32 Acantilado

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Me duele el aire del suspiro que acaba

Al salir del departamento, Brenda bajó por las escaleras del edificio y llegó hasta el estacionamiento donde permanecía su auto y mientras caminaba buscando las llaves en el interior de su bolso, accidentalmente su brazo golpeó el cuerpo de un señor elegante y con muchas canas entre sus cabellos.

—Perdón— ambos se disculparon.

Detrás de él, caminaba una señora de mediana edad y que andaba a un paso lento y más atrás, venían unos jóvenes gemelos muy parecidos a María José; la chica no los identificó. Ella iba tan sumergida en su realidad, que no se percató que esos individuos eran los integrantes de la familia Miranda.

—Buenos días— los saludó por cortesía y continuó su camino sin prestarles atención.

—Brenda— expresó la señora en voz baja. A pesar de que había visto su rostro en unas cuantas fotografías, fue capaz de reconocerla.

La chica subió a su auto. Colocó las manos y cara sobre el volante y lloró. Un instante después cayó en cuenta que ese no era el lugar y ni el momento adecuado para liberar sus emociones. Levantó el rostro, limpió sus lágrimas y descubrió que la señora de andar lento la miraba con demasiada ternura. Intentó sonreírle y observó cómo es que el señor alto, la sujetó del brazo para seguir caminando. Los gemelos ya habían desaparecido de escena.

La chica ajustó su cinturón de seguridad, encendió el auto y se marchó a toda velocidad. Llegó a su departamento y comenzó a dar vueltas mirando su reloj una y otra vez. Buscó entre sus pertenencias el anillo que María José le obsequió días atrás, regresó a la sala y lo puso sobre su mesa de centro junto con el de compromiso. Ella debía tomar una decisión y debía hacerlo en ese momento. Por un lado, tenía la ostenta vida que llevaba y llevaría junto a Javier, un amor caótico, posesivo, controlador, lleno de dudas y hasta cierto punto inestable. Aunque también le emocionaba la idea de la adopción. Brenda quería ser madre de Paula, quería ser madre de la niña que la adoptó desde el primer día que la conoció y, por otro lado, estaba María José, una chica que la quería sin piedad, sin nada que ofrecer más que un amor libre y espontáneo, de esos que muy pocas veces se tiene la fortuna de conocer y su tercera opción, era seguir viviendo en el miedo y continuar caminando entre los escombros de sus decisiones sin tomar.

Observó una vez más la hora en su reloj; eran las diez de la mañana. Sujetó de la mesa el anillo que María José le obsequió y lo colocó en su dedo anular. Cogió las llaves de su auto y salió de prisa para abordarlo. El estacionamiento del edificio donde ella vivía, contaba con una sola entrada y salida para los coches, es decir, o entraba un auto o salía otro, pero no pasaban dos al mismo tiempo y cuando intentó atravesar la salida, un coche entró y Brenda frenó de golpe al reconocerlo; era Javier. No tuvo otra opción más que cambiar la velocidad a reversa y volver hacia atrás. Regresó al espacio que tenía asignado y esperó a que su prometido se acercara.

—Hola mi amor, ¿a dónde ibas?— él le preguntó.

—A comprar unas cosas.

Javier le sujetó la mano izquierda.

—¿Y este anillo?

Brenda se lo quitó y lanzó una respuesta improvisada.

—Me lo regaló mi mamá hace unos años y hoy haciendo limpieza en mi habitación, lo encontré.

—¿Y el de compromiso?

—Acabo de decirte que hacía limpieza, obviamente lo tuve que guardar.

—¿Estás enojada?

—No, disculpa— le dio un beso.

—Qué bueno porque tengo una sorpresa para ti.

—Dime.

—Hablé con la madre Martina y nos permitirá estar hoy con Paula.

—¿En la casa hogar?

—No, dijo que podíamos llevarla a donde queramos, siempre y cuando la regresemos antes de las ocho de la noche. Así que sube a tu departamento, arréglate, ponte guapa y vamos por nuestra hija.

Durante todo el día, Brenda intentó concentrarse en Paula ya que esa era la primera vez que le permitían estar con ella fuera del orfanato. Nerviosa miraba el reloj y a las seis de la tarde en punto, observó el cielo azul de un domingo.

Tras dos horas de vuelo, el avión aterrizó en el aeropuerto internacional de Culiacán. Damián le aguardaba feliz y María José lo vio esperando con su sonrisa y alguna flor, ella sintió entender la traición al ver sus ojos dándole su amor.

—Bienvenida— la abrazó— ¿qué tal el vuelo?

—Tranquilo.

—¿Quieres ir a cenar?

—Prefiero descansar.

—El departamento te encantará y ajusta tu reloj porque aquí tienen una hora menos— le ayudó con su equipaje.

Por la noche y después de devolver a Paula al orfanato, Brenda hizo lo que estaba decida hacer por la mañana. Regresó al departamento de María José y presionó el timbre hasta rendirse porque nadie atendió su llamado.

Ella esperaba verla otra vez, pero María José se había marchado y decepcionada, volvió a casa.

—¿Dime dónde has ido?— Javier despertó y cuestionó.

—A la farmacia, compré unas pastillas porque siento que la cabeza me va a estallar.

—Me hubieras despertado, te habría acompañado.

—No quería molestarte.

—Ven, abrázame.

Ella se recostó a su lado, no sin antes leer y responder el último mensaje que María José le envió.

MJM: El eco de tu beso se coló en el avión. Las nubes eran versos del vapor de tu voz.

Brenda: Las estrellas son los besos que me das antes de ir a dormir.

Brenda: Las estrellas son los besos que me das antes de ir a dormir

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Cometas por el cielo [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora