Almendrita.

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POV' MICHELLE.

Cuando Ingrid reapareció no supe qué hacer o cómo reaccionar, aquello me había tomado por sorpresa.

No tenía ni idea de que era la tía de Stephanie.
Quise preguntarle a Ricardo sobre ella, pero él se adelantó... Me atacó con preguntas, ¿qué de dónde la conocía?, ¿qué por qué me hablaba con tanta familiaridad? Jamás se había comportado así, parecía ser otra persona. Le dije lo que recordaba sobre la verdad; que eramos amigas de la universidad, solo eso.

Stephenie y ella parecían entenderse. Justamente fue eso lo que llevó a Ricardo a aceptar la estúpida idea de que ella se quedara en casa.

Mi tormento apenas había comenzado.

[...]

Esa primera noche no pude dormir y bajé a la cocina por un vaso de agua, pero fui sorprendida por quién yo pensaba era mi marido; me equivoqué.

—Mi amor, me asustaste—dije en cuanto sentí sus manos cubrir mis ojos.

—Mi vida, no era mi intención—soltó una risa burlona.

Por el tono de su voz y la suavidad de sus manos me di cuenta que no era Ricardo sino Ingrid. Me tense, mi cuerpo aún respondía a ella con calidez y sensibilidad.

—¡Ingrid! De verdad me asustaste—Intenté sonar tranquila y retrocedí unos pasos—Creí que eras mi marido—Giré y dejé el vaso sobre la mesa.

—Ah, o sea que Ricardo es ¿mi amor?—Recalcó esto ultimo—¿De verdad, mi amor? No se nota que lo quieras tanto.

—¿Qué quieres?—Fruncí el ceño y sentí sus pasos acercándose a mí.

—Saludar, no pude hacerlo bien cuando llegue—Me tomó por los hombros—¿No me extrañaste, Almendrita?

Tragué en seco en cuanto escuché como me llamaba y recordé ese momento... Ella y yo, intentando traducir al francés el libro de Hans Christopher Andersen, el helado... Yo recostada en la cama y ella riendo divertida... Mi cuerpo sudando.
Cerré los ojos, me sentí sofocada y tuve que dejarla, salí corriendo de ahí.

[...]

Todo este tiempo traté de evitarla, pero era imposible. Ella se la pasaba todo el día con Stephanie y aquello me provocaba un sentimiento de desagrado; no la quería más aquí. Hablé con Ricardo y le pedí que prácticamente la echara, pero él se negó y no quise insistir para no hacer más evidente mi incomodidad.

—Creo que deberíamos hablar—Me interceptó una mañana saliendo de mi habitación.

—Aquí no—respondí y caminé con prisa.

—Paso por ti al trabajo entonces—dijo. Me detuve en cuanto mencionó aquello.

¿A caso sabía dónde trabajaba?
—No. ¡¿Cómo se te ocurre?! Dame tu número y yo te mando un mensaje con la ubicación, saliendo de trabajar—Asintió y me dio el número.

Salí de la casa camino al trabajo y por la tarde le mandé un mensaje con la dirección de mi antigua casa y la esperé ahí.

—Hola—Me saludó al llegar.
Quiso darme un beso pero yo me aparté.

—Pasa—respondí con seriedad y la guíe hasta el despacho.

—¿Recuerdas cuando nos sentábamos a beber y a mirar mapas del mundo?—habló.
No dije nada y me senté atrás del escritorio. —¿Y no me vas a ofrecer nada de tomar?—Alzó una ceja.

—Hace tiempo que no vivo aquí. No creo que haya algo en la nevera—respondí.

No quería ser descortés, pero esta reunión no era para socializar y menos para recordar viejos tiempos.

𝑴𝒊 𝒎𝒂𝒆𝒔𝒕𝒓𝒂 𝒅𝒆 𝑰𝒕𝒂𝒍𝒊𝒂𝒏𝒐 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora