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"La verdad es que no entiendo nada de lo que hago, pues en vez de hacer lo bueno que quiero hacer, hago lo malo que no quiero hacer"

Romanos 7.15

Aurora.

— ¿Hablaron? ¿Qué te dijo? —me preguntó Eder abrazándome.

— Si. Él tiene algo más con esa chica.

— Siento mucho por lo que estas sintiendo. Sé que duele hasta el alma. Debí de haberme alejado.

— Tú no tienes la culpa — dije —, seguiremos siendo amigos, ¿no es así?

Me miró extrañado, apartándose de mí.

—¡Claro que sí, cariño! —exclamó tomando mi rostro con ambas manos.

—¿No te vas a alejar de mí?

Me sentía como una niña pequeña, suplicando que la cargaren.

—No lo he hecho.

Y me abrazó con más fuerza.

Durante la cena, el tiempo se volvió lento y pasivo. Mis padres estaban de buen humor, pero notaron algo en mi comportamiento que no paraban de preguntar que me pasaba, yo me limite en contarles; estaba profundamente dolida y en cualquier instante rompería en llanto. Eder guardo un silencio poco habitual en él. Cuando acabamos la cena junto con el postre y la entrega de regalos, lo deje apartarse al jardín, solo con sus pensamientos, mientras yo intentaba aclarar mis propias ideas. ¿Qué acababa de pasar? A lo mejor se me había escapado algo. Rebusqué en mi memoria por si encontraba algún signo de Nazaret que se hubiera sentido en alerta con Eder. No era broma el hecho de la cantidad de tiempo que pasaba con mi nuevo amigo y fingía que nada pasaba cada vez que Tania u otra persona de la iglesia me preguntaba si realmente no me daba cuenta que no solo él me veía como una amiga, pero, al fin y al cabo, era gay. Pensaba que me tomaban el pelo con esos comentarios.

Además, al margen de que yo conocí a Eder, no tenía excusa para ponerse a coquetear con otra chica en cuanto yo me diera la vuelta. En realidad, lo que más me molestaba era que rompió la promesa de esperar por nosotros a Dios. Yo, en mi lugar, estaba dispuesta a esperar más.

—¿Tú entiendes algo? —le pregunté a Eder cuando se sentó a mi lado.

Negó con la cabeza y le dio un sorbo a su bebida.

Sonreí y le tomé la mano diciendo:

—Ven, quiero mostrarte un lugar.

Eder me vio confundido con el ceño fruncido.

—¿Salir a la calle ahorita? Estas loca.

—¡Eder relájate! ¡Es Navidad!

No llegue a comentar hacia donde nos dirigíamos, sencillamente caminamos entre las calles, las casas y los niños jugando a altas horas junto a sus familiares, hasta llegar al parque y centro deportivo de la colonia. En silencio, nos encaminamos a los columpios y nos sentamos. Empecé a columpiarme.

—He estado pensando—comento Eder, que seguía inmóvil en su columpio—, que deberíamos alejarnos un tiempo.

Espera, no. Me detuve. Le eché un vistazo y vi su sonrisa fingida.

—Es otro de tus chistes, ¿verdad?

—Bueno, eso o tendremos que ser más discretos. Ya viste que Nazaret pensó que tú y yo teníamos algo. Y por culpa mía te pusieron el cuerno.

—Relativamente no me pusieron el cuerno. No andábamos, así que no cuenta.

Eder soltó una risita.

Amar merece la pena [TRILOGÍA #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora