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La llegada a Africa fue más rápido de lo que Amelia o alguna de sus acompañantes pensó.
—Bajemos, nos espera un día productivo.
Amelia salió del avión siendo recibida por ovaciones del pueblo africano, algunos reporteros estaban ahí tomándole fotos o queriendo hacerle preguntas.
—Que placer tan grande poder estar aquí —empezó—. En nombre de la fundación Diana, gracias por aceptarnos en este hermoso país.
Termino el discurso que Dorothy le había entregado, se sentía nerviosa, no por hablar frente a toda esa gente y probablemente todo Londres sino por las preguntas que podrían hacerle.
—Princesa, princesa —la rubia miro a un joven hablarle—. ¿Extraña a su novio, el actor Chris Evans?
Los reporteros la miraban fijamente.
—Claro que si, lo extraño muchísimo —sonrío sinceramente.
— ¿Y a tus hermanos? —preguntó el mismo.
—Un poco, más a Harry porque no lo he visto en mucho tiempo —explicó—. A William lo vi hace unos días.
— ¿Qué tal estuvieron tus vacaciones en Disney con la familia de tu novio? —preguntó otro reportero.
Amelia fijo su vista en Dorothy, las preguntas debían ser con respecto a su ida a África, no de su relación con Chris.
—Estuvieron fantásticas, si.
— ¿Tu familia odia a Chris por su carrera y por no ser británico? —la chica frunció el entrecejo.
—Mi familia no odia a Chris —confesó—. Todavía no se conocen, no pueden hacer conclusiones de tal magnitud.
—Es hora de irnos —Dorothy sonrió falsamente tomando de los hombros a Amelia.
—Espere... princesa —los reporteros se intentaron acercar a la princesa pero la guardia no los dejo.
Pronto subió al jeep que la llevaría a dar un pequeño recorrido por la ciudad y después la llevaría a su hotel.
—Esos idiotas —murmuró tapando su boca—. No pueden decir acusaciones a lo tonto.
—Amelia, sólo sonríe y en el hotel hablaremos de eso —Dorothy la miro desde el asiento de copiloto.
Amelia suspiro sentándose correctamente y empezando a saludar con una sonrisa.
— ¡Princesa! —saludo euforicamente a los niños que la veían.
A pesar del calor infernal que había y el sol quemándole la piel, no quito la sonrisa en todo el camino, incluso le dolía la cara al final del recorrido.
— ¿Es normal? —le preguntó al doctor.
—Claro que sí, después de fingir por dos horas una sonrisa debe doler un poco la cara —bromeó.