Quizá mi voz tan sólo son palabras
María José nunca olvidó la invitación que Samantha le hizo una semana atrás y al día siguiente del aniversario de sus padres, viajó de la ciudad de México a la ciudad de Cuernavaca para estar con ella y su abuela.
—¡Hola!— Samantha se emocionó al verla detrás de la puerta— ¿qué haces aquí?— le permitió el acceso y de inmediato la abrazó.
—Sé que fue ayer, pero me invitaste al cumpleaños de tu abuela.
—Por eso me llamaste esta mañana, ¿verdad? Querías saber dónde me encontraba y la invitación a desayunar fue parte del engaño.
—Necesitaba confirmar que siguieras por estos rumbos y discúlpame por venir hasta hoy.
—Estás aquí y es lo que se agradece. Mejor cuéntame, ¿qué tal estuvo la fiesta de tus papás?
—Bastante bien. La pasamos increíble, quizá como hace mucho no lo hacíamos.
—¿Brenda estuvo contigo?
—Como cada sábado.
—¡Qué envidia!— sin pedirlo o desearlo, le pesaba saber que ella era feliz con alguien más.
—Encajó de maravilla con mi familia.
—¿Y cómo le hiciste para llegar hasta aquí?— cambió de tema para mantener alejados los pensamientos negativos.
—Una vez me compartiste la ubicación de esta casa. ¿Ya no te acuerdas?
—Hace como mil años, ¿apoco guardas toda nuestra conversación?
—¿Qué tu no?
—Ósea sí, pero no completa. Al principio borraba todo.
—Pues yo no y te considero una gran amiga, por lo que guardo hasta el más mínimo detalle sobre ti.
Escuchar ese comentario la hizo volverse valiente.
—María José, ¿puedo confesarte algo?
—Si, por supuesto.
—Me encanta ser tu amiga, disfruto mucho ese papel asignado, pero si algún día las cosas con Brenda no funcionan como tu quisieras, me gustaría ser la próxima chica de la que te enamores.
A María José le causó demasiado asombro escucharla decir eso y al no encontrar una respuesta adecuada, mantuvo su silencio.
—Me gustas desde que te conocí— Samantha continuó— y si no lo has notado, te coqueteo desde la primera vez que fuiste a mi casa— sonrió al recordar la vez que la hizo tocar su seno semidesnudo— eres alguien que quiero tener por siempre en mi vida y si es como mi novia, mucho mejor.
—Perdón Sam— por fin habló— pero no sé qué decir porque para mí, solo eres mi amiga y nunca te he visto como para tener algo más.
—Únicamente debes decir que sí, que, si soy la que sigue en tu lista, que yo continuaré esperando con paciencia.
María José conocía a la perfección ese sentimiento, sabía lo que era aguardar a que ese alguien especial te viera como alguien especial y mientras intentaba organizar sus ideas para formular una respuesta apropiada y no romper su corazón, descubrió que una peculiar persona se acercaba a ellas.
—Sam, ¿por qué no me dijiste que Aranza estaba aquí?
—Porque no sabía que tu vendrías y mi papá decidió invitarla. Mi abuela en sus momentos de lucidez la recuerda y llegó hace un rato.
—Por eso pidió el día, debí intuirlo.
—No es tu culpa.
—¿Qué hace ella aquí?— Aranza hizo lo que mejor sabía hacer; enfurecer.
—Yo la invité, ¿tienes algún problema con eso?— Samantha respondió.
—Dile que se vaya.
—Aranza, no tienes por qué tomar esa actitud— María José agregó.
—¡Tú cállate!— la chica le gritó— suficiente tengo con soportarte en el trabajo como para tener que hacerlo fuera de el— volvió su mirada a Samantha— dile que se vaya.
—No, no lo haré. Ella es mi amiga y si tanto te incomoda su presencia puedes marcharte, ya conoces la salida.
—¡Dile que se vaya!— le sujetó la mano y la jaloneó.
—Ya te dije que no y suéltame— intentó liberarse.
—Aranza cálmate, por favor— María José solicitó.
—Lo haré en cuanto te vayas.
—Está bien, tú ganas. Me voy, pero deja de lastimarla.
—No María José, no te vayas— Samantha le pidió.
—Aranza, ¡suelta a mi hija!— el señor Leonardo le habló con voz contundente mientras caminaba hacía las chicas y esta no tuvo otra opción más que acatar la orden.
—Cuando pienso que tú y yo podemos estar bien— Samantha le reclamó a Aranza— cuando pienso que podemos volver a intentarlo, siempre haces este tipo de acciones y terminas por arruinar todo.
—Sam, me tengo que ir.
—La que debería irse es esta loca, no tú.
—Será lo mejor, tu abuela lo que ahora necesita es ver rostros conocidos. Además, en la tarde debo trabajar.
—Está bien— retiró de sus mejillas algunas lágrimas que habían logrado escapar.
—Les traje un regalo.
María José extrajo de la mochila que llevaba a su espalda, un detalle envuelto con papel decorativo.
—Es para ti y tu abuela.
—Gracias— Samantha lo recibió.
—Hablamos luego.
—Si— besó su mejilla.
La chica se despidió de los presentes y se retiró.
Samantha abrió el regalo en compañía de su abuela; era un álbum fotográfico. En su interior había infinidad de fotos con solo dos personas retratadas; Sam y su abuela. Eran todas las imágenes que ella misma subía a sus redes sociales y sobre ellas se leían algunas frases de la canción Estoy contigo de La Oreja de Van Gogh. Lloró emocionada mientras observaba todas las hojas de aquel regalo.
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Cometas por el cielo [Completa]
RomanceDicen que enamorarse es un acto reflejo, algo que no se puede aprender ni controlar, como el respirar. Yo, no creo que sea así. Yo he tenido que aprender a querer a una mujer porque me enamoré de una. Aprendí a pasear agarrada a su cintura, a desliz...