Capítulo 9

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La noche en aquella casa llego con mucho más silencio del que normalmente había, no tenia comida y el estúpido de Potter había mandado a su única posible compañía a Hogwarts, que sin duda alguna con un solo chasquido ella lo podría traer de vuelta. 

Claro que no era tan estúpida para hacerlo, aquella casa tenia muchos rincones y cuartos vacíos en los que podía encontrar miles de cosas tan curiosas. Recordó aquel día en el que encontró el guardapelo de Salazar Slytherin. Tal vez aun se encontraba la replica que había hecho  en aquella habitación.

Llevaba todas las vacaciones sin ver a sus padres adoptivos. Nada de hermanos molestos, o gritos sin sentido. Corajes que no le ayudaban en nada o hermanas queriendo llamar la atención de un cuatro ojos. Nada de personas impuras en su casa... y claro nada de amigos traicioneros. Como siempre, era solo ella, solo Venus.

Sospechaba que aquel año no seria tan fácil como lo quería, suponía que siendo hija del gran Lord Voldemort nada era tan fácil en su vida. ¿Que se suponía que ella tenia que hacer? Ser parte de la familia de su padre, cumpliendo su papel como la increíble hija que se suponía que fuera. Ella en verdad sabia que su ultima opción seria llevarle la contra a su padre.   

La mañana llego lenta y con ella la sorpresa de que tendría que volver con los Weasley, al parecer Dumbledore creía que con ellos iba a estar mucho mejor que con su padrino, obviamente estaba muy equivocado. 

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Al día siguiente de aquella lúgubre merienda de cumpleaños, llegaron de Hogwarts las cartas y listas de libros para los muchachos, que ademas iban con una increíble sorpresa para la familia, la persona que las traía era nada mas y nada menos que Venus. La carta dirigida a Harry incluía una sorpresa: lo habían elegido capitán de su equipo de quidditch. 

—¡Ahora tendrás la misma categoría que los prefectos! —exclamó Hermione—.¡Y podrás utilizar nuestro cuarto de baño especial! 

—¡Vaya! Me acuerdo de cuando Charlie llevaba una como ésta —comentó Ron examinando con regocijo la insignia de su amigo—. ¡Qué pasada, Harry, eres mi capitán! Suponiendo que me incluyas otra vez en el equipo, claro. ¡Ja, ja, ja! 

Vaya, en verdad que ella no había extrañado para nada aquellas estúpidas conversaciones.

—Bueno, me temo que ahora que ya tienen sus listas no podremos aplazar mucho más la excursión al callejón Diagon —se lamentó la señora Weasley mientras repasaba la lista de libros de Ron—. Iremos el sábado, si su padre no tiene que trabajar. No pienso ir de compras sin él.

—¿De verdad crees que Quien-tú-sabes podría estar escondido detrás de unestante de Flourish y Blotts, mamá? —se burló Ron. 

—¡Como si Fortescue y Ollivander se hubieran ido de vacaciones! —replicó ella,que se exaltaba con facilidad—. Si consideras que la seguridad es un tema para hacer chistes, puedes quedarte aquí y ya te traeré yo las cosas. 

—¡No, no! ¡Quiero ir, quiero ver la tienda de Fred y George! —se apresuró adecir Ron. 

—Entonces pórtate bien, jovencito, antes de que decida que eres demasiado inmaduro para venir con nosotros —le espetó ella, y a continuación tomo su reloj de pared, cuyas  manecillas todavía señalaban «Peligro de muerte», y lo puso encima de un montón de toallas limpias—. ¡Y lo mismo digo respecto a regresar a Hogwarts! —añadió antes de levantar el cesto de la ropa sucia, con el reloj en lo alto apunto de caer, y salir con paso firme de la habitación. 

Ron miró con gesto de incredulidad a Harry. Y Venus solo los observaba con una ceja levantada, claro que esa era la gran bienvenida que esperaba de aquellas personas, no esperaba menos y hubiera preferido quedarse en casa de Sirius que estar con los Weasley. 

—En esta casa ya no puedes ni hacer una broma —se lamentó. 

Pero los días siguientes Ron procuró no bromear sobre Voldemort, así que llegó el sábado sin que la señora Weasley tuviese más rabietas, aunque durante el desayuno estuvo muy tensa. Bill, que iba a quedarse en casa con Fleur (de lo que Hermione y Ginny se alegraron mucho), le pasó a Harry una bolsita llena de dinero por encima de la mesa. 

—¿Y el mío? —saltó Ron, con los ojos como platos. 

—Ese dinero ya era suyo, idiota —replicó Bill—. Te lo he sacado de la cámara acorazada, Harry, porque ahora el público tarda unas cinco horas en acceder a su oro,ya que los duendes han endurecido mucho las medidas de seguridad. Hace un par de días, a Arkie Philpott le metieron una sonda de rectitud por el... Bueno, créeme, esmás fácil así. 

—Gracias, Bill —dijo Harry, y se guardó las monedas. 

—Siempge tan atento —le susurró Fleur a Bill con adoración mientras leacariciaba la nariz. 

Ginny, a espaldas de Fleur, simuló vomitar en su cuenco de cereales; Harry se atragantó con los copos de maíz y Ron le dio unas palmadas en labespalda.Hacía un día oscuro y nublado. Cuando salieron de la casa abrochándose las capas, uno de los coches especiales del Ministerio de Magia, en los que Harry ya había viajado, los esperaba en el jardín delantero. 

—Qué bien que papá nos haya conseguido otra vez un coche —comentó Ron, agradecido, y estiró ostentosamente brazos y piernas mientras el coche arrancaba y se alejaba despacio de La Madriguera. Bill y Fleur los despidieron con la mano desde la ventana de la cocina. Venus, Ron, Harry, Hermione y Ginny iban cómodamente arrellanados en el espacioso asiento trasero del vehículo.

Los Secretos De Una WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora