Capítulo 36.

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Emily

Volvimos a Mishnock hace una semana para continuar con la búsqueda de Nahomi. Estamos desesperados siguiendo cualquier pista que nos conduzca a ella o que al menos nos dé un indicio sobre donde está. Atelmoff está callado, pensativo, preocupado. Era su responsabilidad cuidar a la madre de la reina y la perdió.

Fuimos a casa de Nahomi, pese a que ellos ya la habían revisado, teníamos la esperanza de encontrar algo que en la primera inspección hayan pasado por alto, pero no hubo nada. Ella no guardaba cartas o información de ningún tipo. Estamos en la nada.

—Hay algo que no entiendo, Atelmoff. ¿Por qué la reina te concedió el cuidado de su madre si tú eres el consejero de su esposo? No lo comprendo.

Estamos en su oficina. Resguardados de Stefan y de los reclamos de Lerentia, pues desde el día en que volví no ha dejado de reprocharme. De verdad está cumpliendo su palabra de hacerme la vida imposible.

—Porque sabe que yo no estoy de acuerdo con el régimen del rey —contesta tranquilo mientras organiza una pila de papeles en su escritorio—. Y seguir aquí es mucho más útil que renunciar.

—Pero ¿cómo supo ella que tu fidelidad no está con él?

—Pasamos mucho tiempo en el palacio. ¿Crees que no tocamos ese tema ni una vez en todos estos años?

—¿Y te arriesgas tanto solo por eso?

—Sin rodeos, Emily —levanta la mirada y me enfrenta. No se ve contento—. ¿Qué estás pensando?

—Quiero entender, es todo. Es que, si yo estuviera casada con Silas y tú eres su mano derecha, no te confiaría nada. ¿Cómo supo la reina que podía confiar en ti?

Aquí hay algo que no se siente bien.

—No lo sé, simplemente lo supo —se le siente la molestia en la voz. No recuerdo haberlo visto fastidiado antes—. Fin de la historia. No quiero hablar más de eso.

—Puedo hacerte una última pregunta —Asiente no muy cómodo—. ¿Qué tan cercano son la reina y tú?

—Siempre me ha gustado tu curiosidad, Emily, así que sería hipócrita reprochártela ahora.

Exhala una, dos, tres veces. Se da la vuelta y mira hacia la ventana detrás de él. Se toma su tiempo, medita al parecer. Sé que algo me oculta, algo que incluye a la reina, algo que hay entre los dos.

—Silas no es el mejor esposo. Eso ya lo sabes. Genevive vive, bueno, vivía desamparada en el palacio. Yo trataba de apoyarla tanto como podía. Estaba ahí para ella y para Stefan como un miembro no invitado, aunque necesario de una familia. La escuchaba, la aconsejaba, la protegía, tal como lo hacía con mi niño.

—¿Te enamoraste de la reina viviendo aquí?

Esa es la verdad. Amor.
Se gira. Sus ojos azules en los míos. Veo algo de vergüenza, como si lo hubiera descubierto tomando algo que no es suyo.

—No. Asumí el papel de padre desde que Stefan vino al mundo, es todo.

Siento que se me quema la garganta. Tengo algo ahí atorado que si no suelto, terminará por matarme.

—¿Desde o antes de que naciera?

Sonríe. Una sonrisa es la respuesta que me da. No sé si es irónica o genuina. No logro descifrarlo y antes de que pueda preguntárselo, un guardia llama a la puerta diciendo que Stefan solicita nuestra presencia. ¿Por qué ahora? ¿Por qué tan inoportuno?

Atelmoff se levanta de repente animado. La esperanza en su rostro es visible. Cree que si nos llaman es porque hay información sobre el paradero de Nahomi. A mí me cuesta un poco contagiarme de su buen humor, todavía estoy confundida por lo que aquella sonrisa esconde, porque es evidente que tiene algo ahí que no quiere sacar o que no debe.

Las cadenas del Rey. [Rey 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora