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Antes de que lean, ¿Cómo están?

 CAPÍTULO VEINTISIETE

Me detengo antes de que demos muchos pasos más.

—Yo no... mi cabeza en este momento no está para ningún tipo de juego.

—Lo necesitas— niego—. Sí, lo necesitas— él me observa mientras la indecisión llena mi rostro—. ¿Te acuerdas del día que llegaste cabreada, sin ninguna pregunta y sin siquiera poder hablar porque habías discutido con él?

—Sí.

—¿Lo que hicimos lo empeoró? — niego—. Déjame hacerlo de nuevo— lo miro por un par de segundos—. Puedes detenerme, Lianna, lo sabes.

—No quiero quedarme aturdida— le digo, recordando la sensación de aquella vez—. En serio, yo... estoy bien, solo...

—Habíamos quedado en que no habría más mentiras descaradas entre nosotros—me dice. Cruzo los brazos sobre mi pecho y lo observo—. Eso está mejor, prefiero que te pongas toda terca y testaruda conmigo a que parezcas un pollito mojado— dice—. Vamos, ¿Cuál es tu cuarto?— señalo la puerta de la izquierda y él la abre.

Suspiro aliviada al ver que dejé la habitación medianamente ordenada antes de irme al trabajo el sábado y que solo hay unos cuantos papeles dispersos en el escritorio.

Demian parece hacer una inspección rápida al cuarto luego de cerrar la puerta, e incluso se acerca a la ventana, que da a uno de los edificios del costado, con varias de las ventanas de los vecinos. Sin embargo, están lo suficientemente lejos como para que sea difícil ver lo que pasa.

—¿Todo en orden? — lo observo mientras él le da un vistazo a mi cama, con un acolchado de raso blanco. Lo conseguí en una rebaja y quedé enamorada, porque tiene volados que llegan casi al suelo, rodeando toda la cama y le da un aire sofisticado, en contraste con el resto de la habitación.

La primera vez que mi padre lo vio lo detestó y mi cabeza se queda por unos segundos en ese recuerdo antes de que el hombre de ojos verdes me hable.

—Lianna— la voz de Demian me hace aflojar los músculos tensos de mi rostro—. Se acabó, ¿Me entiendes? Necesito que pongas tu mente en esto —pasa los nudillos casi de forma imperceptible por mi pómulo izquierdo—. ¿Puedes hacer eso? — me obligo a asentir—. Usa las palabras, muñeca.

—Sí, puedo hacer eso... señor.

Intento que mi cerebro haga el cambio, que los pensamientos sobre mi padre pasen a la parte más retraída de mi mente para poder centrarme en esto y en Demian.

—Buena respuesta, muñeca— él me da una sonrisa cálida y lo veo caminar hacia la lámpara de noche que está a uno de los lados de la cama. La luz tenue y amarilla no destaca mucho, hasta que él se mueve hacia el interruptor de la luz general y la apaga. El cuarto queda iluminado levemente y nuestras sombras se reflejan en la pared opuesta a la cama. El cuerpo de Demian luce incluso más grande con juego de sombras en los relieves de su cuerpo—. ¿Tu palabra de seguridad?

—Sinestesia.

Él asiente.

—Algún día tendrás que decirme por qué la elegiste— saco mis ojos de los suyos—, pero no hoy— tomo una respiración profunda, mientras mi corazón bombea con fuerza, anhelando que él diga algo—. Quítate la ropa— la orden es clara y ejecutarla debería ser sencillo pero me lleva toda mi concentración llevar mis manos al borde de mi camiseta para sacarla y luego, bajar los pantalones. Demian me da una mirada paciente pero alentadora y yo termino de sacarme las bragas y el sostén. Cuando todo es un montón de ropa en el suelo, Demian se acerca hasta que sus manos tocan mis tetas, como si las estuviera sopesando. Presiona mis pezones sin mucha fuerza, pero lo suficiente como para que un leve ardor queme en la zona. La electricidad se dispara por todo mi pecho, bajando hasta mi abdomen. Demian juega con ellos por unos minutos, mientras yo no puedo despegar mis ojos de su rostro y la lujuria que expresan mientras observa mis tetas—. ¿Puedes desvestirme, muñeca? —asiento y él espera.

Sinestesia | ¡Pronto en físico! Donde viven las historias. Descúbrelo ahora