¿Cuándo empezó esta porquería?

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Había pasado una semana desde que el abuelo dejo de hablarme. Ethan y Rita intentaban animarme de todas las maneras posibles, pero nada funcionaba me sentía exactamente como la basura que era, no importaba cuanto me esforzara en dejar de ser una porquería simplemente, no podía.

Al séptimo día de mi encierro volví a caer en la tentación, volví a drogarme. Aproveché que Ethan había salido y me encerré con llave en mi cuarto. Para mi desgracia utilicé todas mis reservas y con la prohibición del abuelo sería complicado conseguir más.

El sólo hecho de quedarme sin lo único que me hacía feliz me puso realmente ansiosa, no podría vivir sin mi único consuelo tenía que conseguir más. Debía de llamar a mi amiga Camile ella siempre me conseguía la droga ¡Claro! Con una "módica" comisión para ella. Marco el número deprisa, Ethan no tardará en regresar del despacho junto con el abuelo para cenar todos juntos.

―Bueno... ―la voz perezosa de Camile suena al otro lado de la línea.

―Hola Camile ―susurro mientras miro la puerta con verdadero terror.

―Kennedy ―parece alegrarse de escucharme―. ¿Dónde te habías metido pequeña zorra?

―No tengo tiempo de darte explicaciones, estoy castigada ―Camile se ríe ruidosamente al otro lado de la línea.

―Olvidé que eres la niña perfecta de casa ―continúa riéndose, mientras mi paciencia comienza a agotarse.

―¡Ya basta! ―Levanto la voz olvidándome por un instante de Rita, nuestra nana.

―¿Todo bien, Kennedy? ―Escucho la voz de Rita a través de la puerta y el corazón me da un vuelco. Tapo el auricular para que Camile no escuche.

―Sí, sí. Es que no puedo leer bien estas partituras. Es todo.

―Está bien, Kenne. Pronto estará la cena.

―Gracias Rita ―Cuando ya no escucho más los pasos vuelvo a la llamada con Camile.

―¿Camile? ―Pregunto angustiada ante la idea de que haya colgado, necesito mi "medicamento".

―Aquí sigo ―contesta burlona―. ¿Ya no tienes verdad?

―No, y necesito más. ―Continúo susurrando. Hace una dramática pausa, le encanta torturarme.

―Está bien ―contesta al fin. Casi puedo ver su petulante sonrisa―, pero esta vez te costará el doble.

―Sí, sí, lo que sea, pero no tardes. Tienes que venir porque no puedo salir de la casa.

―De acuerdo princesa, mándame tu dirección ahí estaré mañana. ¿A qué hora quiere la princesa su medicina? ―Ignoro su sarcasmo.

―Por la tarde, es cuando me quedo sola.

―De acuerdo, nos vemos pequeña zorra.

Camile cuelga sin decir nada más. Suspiro con alivio, le mando a Camile mi dirección y dejo mi celular a un lado mientras me recuesto en la enorme cama. Y entonces empiezo a pensar en mi vida durante los últimos seis meses ¿En qué momento comencé con esta porquería?

Y con esa pregunta viene a mi memoria aquella fiesta de hace seis meses, las chicas se habían portado tan amables conmigo desde el día en que Ethan había pasado por mí en su bonito convertible. Antes de eso parecían detestarme y la verdad es que nunca entendí porqué, no hice nada malo me esforzaba como siempre en tener buenas notas y me iba a casa temprano para comer con mi abuelo no me metía con nadie, vaya ni siquiera salía con nadie a pesar de las invitaciones de unos cuantos chicos.

Desde que llegué al Instituto hacía tres años nadie me hablaba, primero pensé que era normal pues yo era la chica nueva, pero después me di cuenta de que en serio me odiaban en toda la extensión de la palabra y me lo demostraban sin ningún reparo.

Notas de odio aparecían en mi pupitre todos los días, mi violín fue destrozado misteriosamente un día y a la directora no le importó porque en sus propias palabras «Mi tutor podía pagarme otro». Mi ropa apareció desgarrada después de una clase de gimnasia, ese día tuve que decirle a mi abuelo que había tenido un accidente y en mi casillero escribían todo tipo de insultos.

Se metían conmigo de todas las maneras posibles, se burlaban de mi aspecto, de mi ropa, de mi altura pues era mucho más pequeña que la mayoría medía a duras penas un metro con sesenta centímetros. Era un infierno, pero nunca dije nada, jamás me quejé no quería darle problemas a Ethan quién ya tenía suficiente con su graduación y aprendiendo ahora del negocio familiar y mi abuelo tenía tantas preocupaciones qué, para que sumar otra a su vida.

Pero aquel día cambió todo. Camile la chica más popular del instituto se acercó a mi solitaria mesa al día siguiente de que Ethan hubiese ido por mí y pronto comenzaron a interesarse en mi vida, de repente todos quisieron ser mis amigos y dejé de ser humillada pues mi tutor era uno de los hombres más importantes y ahora lo sabían «¿Por qué no nos dijiste que tus tutores eran los McLean? Te habríamos dado otro trato de haberlo sabido —Me dijo Camile, batiendo sus oscuras pestañas y tomándome de las manos, mientras sonreía mostrando sus perfectos dientes blancos.»

Sabía que aquellas palabras, disculpas y sonrisas eran falsas, pero por un instante dejé de sentirme sola, dejé de ser un bicho raro y fui aceptada por todos. Y con mi inminente popularidad llegaron las invitaciones a comer, las salidas de compras (en las cuales yo pagaba todo) y, cuando me invitaron por primera vez a una fiesta, me sentí tan feliz que obligué a Ethan llevarme de compras y a prestarme su carro.

Nunca debí de ir a esa fiesta pienso ahora con gran amargura. Camile no dejaba que mi copa estuviera vacía y un chico llamado Arthur al cuál apenas conocía y al que le había rechazado ya la invitación a salir, desde el momento en el que había pisado el Instituto no dejaba de besarme y tocarme, mientras todos reían al ver mis débiles negativas. Y luego cuando ya quería irme, cuando estuve a punto de llamar a Ethan para que fuera por mí pues apenas podía mantenerme en pie por lo ebria que estaba, Camile me metió en la boca un polvo blanco «Es mágico —me dijo—. Te ayudará a soltarte».

Sí, me ayudó a soltarme, me elevó, reí como nunca, bailé, tomé, me «acosté» con un hombre por primera vez en toda mi vida. Y todos dejaron de verme con odio, dejaron de excluirme y me aceptaron. Por fin conseguí amigos, por fin dejé de estar sola ¿verdad?

Ya no estaba sola me gustaba repetirme todo el tiempo, la droga me había traído amigos. Entonces ¿Por qué te sientes como basura? ¿Por qué te odias tanto? Repetía una voz en mi cabeza, la voz de aquella Kennedy de antaño que se vestía con ropa gastada, holgada y tenis. Toco mi mejilla, sintiendo en ella una lágrima insolente que se ha escapado.

―Ya no estoy sola ―me digo otra vez para acallar a la otra voz, debía de dejar morir a la Kennedy que alguna vez fui.

―¿Kennedy? ―La voz de Ethan me sobresalta, está intentando abrir la puerta―. ¿Por qué te has encerrado?

―Voy ―me limpio con rapidez las lágrimas y le abro. Ethan está frente a mí con su traje negro y con sus cabellos normalmente revueltos peinados pulcramente.

―¿Qué hacías Kenne? ―Mira con curiosidad mi habitación―. ¿Has estado llorando, preciosa?

―No, no. Sólo deseaba estar sola. ―Ethan me toma por la barbilla y me obliga a que lo mire.

―No me puedes engañar, te conozco de siempre. Sigues triste porque el abuelo no te habla más ¿verdad? –Afirma sin dejar que le responda y me abraza con fuerza.

―Sí, no puedo engañarte ―contesto con lágrimas en los ojos desearía decirle todo.

―Vamos ―me separa de él y besa mi frente con ternura, algo dentro de mí se remueve cuando él se porta así conmigo―. Estoy segura de que pronto te perdonará.

Ethan me toma del brazo y salimos cerrando la puerta de mi habitación guardando ahí los secretos que me estremecen, que me atormentan. Fuera de esa habitación sigo siendo Kennedy la hija y alumna modelo que todos esperan que sea y con una sonrisa en mi rostro camino al comedor, pretendiendo que siga siendo así. 

Por favor, regresa y quédateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora