me sentía como si tuviera un reflector sobre mí. Cuando aparecí en el altar, tomada del brazo de mi padre y con el anillo de compromiso brillando en mi dedo anular, cuando notaba ojos ajenos y conocidos clavados en mi espalda descubierta con el vestido largo y blanco, mis piernas se encontraban temblando. No era de miedo, sino de nervios y emoción.

Cuando llegué al altar, con Eder frente a mí, me incliné para besarle la frente a mi padre antes de entregarme en manos de él.

A lo lejos, Oliver, quien también tocaba muy bien el piano se encontraba tocándolo mientras dábamos comienzo a la ceremonia.

Me tranquilicé un poco con el aroma de las rosas que envolvía el lugar. Todo había quedado hermoso. Las sillas estaban enfundadas en blanco con lazos florales y en cada esquina unos ramos de flores frondosas decoraban la fila. Había montones de cintas y guirnaldas en plata y oro.

Eder estaba de pie a mi lado, delante del arco rebosante de flores. Los ojos de Eder brillaban y sus mejillas estaban enrojecidas. Y entonces, cuando su mirada se encontró con la mía, sonrió de oreja a oreja con júbilo y emoción.

Antes de comenzar la ceremonia cantamos "You say" de Lauren Daigle. Todos los invitados se pusieron de pie y cantaban, con las manos alzadas. Eder y yo tomados de la mano entonábamos la canción, agradecidos. Esto había arrebasado mis expectativas, estaba muy conmovida pero también llena de alegría y emoción.

Al terminar, el pastor dio un sermón sobre el propósito del matrimonio y su importancia. Hicimos los votos tradicionales, tomados de la mano. En el momento que el pastor recito las últimas palabras, yo comencé a llorar. Eder también. Miré a sus ojos brillantes que reflejaban una expresión de triunfo y gozo y supe que yo también había ganado, porque estaría con la persona correcta por el resto de mi vida.

— Acepto — contesté ante la petición de votos que el pastor decía.

— Acepto— dijo Eder.

— Los declaro marido y mujer.

Eder me acarició el rostro con sus manos y me aproximo a él. Toco mi piel de una forma delicada, como se tocan los pétalos de rosa. Me besó con ternura, y yo olvidé a la gente de nuestro alrededor, recordando que éramos él y yo, que estaríamos juntos hasta por la eternidad. Para conocer a Cristo juntos.

Me colgué de Eder y las risitas a nuestro alrededor no se hicieron esperar. Nos apartamos y me miro con una fugaz sonrisa. La audiencia aplaudía a nuestro alrededor. Oliver cerró la ceremonia con la música en piano de "A thousand years" de Christina Perri. Al volvernos a la multitud de nuestros invitados, levantamos ambos los brazos victoriosos. El gentío estallo en un aplauso y gritos de felicidad. Los brazos de mi madre fueron los primeros en tocarme, seguido por mi padre y el padre de Eder. Tania estaba echa un mar de lágrimas. Y entonces, pasamos de mano en mano con toda la multitud. Sin embargo, Eder se aferraba a mí con su mano de forma preciosa. Pasamos por el caminito que iba directo al salón de fiestas, mientras todos aplaudían y tomaban fotos a nuestro lado.

La fiesta de recepción no se hizo esperar. Aguardaba en las mesas blancas decoradas de plata y oro los platos, vasos, todos los utensilios para la comida. Durante la fiesta, fue toda una celebración de risas, lágrimas y gritos de gozo. Capté sonrisas y lágrimas. Recuerdos. Recuerdos que me llevaría al corazón. En el baile, Eder acunó nuestras manos en su pecho y podía sentir el latido de su corazón. Nos movíamos según el ritmo de la música. Dábamos vuelta y la fotógrafa captaba el momento mágico de la ocasión.

Las luces del salón relumbraban nuestra salida cuando todo había terminado. Mi madre seguía emocionada, llorando a cantaros. Antes de irnos, mi madre y Tania me vistieron en el cuarto dentro de las oficinas del salón, poniéndome un vestido morado entallado, largo hasta la rodilla. Sentí alivio cuando me quitaron el chongo bien arreglado de mi cabello y lo hizo soltar, cayendo mis rizos sobre mi espalda.

—Te llamaré cuando llegué a los Cabos — le prometí a mi madre cuando la abracé para despedirme.

—Visítanos en navidad o en año nuevo. Ahora es turno de venir a visitar a tus viejos — comentó mi madre.

—Ya está todo listo. Eder está afuera esperándote en el auto — dijo Tania, interviniendo.

— Te quiero mucho, mamá —le susurré mientras descendíamos.

Eder ya estaba al pie de la salida, fuera del auto con las puertas delanteras abiertas. Su rostro no dejaba de estar iluminada por esa gran amplia sonrisa. Cogí su mano extendida y me volví junto a él para despedirme de la multitud que gritaba y aplaudía.

¡PUM!

Fue entonces, cuando todo se volvió ligeramente borroso. Todo lo vi como en cámara lenta. Los gritos de júbilo se volvieron de terror y la alegría en llanto. Cuando me toqué el pecho, noté algo mojado. Bajé la mirada. Era de color rojo. Pero, ¿qué está pasando?

— ¡Aurora! — mi madre grito aterrorizada desde lejos.

Fui cayendo poco a poco. Eder me miraba con ojos llorosos. Sentía como un relámpago de fuego quemando mi piel. Algo dolía desde lo profundo en mi pecho y poco a poco se me iba la respiración. Se inició una batalla en mi interior; mi corazón latía con fuerza luchando por palpitar, pero sentía arder dentro de mis entrañas. Y entre el bullicio de la gente, entre sombras, lo pude ver. A unos cuantos centímetros, con un arma de fuego en su mano y parado frente a mí: Fernando.

Moví ligeramente la mano después de tocar mi pecho, y vi rojo, supe entonces que era mi propia sangre. Tarde segundos en distinguir. El fuego fue desapareciendo. Todo se concentró en los órganos de mi pecho y pude percibir una oleada final insoportable. Mi corazón palpito un par de veces, y entonces ya no hubo nada.

Ya no hubo sonido ni palpitación. La respiración desapareció. Durante un momento, dejo de doler. Y dije...

— Eder, te amo...

La luz blanca pronto se hizo presente y fue cuando lo vi, resplandeciente con sus sandalias doradas. 

Amar merece la pena [TRILOGÍA #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora