Quiero ir a casa

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Aún en la habitación continúo llorando como nunca, ni siquiera la coca que ingerí a la fuerza me ha ayudado en algo. Intento moverme, pero Arthur me ha lastimado tanto que cada movimiento me causa un dolor indescriptible. Con mucho esfuerzo logro vestirme, me levanto con mucho cuidado, siento que me duelen hasta las mismas entrañas. Hay un enorme espejo en la pared en el que me miro, miro mi cara y me da asco, tengo un enorme golpe en el rostro justo en mi pómulo izquierdo, mientras más me miro en el espejo, más asco siento de mí y unas nauseas terribles terminan por invadirme y vomito sobre el suelo sin importarme ya nada.

Me tiro en el suelo, las piernas me duelen, me arden y lloro, lloro por mucho tiempo, llora hasta que mi teléfono suena; busco mi teléfono por la habitación y lo encuentro tirado junto a mi ropa, miro con temor, miro con esperanza la pantalla, esperando que sea Ethan y pueda sacarme de este infierno en el que estoy, pero no es él, es Jane.

―¿Kennedy? ¿Dónde estás? ―Escucho sus preguntas desesperadas y en vez de contestarle lloro con más fuerza.

―Por favor ven Jane, estoy arriba. ―Digo entre sollozos.

Jane no dice nada, me cuelga de inmediato y llega hasta la habitación en unos segundos. Me encuentra en el piso temblando, con el labio roto, no me dice nada, llora conmigo, llora abrazada a mí, lloramos en silencio.

―Tenemos que ir al médico ―me dice entre sollozos―, no debí de separarme de ti, perdóname ―vuelve a quebrarse en llanto y aún en mi estado, aún en estos momentos, no puedo dejar que se culpe.

―No es tu culpa —le digo con voz queda y ella me mira entre lágrimas—. No puedo ir al doctor. Mi familia lo sabrá ―vuelvo a llorar desesperada y ella se abraza a mí con más fuerza hasta que consigo calmarme.

Jane abre los labios para decirme algo, pero los vuelve a cerrar y se cubre con horror la boca mientras que con su mano libre señala mis piernas y mi alma vuelve a abandonar mi cuerpo cuando veo mi entrepierna cubierta de sangre.

—Por favor Kennedy, estás lastimada. No le diremos a nadie si quieres, pero debemos de ir, por favor. ―Me suplica―. Estaré contigo, podemos ir a un hospital privado si quieres.

Asiento lentamente, con miedo, porque más allá del dolor que estoy sintiendo, del dolor de mi alma, sé que no puedo llegar así a mi casa, vivo con dos abogados ellos sabrían de inmediato lo que me está ocurriendo, así que quizá lo mejor sea borrar toda evidencia de esta noche tan terrible.

Jane se levanta y con mucho esfuerzo logra ayudarme a parar, suelto un grito de dolor y ella corre a buscar algo con que ayudarme a limpiar la sangre, toma toallas del baño del maldito de Arthur y las guarda en su bolso. Salimos con cautela de esa habitación, apenas y puedo sostenerme en pie, así que ella pasa uno de mis brazos sobre sus hombros y me ayuda a caminar tengo tanto miedo de que me vean así, pero nadie se fija en nosotras, están tan ebrios y drogados que no notan nada y los pocos que lo hacen, simplemente se dan la vuelta pretendiendo que no existimos.

Llamamos un taxi, el chófer nos fisgonea y enarca una ceja cuando le damos la dirección. Él tampoco dice nada, no nos ofrece ayuda e incluso puedo sentir cómo me juzga al ver mi vestido escotado y mi maquillaje corrido, quizá piense que me lo merezco y tengo ganas de gritarle que no todo es mi culpa, pero en estos momentos no puedo, en estos momentos me siento realmente como me llamó Arthur, como una basura.

Llegamos al hospital, Jane me ayuda a bajar, el chófer nos mira exasperado nos apresura y Jane le grita y le avienta el dinero. Todo es muy confuso, muy difuso, cierro los ojos solamente para abrirlos y encontrarme en una silla de ruedas, me transportan con rapidez, Jane nos sigue corriendo y le responde a la enfermera las preguntas que yo soy incapaz de entender.

Por favor, regresa y quédateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora