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CAPÍTULO DIEZ

Lianna.

Cuando finalmente me recompongo del temblor en el que se sumió mi cuerpo, Demian se levanta conmigo en brazos y me saca de la habitación. No sé dónde me está llevando, pero la verdad es que mi cabeza es un desastre de ruidos molestos y preguntas sin responder que me impiden detenerme a pensar detenidamente en todo esto.

Todavía no entiendo cómo lo soporte.

No te hizo daño.

Demian cruza el pasillo hasta el baño y cuando enciende la luz, me deja sobre mis pies. Apenas me sostengo con mis piernas temblorosas mientras me da la espalda por unos minutos y lo veo abrir el agua de la ducha al tiempo que yo me abrazo a mí misma en busca de calor.

Lo cierto es que cuando toda la adrenalina baja, el calor también lo hace y ahora, cualquier cosa que me toque se siente fría, incluso el aire. O tal vez estoy en shock, no lo sé.

—Ven, Lianna— lo miro y Demian mantiene un rostro inexpresivo aunque tranquilo, mientras espera a que de los pasos que nos separan. Es paciente, eso debo concedérselo. Cuando me detengo frente a su cuerpo, me da la mano para que entre la amplia bañera blanca y mi cuerpo queda rodeado de agua y gel de ducha cuando él me insta a sentarme—. No has dicho nada, ¿Estás bien? — yo asiento, sin hablar—. ¿Estás confundida?

—Si, bastante— murmuro.

Mantengo mis ojos en su rostro mientras intento descubrir el misterio detrás de la mirada más verde que vi en mi vida. Él se mueve con confianza por el lugar y vuelve con dos tarros que parecen productos para el cabello. ¿Va a bañarme? ¿Eso viene ahora? Recuerdo leer algunas cosas en internet sobre el aftercare o los cuidados posteriores a una sesión, pero daba a entender que sólo se llevaban a cabo en escenas de degradación o con impacto. Lo que hicimos nosotros ni siquiera debe merecer ser llamado escena, supongo.

Para Demian debe haber sido un chiste todo lo que ha hecho, mientras que a mí se me ha volado la cabeza, como si me hubieran arrancado una venda que no sabía que cubría mis ojos. En parte, me siento como aquellos hombres dentro de la Caverna, que plantea Platón. Estoy descubriendo un mundo nuevo, desconocido, pero que siempre estuvo allí, cerca.

—¿Tienes alguna pregunta? — niego. Él pone el cabezal del grifo en mi cabeza y la inclina levemente hacia atrás. El tacto es mucho más suave y cariñoso que antes, sin embargo, no puedo decir que haya sido brusco, porque sería mentir—. ¿Ninguna? Eso es extraño.

—Creo que dejaste sin palabras— murmuro, aprovechando que tengo los ojos cerrados y no debo mirarlo a la cara.

Demian no dice nada. Masajea mi cabello con el shampoo y luego lo enjuaga. Me aterra la confianza que le tengo, el sentimiento de que no me hará daño está presente en mi cabeza y a pesar de que lo conozco solo hace unos días, confío en él. Supongo que en parte es por cómo se ocupa de explicarme las cosas y dejar en claro todo. Sí, hay algo misterioso y oculto en él, pero también hay algo franco y honesto cada vez que habla. No miente, puedo verlo. Tal vez por eso acepté esto.

Luego, pasa una esponja por mi cuerpo. Mis pezones arden cuando frota la piel que estuvo atrapada por las pinzas, pero no es algo fuera de mi rango de tolerancia. De nuevo, mantengo mis ojos en su rostro.

Luce relajado, como una persona segura de lo que hace, sin un solo atisbo de dudas porque es algo metódico y él parece haberlo practicado cientos de veces. ¿A cuántas chicas habrá hecho pasar por esto? ¿Cuántas sumisas fueron puestas en esa cama, en el sofá y en esta bañera?

Antes de que pueda seguir pensando, me da una sonrisa leve.

—Ven— me ayuda a salir y me pasa una bata de felpa luego de secar mi cuerpo y comenzar a vaciar la bañera—. Tienes tu ropa en el cuarto— me recuerda—. Iré a preparar algo para comer. Cuando termines, ven a la cocina— él me mira por unos cuantos segundos y sale, dejándome sola.

Sinestesia | ¡Pronto en físico! Donde viven las historias. Descúbrelo ahora