Tesoros

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―Estoy seguro de que no será tan duro contigo, él te quiere ―Ethan vuelve a abrazarme fugazmente antes de que decida dejar el confortable pasillo y entrar en la sala.

Un nudo se instala en mi estómago y mis pies empiezan a parecerme de plomo mientras camino a la sala para encontrarme con el abuelo. Me quedo de pie en el umbral mirando al abuelo Byron quién está hojeando el periódico. No levanta su mirada cuando yo entro, no sé que decir, no sé por dónde empezar siento como mi corazón late como loco quizá si me da un infarto me salve de esta. Nunca me ha regañado mi abuelo, ni una vez en toda mi maldita vida así que no sé con seguridad a que me enfrento.

―¿Tienes algo que decirme Kennedy? ―Su autoritaria voz me sobresalta y empiezo a tartamudear. Él baja el periódico, se pasa las manos por su cabello cano y cierra sus ojos caobas evidentemente frustrado―. ¿Tienes idea de lo preocupado que estaba por ti? Estuve a nada de llamar a tus padres y decirles que había perdido a su hija ―agacho la mirada avergonzada y la fijo en la fina raya de sus pantalones caros y pulcramente planchados―. Nunca creí que te comportarías de esta manera, pudiste avisar que estabas bien ―el que no levantará la voz me hacía sentir peor, pues en está sólo había decepción―. Quiero que sepas que estoy muy decepcionado de ti.

Aquello me rompe el corazón, el abuelo Byron quién en realidad era mi padrino, me había amado y criado como a una hija. Él siempre me mimaba y me felicitaba por mis logros e incluso solía tomarse tiempo de su apretada agenda para poder estar conmigo, con nosotros, él me había otorgado su confianza y yo la había traicionado de la manera más desconsiderada posible. Tiene razón pude haberle dicho que estaba bien, me comporté de la manera más horrible y egoísta posible con el hombre que ha sido un padre para mí.

―Lo siento abuelo... ―levanto mis ojos inundados en lágrimas y él desvía su mirada, no quiere verme y lo entiendo.

―Ve a tu cuarto debes de estar cansada ¿Ya has comido? ―Asiento levemente―, bien creo que eres lo suficientemente inteligente para saber que estás castigada. Hasta el final del verano no podrás salir de esta casa, espero que reflexiones en la gravedad de tus actos durante todo ese tiempo.

―Sí, abuelo ―contesto abatida, lo único que quiero es salir de ahí y regresar a mi cuarto a llorar.

Mi abuelo vuelve a tomar su periódico y no me dice nada más, me voy de ahí con lágrimas en los ojos. Nunca se había enojado conmigo al menos no así, fuera de las comunes travesuras nunca había hecho algo tan horrible como para decepcionarlo.

Estoy realmente dolida, estoy destrozada y me siento como una idiota, como la peor persona del mundo. Una vez en mi habitación la ansiedad se apodera nuevamente de mí y con ella llega aquella abrumadora necesidad de consumir un poco de coca, pues sé que eso me hará sentir mucho mejor al menos por unos momentos.

Me descuelgo la cadena de plata en la que traigo la llave que abre el pequeño cofre en donde guardo todos mis tesoros: pequeños regalos de Ethan o el abuelo Byron, envolturas de regalos y boletos del cine, teatro y operas, también tenía fotografías y cartas de mis hermanos y de mis padres. Aunque estamos en pleno siglo XXI hasta hace un año mis hermanos pequeños pudieron acceder a internet y redes sociales así que solían escribirme cartas en vez de buscarme en Facebook o enviarme un mail. Y bueno, mis hermanas mayores casi nunca me escribían supongo que estarían ocupadas o algo así.

Tomo las fotos que me han mandado. Hay una de la siempre seria Gianna, parada junto a la torre Eiffel sin sonreír, con su cabello tan dorado como el mío recogido y sus ojos grises carentes de expresión. En otra de las fotos una Evangeline sonriente de cabellos platinos y ojos caobas miraba con ilusión a la cámara mientras navegaba en una bonita góndola en Venecia.

Mi hermana Regina estaba parada junto al Big Ben, era la viva imagen de mi mamá, con sus suaves rizos caobas y sus ojos color chocolate, parecía que estaba sonriéndole con bastante ilusión a quien fuera que le hubiese hecho aquella foto.

Y finalmente, la foto que más atesoraba de todas, mis hermanos mellizos de cabellos caobas y ojos azules. Adrien estaba parado orgulloso junto a su gemela Amelie quien estaba ataviada con un bonito tutú blanco y una corona de plumas, Adrien la miraba orgulloso mientras ella sonreía con verdadera alegría.

Como deseaba que alguien me mirara con todo ese orgullo, como deseaba sentir tanta alegría como la de mis hermanos en sus fotos, como desearía que estuvieran aquí conmigo así no me sentiría tan sola y abandonada. Pongo mis recuerdos con mucho cuidado sobre el tocador, no quiero dañar nada pues son mis recuerdos felices. Saco el polvo blanco que estaba oculto debajo de todas aquellas fotos y miro las fotos mortificada, estoy a punto de guardar otra vez todo en su lugar, pero al cerrar los ojos sólo veo la mirada de decepción de Ethan y el abuelo, suspiro, ya no hay marcha atrás, sólo el polvo me ayudaría a dejar sentirme como una basura.

Lo saco con cuidado no me queda mucho, tendré que administrarlo bien sino deseo quedarme sin reservas. Me aseguro de que la puerta este bien cerrada, me encamino a mi baño privado y hago las líneas con cuidado. Me miro en el enorme espejo, casi soy yo otra vez salvo por los hinchados ojos rojos.

La culpa me está carcomiendo, pero logro acallar a esa pequeña voz que me dice que debo de parar antes de hacerme más daño e inhalo las líneas una por una, disfrutándolas lentamente, con cada línea me siento mejor, con cada línea me siento más viva que nunca.

Me dejo caer en el suelo saboreando el delicioso éxtasis en el que me encuentro. La euforia y la felicidad eran maravillosas y por todos esos sentimientos, por todas esas maravillosas sensaciones veneraba a la droga como a ninguna otra cosa. Valoraba tanto aquel efecto de alegría y euforia, que cuando se pasaba me sentía tan desvalida y desprotegida que deseaba seguir y seguir, pero Camile mi mejor amiga, me había advertido de lo malo que era drogarse dos veces seguidas así que cuando todo hubo acabado vuelvo a abrir el cajón y guardo lo poco que queda ahí con el resto de mis tesoros, pues aquel polvo blanco, era en este momento el más grande y valioso de todos ellos. 

Por favor, regresa y quédateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora