Recuerdos

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La oficina me parece hoy el lugar más tedioso y odioso del mundo, la corbata me aprieta más que nunca de hecho, siento que tengo una serpiente enredada a mi cuello. La cabeza está a punto de estallarme, aviento los papeles que he estado leyendo sobre el escritorio y comienzo a masajearme las sienes.

Cierro los ojos con fuerza para concentrarme en mi nuevo caso, una demanda laboral, le he pedido a mi abuelo que hablara con Milton para que pudiese dejar a un lado los casos «grandes» y así poder continuar estudiando música en el conservatorio. Él ha accedido, como siempre sólo quiere que sea feliz.

―Feliz... ―me digo en silencio aquella palabra cargada de cruel ironía.

¿Cómo ser feliz alejado de lo único que me hace feliz? ¿Cómo ser feliz en medio de todos estos papeles? Con las miradas acusadoras de los abogados más experimentados esperando que falle en algo solo para decirle a mi abuelo «Te lo dijimos, el muchacho no tiene lo que se necesita» ¿Cómo podría ser feliz rompiéndole el corazón a mi abuelo? Él tiene todas sus esperanzas en mí, no podría decepcionarlo jamás.

Suspiro pesadamente y vuelvo a abrir los ojos, mi oficina es tan fría y gris que me deprime el mirarla. Debería de empezar a traer más fotografías, solamente tengo una del día de mi graduación en la que se ve una sonriente Kennedy abrazándome y a mi orgulloso abuelo pasando un brazo sobre mis hombros. Me levanto para caminar, es espaciosa, pero lo único que hay en ella es mi escritorio y un sofá en el que me tumbo cuando me siento hastiado como ahora.

Tumbado en mi sillón vuelvo a cerrar los ojos, no estoy pensando particularmente en nada cuando sus ojos azules vuelven a mirarme con la intensidad de aquella noche en la que nos abrazamos y vimos juntos el amanecer. No he podido sacarme a Kennedy de la cabeza desde aquella noche. En especial su mirada atormentada, no se parece en nada a la chiquilla que venía todos los días a esta oficina, no puedo reconocer en esta Kennedy nada de aquella muchacha que vestía con pantalones desgarrados y holgadas camisas, sugiriéndome todo tipo de cosas la recuerdo claramente riéndose y tomándome de las manos para dar vueltas y terminar tumbados en este mismo sillón.

―¡Es tan grande este lugar Ethan! ―Me decía son su sonrisa resplandeciente―. Deberías de poner un piano aquí ―y entonces ella lo notó, desde ese momento, con sólo verme a los ojos Kennedy supo lo infeliz que era en ese momento.

―Un piano sería una enorme distracción ―le contesté con la monótona voz que usaría en este lugar a partir de ese día―. No necesito distracciones Kenne, necesito trabajar.

―Necesitas tocar Ethan ―ella se acercó a mí y me dio un enorme abrazo, en esos momentos me parecía la cosa más estúpida del mundo, ella no podía arreglarlo todo con un abrazo y claramente no entendía mi enojo―. Tú vives para tocar el piano, no para estar encerrado en estás paredes. Sabes que es lo que quieres, tienes que decirle.

―Kennedy ―me deshice de su abrazo de forma brusca, recordar eso duele mucho y es irónico pues hoy es ella quién me rechaza―. Debes irte, tengo mucho trabajo, mi abuelo confía en mí.

―Ethan... ―intentó de nuevo con sus ojos azules cargados de esperanza.

―Kennedy tengo trabajo. Tal vez no lo entiendas, pero mantener este legado es importante, es el legado de mi familia, es la memoria de mi padre y debo mantenerlo, protegerlo y cuidar de él. —Nunca le había hablado así, con tanta severidad.

Vi sus ojos llenarse de lágrimas, pero como el gran idiota que soy, no hice otra cosa más que sentarme e ignorarla dejándola sola en medio de esta enorme oficina. Ella no me dijo nada más, aquel día fue el último que vi a aquella Kennedy, intenté disculparme tantas veces, pero nunca pudimos coincidir. Siempre estaba en casa de una amiga estudiando, en la biblioteca, o dormida, evitando un encuentro conmigo y empecé a extrañarla mucho, empecé a extrañar sus bromas, sus comentarios vivaces, sus platicas entretenidas, su curiosidad innata.

Empecé a darme cuenta de lo importante que era Kennedy para mí, de lo feliz que me hacía estar con ella, de que extrañaba sus llamadas, sus invitaciones a comer, sus sonrisas. Simplemente extrañaba a aquella muchacha caótica llena de vida y no había nada que pudiera hacer, pues cuando intenté arreglar las cosas ella ya no estaba más.

Me levanto del sillón, siento una lágrima resbalar por mi mejilla y la limpio de inmediato, tomo mi cabeza entre mis manos sintiendo aquella desesperación que me destroza el alma y me hace querer gritar de rabia. Detesto mi vida tanto como Kennedy detesta ahora la suya, pero no soy lo suficientemente valiente para poder tomar las riendas de está ¿Acaso nuestro destino es ser infelices por el resto de nuestras vidas? ¿Nunca volveremos a ser los de antes, aquellos muchachos que reían por todo y se miraban intentando negar lo innegable? ¿Nunca volveré a tener una sonrisa sincera?

No puedo permitir eso me digo una vez más, no puedo permitir que nuestras vidas se hundan en un terrible hueco de infelicidad y desesperación, no puedo quedarme aquí sentado mirando cómo se destruye Kennedy, porque desde aquella noche hace dos días, lo supe, estaba enamorado de ella y eso no cambiaría, aunque Kennedy se empeñé en alejarme, en decirme lo mala que es para mi vida, no voy a dejarla destruirse. Me levanto del sillón impulsado por aquella nueva tarea, Kennedy volverá a confiar en mí como antaño.

―Sarah ―llamo a mi secretaria quién como siempre entra con un exagerado movimiento de caderas.

―Me voy a casa, dile al señor Byron que tuve que irme ―Sarah frunce su ceño, echa hacia atrás su pelo caoba y me mira esperanzada con sus ojos avellanas. Es muy bella, es inteligente, es casi perfecta, pero no tiene aquel caótico encanto que posee Kennedy.

―Sí señor McLean ¿No desea nada de comer antes de irse? Puedo traerlo a su oficina y hacerle compañía. ―Le sonrío, antes de declinar su invitación.

―Muchas gracias Sarah, pero tengo una cita muy importante y ya voy tarde.

Sarah solamente sonríe y se va, sé que está furiosa, pero no podría darle falsas esperanzas. Dejo los papeles en orden y salgo corriendo para buscar a Kennedy, esperando que está vez pueda escucharme, esperando que está vez pueda declararle mis sentimientos.

Por favor, regresa y quédateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora