4: Entrando al Palacio Imperial

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Esas hermosas pupilas negras que contenían tales emociones, comparadas con la apariencia sin espíritu de antes, lo hacían parecer mucho más ingenioso. Jing Shao simplemente sonrió, mirando impotente. Quería decirle que no fuera tan tímido, pero después de pensarlo, en su vida anterior, fue él quien se había negado a escucharlo. Arrogante y presumido, pensando que todos estaban por debajo de él, al final, sufrió un destino miserable. Después de todo, cuando una pared está a punto de derrumbarse, todos le darían un empujón. Pero aún así no pudo evitar sonreír.

—Su Alteza, hemos llegado a la entrada—. El eunuco Chun Xi anunció cortésmente, poco después, el sedán se detuvo y fue bajado. Normalmente, se les permitiría ingresar al palacio imperial interior en el sedán, sólo que hoy estaban haciendo una visita formal al palacio de la Emperatriz.

Por lo que debían cambiar el sedán por un carruaje imperial en la puerta de entrada. Rodeados de sirvientes del palacio en los cuatro lados del carruaje, los dos que estaban dentro ya no estaban dispuestos a hablar mucho.

Después de la asamblea de la corte de la mañana, el Emperador Hong Zheng fue al palacio Luan Yi de la Emperatriz. Junto con la Emperatriz Wu, los dos esperaban en el salón principal para encontrarse con la novia y el novio recién casados. A los cuarenta años, el Emperador Hong Zheng estaba en su mejor momento, era un Emperador calificado, tranquilo y sabio. Simplemente sentado allí, ejercía un aura imponente.

Al mirar a su padre imperial, que ahora era unos 12 años más joven, Jing Shao ocultó sus puños cerrados en las mangas de su túnica azul pálido, y luego fue abriendo sus manos lentamente para que él, junto con Mu Hanzhang, pudieran ofrecer respetuosamente al Emperador y a la Emperatriz sus saludos.

El Emperador Hong Zheng elogió a Jing Shao antes de impartir algunas palabras: —Ahora eres un adulto, de ahora en adelante, piensa antes de hablar y actuar. No quiero oír hablar de un incidente similar como el de la mesa de té de su Madre Emperatriz.

—Su hijo entiende, gracias Padre Imperial por su enseñanza—. Jing Shao respondió con indiferencia, su expresión obviamente mostraba su falta de voluntad para cumplir con lo que le habían dicho.

—En esta feliz ocasión, no lo culpe más Emperador—. La Emperatriz era naturalmente muy observadora, se rió rápidamente, ofreciéndole una manera de evitar la vergüenza. —Hoy podemos ver a nuestro nuero.

La doncella del palacio que estaba de pie a un lado, rápidamente colocó un cojín frente al Emperador y la Emperatriz. Mu Hanzhang dio un paso adelante, y se arrodilló para inclinarse ante el Emperador Hong Zheng, luego levantó una taza de té sobre la coronilla de su cabeza para ofrecer el té: —Padre Imperial, por favor, tome esta taza de té—. Todas sus acciones y manierismos estaban completamente, al cien por cien, a la altura de cómo deberían comportarse los caballeros literarios.

El Emperador Hong Zheng recibió el té, lo bebió con un movimiento suave y se echó a reír: —No esperaba que el segundo hijo de Mu Jin tuviera un carácter tan elegante—. Encantado, felizmente lo recompensó con un par de hojas de jade grueso.

—Gracias, Padre Imperial—. Mu Hanzhang expresó su agradecimiento ni con demasiada humildad ni con altivez. Girándose hacia un lado, repitió la muestra de cortesía y se arrodilló frente a la Emperatriz, ofreciéndole té.

La Emperatriz sonrió y tomó el té tranquilamente, sin ninguna prisa por permitirle levantarse, y después simplemente se giró para hablar con el Emperador: —Su majestad es muy perspicaz. Se dice que incluso antes de que el segundo hijo de Mu Jin cumpliera los diecisiete años, ya era una figura muy respetada entre los jóvenes nobles de la capital.

—¿Es eso así?—. Esta vez, el Emperador Hong Zheng parecía estar muy interesado, poder pasar el examen imperial a los diecisiete años era bastante raro. Y anteriormente, sólo había visto como una persona capaz de dar ese examen al hijo mayor del Marqués del Norte, pero nunca esperó que este apareciera. Este hombre era hijo de una concubina, una joya escondida. Ante ello, no pudo evitar sentir lástima, esta persona, si se le hubiera permitido tomar el examen imperial, ciertamente habría sido un individuo talentoso. El Marqués del Norte tendría buenos medios en el gobierno. Era realmente una lástima.

El flautista y el vaqueroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora