Capitolo tredici - XIII

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—Lamento lo que sucedió, Stephanie.

—¿Qué sucedió?—Pregunté seria. Quería saber de qué forma veía ella lo que "sucedió".

—Solo… lo lamento.

—¿Lo lamentas?—Me alteré—¿Lamentas tu sorpresa?, ¿lamentas ignorarme?, ¿lamentas haberme hecho sentir única y especial cuando no lo era?

—Lamento no haberme disculpado antes—Interrumpió mis reclamos.

—Te disculpo—Tomé mi bolso y mi abrigo, saqué un billete y lo dejé sobre la mesa; estaba dispuesta a irme. Quería alejarme de ella desde que la vi, no sé porqué había esperando tanto.

No sentí que se moviera y di por hecho que había respetado mi decisión.
Me despedí con una sonrisa del mesero y salí del establecimiento. Había avanzado una cuadra sin mirar atrás, sin percibir la tormenta, sin recordar que debía avisarle al chófer o él no vendría. Di una pausa a mi huida, estaba a mitad de la calle confundida y afligida. Totalmemte empapada y tenía frio, no sabía a dónde ir; me había arrepentido de salir tan rápido del lugar.

—¡Stephanie!—Escuché mi nombre a lo lejos.

Giré y me pareció verla. Estaba parada a unos metros de mí, con la cabeza agachada, a penas y podía distinguirla con la poca luz. Me acerqué un poco y la observé a distancia, parecía un perro de la calle; había logrado conmoverme. Elise miraba sus tacones, seguramente preocupada por no poder seguirme el paso con la lluvia. Me reí internamente pensando en que quizá jamás había corrido tras de alguien y menos bajo la lluvia; no es su estilo. Caminé hacía ella con rapidez; agradecía traer las botas o ya hubiera caído al piso.

—¿A dónde ibas?—Se me acercó Elise—Está lloviendo, ¿no ves?

—¿No lo ves tú?, ¿por qué vienes tras de mí?

Parecíamos un par de psicópatas, discutiendo a mitad de la calle con una tormenta en la cabeza.

—Hay que entrar—Propuso.

—¡No! Ya te perdoné, sólo quiero irme—La rechacé.

—Aquí no podemos hablar, por favor—Suplicó. Se notaba asustada. Veía el cielo cada que podía y cerraba los ojos con los relámpagos.

—¿Te asusta la tormenta?—La miré divertida. No contestó. —La probabilidad de que nos caiga un rayo es 1 en 3 millones—Le grité.

—¡Parecemos unas locas!—Soltó.

Yo si estoy loca, pero por ti.
—¡No es la primera vez que gritamos en medio de una tormenta!—La miré directo a los ojos.

—¡No me estoy sintiendo bien!—Tocó su frente.

Me asusté. Creí que podía desmayarse o algo así; había leído en algún lugar que si una persona es sometida a mucho estrés podría sufrir un infarto y a su edad...

—¿Dónde te estás quedando?—Quise saber.

—A unas cuadras de aquí—Gritó.

Miré a nuestro alrededor y comenzó a darme miedo la soledad de las calles, y el cielo que se veía aterrador.

—Pues… vamos—Le ofrecí mi mano.

—¿No es mejor regresar...?—Miró hacia atrás—¿y esperar que pase la tormenta?

—No puedo llegar tarde a casa—Negué—A parte estamos empapadas. Vamos, te acompaño y después, me voy.

Me miró unos segundos, luego asintió. Caminamos un par de cuadras más y llegamos a lo que parecía una hostería.

𝑴𝒊 𝒎𝒂𝒆𝒔𝒕𝒓𝒂 𝒅𝒆 𝑰𝒕𝒂𝒍𝒊𝒂𝒏𝒐 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora