Capítulo 48: Infiltrados

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Zarky apareció en la entrada con la apariencia de su madre.

-¡Abridme, necesito hablar urgentemente con el que dirige este lugar!- exclamó Zarky imitando la voz

En la verja había tres guardias armados y dos Arcanine mirándola amenazadoramente. Los ignoró.

-Primero necesito su identifi....

-¡¿CÓMO OSAS DUDAR DE MÍ?!- exclamó Zarky con autoridad

El guardia se estremeció y la permitió pasar. Los Arcanine aún la miraban con cierta desconfianza. Para que no la descubrieran, comenzó a caminar más deprisa.

Entró al laboratorio con el cuerpo entero temblando. No sólo por el miedo, también el hecho de "disfrazarse" de su madre la hacía sentirse muy mal.

Zarky se cruzó con dos científicos que la miraron con cierto asombro.

El recinto tenía las paredes de color beis. El suelo tenía baldosas azules claras y grises que se intercambiaban. Varios tubos metálicos recorrían de un pasillo a otro el edificio. No había mucha iluminación. Su madre le dijo que en los experimentos que se hacen en los laboratorios, la luz tenía que ser mínima para evitar que la emisión de luz dañara las pruebas. Era algo muy complicado que no sabía explicar bien pero que tenía sentido, sobre todo cuando hicieron las primeras pruebas...

Se metió en un pasillo que tenía el letrero de "ALMACÉN"

Abrió la puerta y se vio rodeada de todo tipo se probetas.

De pronto tuvo una idea y comenzó a rebuscar entre las estanterías lo que le daba una esperanza de volver a la normalidad.

Mientras tanto, Isaac había adoptado su forma semihumana. Con una bata puesta para ocultar su larga cola de pez y sus orejas escamadas al aire, llevaba tres pisos y no había encontrado nada. Había tenido que esquivar varios científicos y guardias que rondaban por ahí y la tensión comenzaba a molestarle.

Torció uno de los eternos pasillos y se halló contra una puerta que no había visto antes.
Era de metal reforzado. Para entrar necesitabas introducir una tarjeta. Un filtro de aire recorría la parte baja de la puerta. Isaac sonrió y se quitó la bata mientras su cuerpo se recubría del característico color azul. Su cara se alargó, creciéndole un hocico mientras su nariz se tornaba negra y una aleta le crecía entre sus dos orejas. Su cuerpo se hacía pequeño mientras sus dedos se fusionaban y se unían formando cuatro dedos que se retrajeron hasta formar una pata que se cubrió con pelaje. Su cadera crujió y se puso a cuatro patas mientras sus piernas cambiaban y sus pies se alargaban hacia arriba. Sus piernas se redujeron. Por último, toda su cuerpo se redujo.

Con una sonrisa, el Vaporeon se metió por la rendija convirtiéndose en líquido y volviendo a solidificarse rápidamente.

Se sorprendió por lo que acababa de hacer pero siguió adelante con lo que tenía que hacer.

Ante sus ojos se extendía un gran espacio. La luz era tenue, haciendo que le resultase complicado ver.

Comenzó a caminar con cuidado. Sus cuatro patas se posaban suavemente en el suelo sin ruido alguno. Lo único era su cola que le era difícil controlarla.

De pronto escuchó respiraciones y se quedó parado y con sus orejas intentó buscar el origen de esa respiración. Contuvo el aliento para poder escuchar esa respiración, pero su oído percibió muchas más.

Entonces, un grito resonó en el aire que estremeció a Isaac. El grito provenía de la parte de abajo.

El ambiente comenzó a volverse un tanto extraño. Las respiraciones eran más notorias. No se fijó que había una barra en el suelo y se tropezó con ella, dándose de bruces contra la pared. Sonó metálico y es lo extrañó aún más.

Se acercó al metal y descubrió que no era una pared, sino unos barrotes. Algo estaba encerrado ahí. Un sollozo se escuchaba en el fondo de la caja, aunque no se veía muy bien.

Una pequeña luz dejó al Vaporeon completamente desconcertado. Fue suficiente luz ver bien quién era el que lloraba. Lo que vio le heló la sangre.

En el interior de la jaula había dos niños abrazados. Uno era más pequeño que el otro y sollozaba mientras el mayor le abrazaba. El mayor no aparentaba tener más de 8 años y el pequeño 4.

-Ey...- Isaac intentó llamarles

El mayor le miró. En sus ojos pudo ver el miedo que estaban sintiendo y la impotencia que sentían.

-No voy a hacerte, daño...

El niño asintió.

Isaac volvió a cruzar los barrotes cambiando de nuevo de estado solido a líquido.

Se acercó a ellos con cautela y se dejó acariciar.

Los dos niños estaba dudosos, pero Isaac se acercó un poco más.

Los niños extendieron tímidamente sus brazos hasta llegar a tocar el suave pelaje del Vaporeon.

De pronto, Isaac se sobresaltó y sintió las manos de los dos niños que acariciaban su pelaje y no pudo evitar sentirse relajado también. Nunca le habían acariciado de esa forma y era la primera vez que sentía esa experiencia. Era una sensación placentera y agradable que le ayudó a liberar sus preocupaciones. Los niños acabaron abrazados al Vaporeon menos asustados.

-¿Qué es lo que pasa aquí?- preguntó Isaac cuando vio que la tensión había desaparecido un poco.

El hermano mayor señaló hacia la dirección de la que provenía el grito de antes.

-Ahí los niños entran... Y no salen- su tímida voz resonaba por la jaula.

Era una frase bastante sencilla, no tenía más misterio. Una parte de él quería partirse de risa, pero no quería que los niños se molestaran.

-¿Cómo que no salen..?- una puerta se abrió y dos hombres vestidos de gris comenzaron a inspeccionar cada jaula.

Isaac no se había percatado que no era la única jaula así que un tremendo miedo en el corazón se apoderó de él. Había muchas jaulas más. En todas habían niños y niñas de todas las edades. Eso lo estremeció aún más.

-No me pueden ver- murmuró el Vaporeon

-Ahí al fondo, nos ponemos encima tuyo- dijo el niño mayor.

Los dos señores paseaban inspeccionando cada jaula mientras uno de ellos iba anotando lo que el otro le decía.

Se agacharon a ver la jaula donde ellos estaban. El hombre observó durante unos segundos antes de irse a la siguiente.

De pronto, dos jaulas más a la derecha, uno de los hombres dijo:

-Llevémonos a este

Abrió la jaula, sacando una niña de unos 10 años que comenzó a gritar y a intentar zafarse, pero el cuerpo corpulento del hombre la mantuvo a raya.

Mientras se iban entre los gritos de la niña, los niños que estaban con él comenzaron a temblar.

-¿A dónde se la llevan?- preguntó Isaac

El niño no sabía responder. La puerta por donde se habían ido estaba abierta y se cerraba lentamente. Isaac se despidió de ellos y prometió sacarles de ahí.

Antes de que la puerta se cerrara, echó un último vistazo a las jaulas que dejaba atrás. Su enfado crecía y se dirigió con firmeza hacia el lugar donde había escuchado el grito.

Pokémon, ¡Soy un Pokemon! Entre FronterasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora