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LE DAN AMOR AL CAPÍTULO O KHE

CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

—Esto es incómodo—me quejo cuando me dejo caer en el asiento del coche, dando un respingo.

Demian no dice nada por unos segundos y después, sonríe.

Cabrón.

El disfraz resultó ser un maillot negro, bastante cavado y delgado, con una amplia gama de cosas a juego. Entre ellas, una vincha con orejitas de felpa negra y centro blanco. Mi collar... bueno, el collar que Demian me dio la primera noche que fuimos al club, tiene añadida una pequeña argolla de metal a la que seguramente pronto le añadirá una cadena y la parte conflictiva del asunto: la cola.

No puedes ser una linda gatita si no tienes una cola, muñeca, me dijo Demian antes de ponerme un plug con una larga cola de pelos, similar a la de un gato.

Si sobrevivo esta noche, voy a vengarme de algún modo.

—Yo creo que estás preciosa así—Demian me da una sonrisa divertida mientras enciende el coche y yo trato de acomodarme de alguna forma en la que mi culo no quede tan presionado sobre el asiento porque pareciera como si la cosa se enterrara más en mi ano.

—Lo dices porque no lo llevas puesto— murmuro.

Demian está vestido completamente de negro y luce intimidante. Caliente e intimidante. Da la apariencia de hombre duro, fuerte y capaz de hacerte poner de rodillas con solo una mirada, pero también luce como el tipo que podría sostenerte sobre su regazo por horas, sin cansarse.

—Eso nunca va a pasar—él se ríe y yo bufo—. Sé que estás pensando cómo vengarte por esto, mascota, pero será mejor que pienses bien en lo que vas a hacer porque habrá consecuencias.

—Yo jamás te haría nada, señor—parpadeo de forma inocente.

—¿Así como tampoco harías trampa con la alarma? —se mofa—. Déjame dudar de tu palabra, muñeca.

Resoplo y me saco algunos mechones de cabello de mis hombros.

—La alarma ya estaba apagada pero no me creíste—murmuro—, y me hiciste llorar.

—Soy un sádico hijo de puta, ¿No es así? —Demian detiene el coche en un semáforo.

—Yo no dije eso.

—Esa es la diferencia entre un castigo y un juego erótico, muñeca—dice —. No se supone que vayas a disfrutar plenamente de un castigo, pero esa misma actividad con otro tipo de estimulación puede ser divertida.

—¿A ti nunca te nalguearon, verdad?

Demian se ríe.

—Mi padre era un ruso conservador y yo un niño demasiado hiperactivo, ¿Cómo crees que se solucionaba? —no me da tiempo a responder, porque Demian cruza la calle y estaciona frente al club—. Vamos—él apaga el motor, baja del coche y yo tomo una respiración profunda antes de abrir la puerta. Mis pies se clavan en el suelo, sin abandonar el coche y Demian lo rodea, para inclinarse y mirarme—. ¿Qué ocurre?

—No estoy segura de poder entrar ahí disfrazada de gata—murmuro. El hombre apoya las manos en el techo del auto y me observa, sin decir nada—. ¿Qué haces?

—Esperando.

—¿A qué?— de nuevo, no dice nada y yo tomo un poco de aire antes de mirar hacia la puerta del club, donde puedo ver a una chica con disfraz de conejita, blanco y con detalles rosados, seguida por un hombre con traje oscuro. También hay un hombre con una máscara que imita a un perro y una mujer con una correa enganchada al collar de su cuello. Detrás, otros dos hombres vestidos con trajes formales, que parecen sacados de una empresa corporativa.

Sinestesia | ¡Pronto en físico! Donde viven las historias. Descúbrelo ahora