XXXIV

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Los ojos de Jin están enfocados en algún punto de la pared blanca y vacía del cuarto de su apartamento. No hay nada en la superficie, solo blanco. En algunas ocasiones, cuando estaba de buen humor, el omega contempló la posibilidad de colgar un cuadro en la pared para reducir el vacío y hacer del lugar algo más suyo.

Nunca lo hizo y el espacio vacío sigue allí. Lo hace sentir extraño en medio del lugar que ha ocupado por algunos años.

No está haciendo más que contemplar, pero puede escuchar las voces ajenas en la cocina, hablando sobre algo que no quiere saber. Al menos de ese modo no se siente tan solo. Es una suerte que el señor Jung esté allí, ocupándose de él, incluso si no se lo pidió. También está el señor Min, quien se encargó de llevar los consentimientos firmados a la universidad para la consolidación de las notas del señor Kim. Jin está agradecido con el alfa por eso último.

Sin embargo, en medio de las voces de los hombres y del apartamento que debería ser su hogar, Jin se siente fuera de sí, con la marca palpitando en medio de su cuello y hombro, con la herida que no planea dejar de sangrar hasta que el encargado de su existencia se ocupe de ello. Ha evitado tocarla o verla porque no se siente lo suficientemente valiente para hacerlo. 

Afortunadamente el señor Jung se ha encargado de cambiar los vendajes varias veces al día y de limpiar la sangre, que no planea coagularse por ahora. El omega tampoco ha querido pensar demasiado en la marca, en la maldita mordida de la que no puede deshacerse. 

Como si no fuese suficiente con un lazo roto, con el daño que le causó Jungkook...

Destino de mierda.

Jin no planea compararlos porque Jungkook es diferente del señor Kim. Ellos son abismalmente distintos y lo sabe. Pese a ello, todo el asunto del destino lo tiene acumulando rencor frente a la situación. 

El chico se permite llorar en silencio cuando no puede hacer otra cosa para desbordar el sentimiento que lo consume. Es prudente cuando lo hace, esperando no alertar con su olor al omega que sigue hablando en la cocina sobre lo que el señor Min debe comprar para preparar la comida.

Rabia. Dolor. Decepción.

El castaño es un conjunto de sentimientos, emociones y sensaciones. Le gustaría arrancárselos de encima, tirarlos a algún lugar lejos de él para que dejen de torturarlo. Sus lágrimas se hacen más frecuentes cuando se da cuenta de la utopía encerrada en su deseo, de la imposibilidad de eliminar cosas que parecen adherirse a él con fuerza y que planean no desaparecer en un buen tiempo.

La represión como mecanismo de defensa tampoco es una vía coherente. Hacerlas a un lado, ignorarlas y omitir su existencia no las eliminará.

No quiere pensar aún en Jungkook, en Junghyun y en su mamá. Dios. 

Pensar en lo que podría pasar con el conjunto de personas que esperan cosas de él, lo tiene temblando bajo las frazadas de la cama. El terror se apodera de él cuando su mente comienza a trabajar más de lo que le gustaría y todo lo que parece dibujarse en el futuro es un infierno. El chico apenas si ha tenido tiempo de asimilar la mordida nueva como para hacer frente a las demás situaciones, al contexto en el que ha estado inmersa su vida, lo que es, lo que han hecho de él.

Prefiere el presente y su lenta asimilación. Paso a paso.

En medio de la iniciativa que ha emprendido para no colapsar y entrar en pánico, Jin está ansioso. El omega posa sus ojos con tristeza sobre las manos níveas, y de manera más detallada, sobre las uñas roídas y mordidas crudamente. No ha sido suficiente. 

Cuando el chico mira alrededor puede ver la piel que rodea las uñas arrancada, irritada y con algunas manchas de sangre. Es consciente de que no representa el mejor camino al desahogo, pero no ha podido evitarlo. El castaño se ha hecho daño incluso durmiendo, con su inconsciente traicionándolo hasta en su tiempo de descanso.

El amor es el silencio más fino - Namjin (omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora