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"Pero no hay uno solo que no se haya apartado de Dios; no hay uno solo que no se haya corrompido; no hay uno solo que haga el bien"

Salmos 53.3

Eder.

Pasé varias semanas en la iglesia. Corrieron los rumores sobre mi intento de suicidio en la escuela, en la colonia, que fui víctima de burlas toda esa temporada hasta Junio antes de las vacaciones de verano. Eran tantos "ex amigos" y conocidos que se daban una vuelta por mi casa tratando de echarme a perder el día, echar un vistazo, que mi madre quitó las cortinas blancas y las cambio por unas de color azul rey. Yo sabía que me quería ahorrar la vergüenza de que me vieran y me soltaran palabras como: "ya mejor te hubieras muerto", "niña con pilín", "desgraciado gay marica".

Aurora y Oliver iban a visitarme todos los días. Cuando empezó el trimestre y regresaron de misiones, me llevaban un pequeño detalle y hacían conmigo el devocional. Aurora me llevaba las tareas al día de la universidad. Estaba muy agradecido con ella.

—¿Cómo te has sentido? Ya no hay duda en esa cabecita de chorlito, ¿eh? — me preguntó Oliver, después de terminar de orar y cerrar su biblia.

— No. Pero le he pedido a Dios que me cambie, milésimas de veces. —replique acomodando las biblias en el escritorio.

— ¿Cómo que te cambie? — preguntó Aurora.

— Si... ya no quiero ser gay, no quiero que me gusten los hombres, no quiero volver a lo mismo; estoy cansado.

Aurora y Oliver se voltearon a ver y sonrieron.

— Él es todo poderoso, mi Creador y mi Ancla. Él puede hacerlo, lo sé. — dije con firmeza.

(...)

Pasando el tiempo. Las semanas, los días. Yo seguía orándole a Dios que me cambiara, que me hiciera un hombre nuevo. Ore, ayune, ore, ayune. No deje de ir y servir a la iglesia.

Paso el tiempo... paso el tiempo... ya era Julio: vacaciones. Y bueno, ¿saben que fue lo que pasó?... NADA. No paso absolutamente nada.

Lo que sí ocurrió fue que aumento el deseo al sexo. No lo puedo creer; pensaba yo. En resumen, sin darme cuenta, comencé a ir a la iglesia por apariencia, siendo un vil hipócrita que iba a pedirle perdón cada miércoles, cada domingo por haber visto pornografía toda la semana. A veces las cosas no salen como se supone que deberían de salir.

Al poco de doblar las manos con mi lucha espiritual y carnal, yo volví a salir a tomar unos cuantos tragos – a escondidas de Aurora y los demás miembros de la iglesia-, en aquel bar pequeño y agentado conocí a una linda chica llamada Hannia.

—¿Cómo has dicho que te llamas? — me preguntó Hannia en aquel primer día en que nos conocimos.

Me incliné hacia ella para susurrarle al oído.

— Eder, cariño.

Su amiga estaba tumbada en la esquina del bar, con la boca abierta, adormecida. Habían tomado bastante aquel día.

— Es una noche muy tranquila, ¿no? Yo soy Hannia, y ella es mi amiga Jennifer; pero ya se quedó muerta.

Ambos soltamos una risita.

Sin embargo, me sentía tenso, creo que Hannia no se había dado cuenta de lo mal que lo estaba pasando.

— ¿Quieres otro trago? — me preguntó sonriendo.

— ¡Wow! Ahora las chicas les invitan unos tragos a los chicos, que novedad. Pero claro, si, gracias.

— De nada. ¿Dices que eres de la colonia insurgentes?

— Era.

— ¿No vienes?

— ¿Te queda de paso? — le pregunté viendo la hora en mi reloj de muñeca.

— Sí.

Me quede pensando, viéndola a los ojos fijamente. Su mirada sexy, por alguna razón me cautivo. Pronto sentí por primera vez como mi entrepierna se puso dura como roca por una mujer. Esto no lo podía creer.

— Ok.

Después de una hora, antes de bajar del auto, Hannia me dio su número y quedamos de vernos. La pensé y a la vez fue ridículo, pero era mi oportunidad de hacer lo que tanto me habían enseñado en la iglesia. Le pregunté si alguna vez había ido a una y si le gustaría asistir. Por un momento, pensé o imagine que poncharía sus ilusiones del tipo guapo y sexy del bar, pero me sorprendí al oír un sí de su boca y sonriendo dijo:

— No soy chica de iglesia, pero por ti iría hasta el cielo, bebé.

Me reí a carcajadas y me despedí con un roce de mis labios a los suyos.

Semanas después, ya nos encontrábamos saliendo y yendo a la iglesia juntos. Aurora y los demás jóvenes estaban felices ya que mi pareja en turno era una mujer y no un hombre. Los pastores no estaban del todo de acuerdo; decían que no era el tiempo de tener novia, que mejor dedicara mi energía en apreciar mi identidad en Cristo y utilizarla para el Reino de Dios, sirviendo. En nada se tiene contento a los pastores, eso me queda claro.

Lo que nadie sabía, era que, al llegar la noche, solo en mi habitación... encendía el ordenador y ponía en mis búsquedas aquellas imágenes perversas y sexuales. Nunca me ha sido difícil esconder cosas, así que esta doble vida en el cristianismo no era la excepción.

(...)

Desde que había conocido a Hannia en aquel bar cinco dos meses antes, no había pasado voluntariamente a tomarme una copa. La única excepción lo había hecho porque podría encontrarme con alguien de mi pasado y estaba seguro que volvería a caer. Apreciaba que Aurora no me interrogaba a donde iba y con quien estaba. Ella estaba segura que mi compañía era Dios y Hannia. Ninguna pregunta, ninguna muestra de inseguridad hacia mi persona o mi vida. Simplemente una tranquila aceptación de la imagen que llevaba al exterior y lo que decía: era un hipócrita. Sin embargo, a modo de gratitud, pasé un par de días ayudando a la reconstrucción y decoración de la iglesia, junto a otros muchachos más.

Cuando terminamos de detallar el lugar, sintonizamos en la radio alabanzas de Majo y Dan. Escucho las primeras palabras: "Todos los sedientos, los que débiles son. Vamos a la fuente... ". Mi corazón se acongoja. Siento como esas palabras se clavan en lo profundo de mi corazón, y de momento, me siento un desgraciado sucio.

Uno no sabe lo que va a pasar, ni se lo imagina. De momento nadie tiene en la cabeza la idea de cuando será la última vez que veras a un ser querido. Y ese día, ha llegado. Mi móvil suena y yo voy a responder diligente. Ciertamente tengo una corazonada; pero hago caso omiso. Escucho con atención la voz de una mujer informándome el estado grave en el que se encuentra mi madre. Cierro los ojos. Sus palabras son una sinfonía que tritura mi interior. Parece un coro a reventar, una bomba por explotar. Me levanto lentamente y dejo el móvil a un lado. Salgo como rayo del lugar mientras los demás van tras de mí. 

Amar merece la pena [TRILOGÍA #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora