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CAPITULO CUARENTA Y NUEVE

Algo cálido golpea contra mi nuca y me niego a abrir los ojos. Es demasiada la comodidad como para que siquiera lo intente. A pesar de que mis recuerdos son un poco vagos, sé que anoche Demian vino. Sé que me ayudó a darme un baño, porque apenas me mantenía de pie y el piso se movía a mi alrededor. Me acuerdo de sus ojos mirándome con tristeza y la mayoría de las cosas que dijo.

Dios, qué patética.

Realmente no entiendo cómo es que Demian siquiera tolera estar a mi alrededor después de anoche... y del resto de las noches. ¿El hombre no siente rechazo porque siempre termino llorando? O tal vez es lo suficientemente sádico como para disfrutar mis lágrimas.

No, sabes que no.

Pasan unos cuantos minutos hasta que Demian se mueve, siento su mano tocar mi rostro para sacar algunos mechones de cabello, pero sigo negada a moverme. Él suspira y su cuerpo abandona la cama.

Sabe que estoy despierta, lo sé. Probablemente sólo me está dando un poco de espacio. Cuando escucho que la puerta de mi habitación se cierra, suelto un suspiro. La cabeza me duele y siento la boca pastosa.

No debí aceptar las bebidas con Brass, demonios, pero lo necesitaba. Necesitaba soltar un poco mi lengua y confesarme con mi mejor amigo, decirle todo lo que pasó por mi cabeza los últimos días y soltarme un poco.

No planeaba seguir bebiendo cuando Brass se fue a la casa de Sam, para darme espacio y estar sola, pero... supongo que el vodka sobre la mesa de la cocina parecía bastante atractivo. Creo que una o dos horas después llegó Demian.

Me froto el rostro, recapitulando toda la secuencia. Nos sentamos en el sofá, luego yo me fui al piso, porque quería poner distancia. Demian preguntó si estaba enojada, le dije que no, aunque mentí. ¿Mentí? No, espera. Estaba enojada con su hermano, no con él. Luego... me ayudó a darme una ducha, nos metimos en la cama y confesé que dormía mejor con él. Dijo lo mismo. Luego, soltó que me quería y yo entré en pánico.

Espera, ¿Qué?

—Te quiero, muñeca— dijo anoche. Lo recuerdo, especialmente porque el pánico me invadió en ese momento hizo que lo que quedaba de alcohol en mi sistema se disipara. Yo no pude decírselo, no pude, aunque lo sienta, porque he logrado admitírmelo a mí misma, al menos.

No le he dicho te quiero a nadie, jamás. No de un modo romántico. Se lo he dicho a mis padres — y mira cómo han salido las cosas— también a Celia, la esposa de papá e incluso a Brass, pero... ¿Alguien más? No.

Suelto un suspiro y parpadeo varias veces, acostumbrándome a la luz solar que entra por la ventana. No es mucha, puesto hay un edificio enfrente que cubre bastante, pero, es un poco molesta.

Tragando saliva y tomando coraje, me impulso hasta estar sentada y hago una inspección rápida. No follamos, claro que no. Demian no es esa clase de hombre. Él no me tocaría un pelo a menos de que esté lo suficientemente consciente como para poder llamarlo consensuado. Lo dejó claro un montón de veces.

Mi habitación no tiene nada diferente, excepto por la camisa negra de Demian, colgada en el respaldo de la silla de mi escritorio individual. Sus zapatos y las medias también están ahí y todo está en ese orden meticuloso que lo caracteriza.

Sacando coraje de donde no hay, me destapo, salgo de la cama y me miro en el espejo que tengo en la habitación, para darme cuenta de lo obvio. Soy un desastre.

Soy un desastre, no puedes quererme.

Desastre y patética, ¿Algo más?

Agarro todo mi cabello y hago un moño, ya sin importarme. Abro la puerta tratando de no hacer ruido y me escabullo hasta el baño. Me mojo el rostro, me lavo los dientes e intento sacar los restos de sueño de mi cara, pero mis ojos siguen ligeramente enrojecidos. Abro la gaveta del baño y busco las gotas de colirio para intentar sacar las pequeñas venitas inflamadas de mis ojos.

Sinestesia | ¡Pronto en físico! Donde viven las historias. Descúbrelo ahora