Sincera

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De nuevo en la escuela. He estado todo el día escondiéndome de Jane, pero no voy a poder evitarla mucho tiempo pues en la siguiente hora tengo clase con ella. Química no es mi mejor materia y no quiero que llamen a mi abuelo o Ethan si comienzo a faltar.

Además, después del número que armé ayer no deseo más atención. Mientras camino hacia el laboratorio, comienza a faltarme el aire, me retuerzo nerviosa las manos y me recargo en la pared esperando a que pase el maldito ataque de ansiedad.

Llevo sin consumir coca apenas dos días y los ataques de ansiedad cada vez son más frecuentes. Unas chicas pasan junto a mí, mirándome como si estuviera loca, no me dicen nada, ni yo a ellas, sólo deseo que se vayan de aquí. La campana ya ha sonado, en los pasillos solamente quedo yo. Estoy desesperada, sé que necesito ayuda, pero no sé de qué manera pedirla. Mi teléfono suena, miro la pantalla, es Jane, me está buscando.

Ignoro su llamada y reviso mis mensajes. Veo la conversación con mi abuelo, preguntas cotidianas «¿Has comido bien?» «¿Qué tal las clases?» «No te olvides de grabar la clase de hoy» Y luego, muy a mi pesar miro la conversación con Ethan «No salgas tarde, ya quiero verte ¿Estas emocionada por la clase? Yo estoy jodidamente emocionado.»

Sonrío muy a mi pesar al leer su mensaje, ni en mis sueños más locos me vi enamorada de Ethan McLean. Claro que siempre le tuve una gran admiración, un gran respeto, pero de eso a estar enamorada de él, no, no. ¿Él sentirá exactamente lo mismo? ¿Soy una más de sus «novias» pasajeras? ¿Me seguirá queriendo una vez que se entere de la porquería que soy?

―¡Ah! ―Suspiro con frustración, la clase ha empezado hace media hora―. Bueno ―me digo a mí misma―, eso ya fue.

Tomo mi mochila del piso, los latidos de mi corazón aún están acelerados, pero al menos ya puedo respirar mejor. Camino hacia al baño, ese será un gran escondite (al menos por hoy). Entro al baño y no hay nadie. Me miro en el espejo, hoy me he trenzado el cabello, llevo unos jeans flojos, una camiseta negra y obviamente el suéter de Ethan. Me llevo una manga larga a la mejilla y cierro los ojos mientras aspiro el olor de Ethan impregnado en la manga.

―Ahí estás ―esa voz me paraliza, se suponía que no puede encontrarme aquí, que no debería de estar aquí.

―¡Vete de aquí! ―Me enfrento a Arthur, su locura ya ha cruzado todos los límites aceptables.

―Tenemos una cuenta que arreglar ―está demente, pero no voy a tener miedo, no de él.

―Ya te pagaron ¿no? ―Le digo retadoramente―, y creo que es mucho más de lo que mereces.

―¡Ay Kenne! No entiendes ―se acerca a mí y aunque no quiero demostrar el miedo, retrocedo instintivamente―, no quiero tu dinero. Quiero que entiendas que eres mía. Eres mi perra y no te voy a soltar tan fácil ―sus palabras son como un golpe seco y siento la sangre correr con más fuerza, siento un nudo en el estómago y aquella Kennedy de antaño la que no se dejaba de nadie emerge como el fénix de las cenizas.

―¡Yo no soy tuya! ―Estampo mi mano en su rostro y le grito sin importarme quién me escuche―. Eres un asco, siempre lo has sido.

―¡Nadie me dice que no! ―Me toma de los hombros, pero lo pateo en la espinilla, grita de dolor y me suelta―. ¡Pagaras por esto! ¡Voy a tomarte cuantas veces quiera, zorra drogadicta!

Antes de que le conteste la puerta del baño se abre, ambos nos giramos y miramos a la persona que ha entrado. Mis ojos se llenan de lágrimas al comprobar que es Jane. Jane saca algo de su bolsillo y le apunta a Arthur.

―¡Vete de aquí! ―Es un gas pimienta―. O voy a rociarte con esto ―Arthur no dice nada, se aleja de nosotras y antes de irse vuelve a mirarme.

Por favor, regresa y quédateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora