Capitolo undici - XI

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Dicen que después de la muerte no hay nada. Pasas de existir, a no ser nada, de ser una llamarada, a cenizas. Lo que hiciste, lo que no hiciste, tus sueños... todo se esfuma. No queda más que el recuerdo en la mente de las personas que tocaste; familia, amigos y si fuiste exitoso, quizás otros también te recuerden, pero... quizá, quizás no.

[...]

No logro entender como ayer compartíamos la misma habitación, el mismo aire y ahora... nada.

Lo siento Mamita, lamentó no haber podido despedirme de ti, perdóname.

Escuché su voz a lo lejos... me pedía que despertara y por un segundo creí que lo sucedido, había sido sólo un pesadilla. Que al despertar vería mi reflejo en sus ojos grises, pero me había equivocado, no era ella quien me llamaba.

Desperté y Michelle se encontraba al pie de la cama.

—Lamento despertarte, pero debemos irnos pronto y ni siquiera te has arreglado. ¿Te sientes mejor?—cuestionó.

No dije nada, solo asentí.
No quise decirle la verdad, no quise romper en llanto, no quería aceptar que me sentía rota cual muñeca de trapo. Me arreglé en silencio. Ni siquiera me miré al espejo... sabía que desde este momento odiaría el negro, odiaría los trajes, odiaría la muerte. Nunca había sentido tanto miedo de ir a un lugar como el que sentí, de camino a la funeraria. Ese lugar frío, silencioso y lleno de extraños... ese que mamá, tanto aborrecía.

Al entrar todo mi dolor se convirtió en rabia y se hizo un nudo en mi garganta.
Ella debía yacer en un ataúd, no en una caja.
Ella debía estar siendo velada sólo por sus seres queridos y no rodeada de desconocidos.
Ella debía estar en nuestra cálida casa y no en este frio sitio. Todo a mí alrededor era lo contrarío a lo que debía ser y él... tan tranquilo, recibiendo a todos, agradeciéndoles su apoyo.

—¡Hipócrita!—Quería gritarle que mamá merecía más que esto... más que esta mierda de despedida.
Quería golpearlo por no respetarla, por no respetar el deseo de ser enterrada junto a su padre. Ahora ella no podría compartir la misma tierra que él, estaría condenada a vivir en un estante más de la triste y desolada casa. Sería un objeto más como los que adornan las paredes o los muebles. —¿Qué monstruo tan despiadado tenías que ser, Ricardo?, ¿por qué tanto odio hacía ella, hacía tu esposa?, ¡por qué!

Me sentía un fantasma en ese lugar. Todos me daban el pésame y yo no decía nada. Michelle me preguntaba cada que podía si estaba bien y me limité a mover la cabeza cual robot de baterías. Sólo esperaba el momento de regresar a casa y llorar en brazos de Rossy... no quería, ni necesitaba a nadie más, sólo a ella.

—¿Por qué ella no estaba aquí?—Rossy, fue la mujer que cuidó de mi madre, cuándo sus padres fallecieron. —¡Ella debía estar aquí!, ¡merecía estar aquí!, ¿a caso él se lo había prohibido?

[...]

De todos los aquí presentes, el mayor extraño para mí... era mi propio padre, al que ya ni siquiera puedo llamar así. Tantas preguntas en mi cabeza me estaban asfixiando. Intenté levantarme del sofá, pero mis piernas no respondían. Mi cuerpo comenzaba a sentirse cada vez más pesado, mi respiración lenta y mi visión oscura.

—Stephanie—Otra vez era su vozAbre los ojos, por favor—Al obedecerla me encontré con la verde y profunda mirada de Chastain. —¿Por qué confundía su voz con la de mi madre?

—Me asustaste. ¿Te encuentras mejor?—Me habló con ternura.

—¿Qué pasó?, ¿seguimos en la funeraria?—Hice el intento de levantarme.

𝑴𝒊 𝒎𝒂𝒆𝒔𝒕𝒓𝒂 𝒅𝒆 𝑰𝒕𝒂𝒍𝒊𝒂𝒏𝒐 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora