Quédate

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Kennedy me abraza muy fuerte, me deja llorar, me deja quejarme, me limpia las lágrimas con ternura y me escucha con atención. Sacar toda está mierda con ella me está ayudando mucho.

—Me jugaron mal —Esta preciosa, su nariz ya está colorada por el frío y se acurruca junto a mí alrededor de la hoguera—, compraron testigos. Sarah filtró mis testigos con Martin, el sólo debía de tener la declaración de Ann.

—Son unos bastardos —dice con coraje—. Tenemos que despedirlos —frunce su ceño mientras me dice esto.

—Martin renunció está mañana y Sarah... seguramente también ya renunció —suspiro y veo las estrellas, están preciosas—. No sé —tomo mi cabeza, estoy frustrado—, por ahora no quiero volver a la oficina, mañana se lo diré al abuelo, quiero un poco de tiempo para pensar, para asimilar todo y poner la porquería de mi vida en orden. —Kennedy no me juzga, me sonríe y asiente.

—Tienes mucha porquería que poner en orden —nos reímos y vuelvo a sentirme relajado.

Nos recostamos en la arena, debe de ser muy tarde ya, porque no queda ni un alma en esté lugar. Mi cabeza está a mil por hora, seguramente mi abuelo se enterará pronto de lo que hice y lo que dije, no estoy avergonzado, mucho menos arrepentido, pero supongo que debo de asumir la responsabilidad y decirle yo mismo lo ocurrido antes de que se entere por alguien más.

Tengo tantas cosas que poner en orden, aunque las principales en estos momentos son Kennedy y la oficina. Respecto a la oficina ¿en verdad quiero seguir ahí? No lo sé, encuentro cierta satisfacción personal en encerrar criminales y es mi forma de honrar a mi padre y a mi abuelo, pero en días como esté me hubiera encantado simplemente ser sólo un pianista, me encantaría estar viajando por todo el mundo sin preocupaciones, sin ataduras.

Y en cuanto Kennedy, Dios ¿por dónde empiezo? Me encanta, la adoro, estoy perdidamente enamorado de ella, desde hace mucho tiempo, pero ¿y ella que siente por mí? Muchas veces no entiendo qué pasa con ella, me rechaza constantemente y al mismo tiempo es como si no quisiera dejarme ir. Sé que aún me oculta muchas cosas, que aún no es capaz de abrirse conmigo y eso también me hace daño ¿Qué cosas pueden ser tan malas como para que ella se las guarde? Pienso en todo esto y llego a la misma solución de siempre, ser paciente con ella y estar ahí para ella es lo único que puedo hacer.

Me giro para mirar mejor a Kennedy, está más hermosa que de costumbre, me encantaría que pudiera entender que no me importa nada que quiero estar con ella para siempre, quedarme a su lado y no dejarla ir jamás.

—Eres lo más hermoso que he visto en mi vida.

Suelto sin más las palabras que quizá debieron de quedarse en un pensamiento, palabras que vienen desde lo más profundo de mi alma. Kennedy se sonroja violentamente y se levanta, pero no la dejo, esta vez no voy a dejar que se vaya, tomo su mano y la atraigo de nuevo hacía mí.

—Ethan será mejor irnos... —me mira con intensidad sin moverse, contradiciendo todas sus palabras.

—No... —mi voz es un susurro, sus ojos brillan más que nunca está noche—, quedémonos Kenne, no te vayas quédate conmigo.

Es una súplica de un estúpido enamorado, Kennedy cierra los ojos, acaricio su rostro con cuidado, es muy hermosa, el viento mece sus cabellos. Abre los ojos, hay lágrimas en ellos y las seco con mis labios.

—¿Por qué? —Me pregunta en un susurro.

—No sé —respondo su pregunta acercándome más a ella.

—Vas a arrepentirte. —Me advierte.

Su labio inferior está temblando, me acerco más y más a ella, la recuesto otra vez y me pongo sobre ella. Por unos instantes nos quedamos solamente mirándonos, ella estira su mano y acaricia mi rostro, yo hago lo mismo, su piel es muy suave. Me inclino más hacia ella, Kenne cierra los ojos y entonces la beso.

La beso con temor, tengo miedo de que me rechace, pero no es así, ella corresponde a mi beso. Nuestros labios se unen tan perfectamente, tan bellamente, que el temor se transforma en deleite y la duda en un infinito gozo. Aquel beso, aquel momento me fue negado por tanto tiempo que ahora no deseo que termine, sin embargo, con una tristeza infinita y un dolor terrible me separo de ella.

Kennedy vuelve a abrir los ojos está sonrojada, su respiración está acelerada ¿Qué estará pensando? ¿Qué debo de decirle? Los nervios me invaden al ver que no dice nada ¿Estará molesta? ¿Estará pensando en cómo rechazarme?

—Ethan —comienza, estamos tan cerca, que siento la necesidad de besarla otra vez, pero me contengo—. Quédate conmigo.

—Siempre, no tienes que pedirme eso. —Nos levantamos y nos sentamos frente a frente, el fuego de la fogata ilumina su rostro.

—Tengo que contarte algo —asiento y le sonrío para que continúe—. No soy buena para ti —voy a protestar, pero no me deja—, déjame terminar, necesito hacerlo. Mi vida es un desastre, soy drogadicta y... —baja su mirada—, he estado con muchos hombres, de algunos ni siquiera me acuerdo Ethan —tomo su barbilla y la obligo a mirarme.

—No me importa —una lágrima resbala por su mejilla y la limpio con ternura.

—¿Por qué? —Está frustrada, está confundida, no lo entiende y eso me hace sonreír, sigue sin ver lo hermosa que es.

—Porque te quiero ¿Y qué si estuviste con alguien más? —Me encojo de hombros—. No me interesa, no me importa, yo también he estado con otras personas —Kennedy sonríe a través de las lágrimas—. Y lo de las drogas, estamos juntos en esto ¿no? Di lo que quieras —continúo—, nada de lo que digas me hará dejar de quererte —me levanto, tomo su mano y la levanto—. Porque ¡Te quiero! —Grito—. ¡Te quiero Kennedy Collingwood! Y nada ni nadie va a cambiar eso.

La tomo entre mis brazos y vuelvo a besarla, está vez Kennedy responde con más fervor, sonrío, estoy tan feliz que la levanto y la hago girar en el aire, ella se ríe mucho y yo también. La dejo en el suelo y niega con la cabeza mientras sonríe.

—Eres un necio Ethan McLean y por eso te quiero —Kennedy niega con la cabeza—, pero tenemos que hablar ¿lo sabes verdad? —Me dice con una pena profunda en su voz.

—Lo sé, pero me gustaría disfrutar de este momento contigo, sólo por hoy déjame ser egoísta y tenerte toda la noche junto a mí. Déjame quedarme contigo hasta que amanezca, déjame disfrutar de esta noche robada, esta noche divina en la que te siento más cerca que nunca de mi alma —sus ojos vuelven a llenarse de lágrimas, lágrimas que seco con ternura—. Te prometo —está vez soy yo quién está llorando—, que en cuanto el sol salga te llevaré a casa y hablaremos de todo lo que quieras, podrás rechazarme sin ningún temor, sin ninguna protesta, pero quiero que sepas qué, aunque tu intención sea esa, siempre me voy a quedar junto a ti hasta que tú quieras o hasta que yo me muera lo que pase primero.

Kennedy no me dice nada, se levanta en sus puntas y alcanza mis labios, su beso es tímido y está cargado de ternura. Nos tumbamos de nuevo en la arena, hace más frío así que nos abrazamos, por unos momentos disfrutamos del silencio, de la brisa salada y del murmullo del mar. Si el cielo existe, seguramente estoy ahí en estos momentos, no decimos nada, solamente unimos nuestros labios de vez en cuando como una manera de asegurarnos que esto es real, que sólo por hoy podemos romper todas las reglas y tenernos el uno al otro.

Sus ojos azules están cargados del más sincero cariño y mientras la miro ruego con fervor a todos los dioses que el amanecer no llegue, que detengan el tiempo y nos dejen por siempre en este momento, contemplando las estrellas y besándonos para sentirnos más cerca, que congelen el tiempo y siempre estemos así juntos, sin ningún temor, sin ninguna jodida responsabilidad, pero ¿cuándo ha escuchado alguno mis ruegos? Y como una confirmación, como una terrible y abrumadora realidad, el sol comienza a salir, recordándome lo efímera que puede ser mi felicidad, el sol sale llevándose toda mi tranquilidad.

Por favor, regresa y quédateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora