CAPÍTULO TREINTA Y SIETE
El corazón me late con fuerza mientras Demian me observa, sentado desde el borde de la cama. Ha enganchado mis manos en una cadena que cuelga de una viga que atraviesa todo el techo y mis pies tienen una barra de metal delgada, con dos tobilleras anchas de cuero, que impiden que junte mis piernas.
Estoy completamente expuesta y vulnerable a lo que quiera a hacerme y sin embargo, la idea es tranquilizadora. No hay nada que pueda hacer y mi mente se relaja por eso. El hecho de no tener que preocuparme ni siquiera por mi seguridad es extremadamente calmante. Lo único que debo hacer es lo que él diga. No tengo que procesar nada, no tengo que anticiparme y la ansiedad deja de bullir en mi cerebro, volviéndose un murmullo lejano, casi inaudible.
Recuerdo que en los primeros años de la carrera, cuando estudiamos los distintos trastornos y patologías, también veíamos posibles formas de disminuir los efectos o combatirlas desde la psicología, sin que fuera necesario derivar a psiquiatría, para el uso de fármacos. La ansiedad es el exceso de pensamientos, el exceso de futuro y la incapacidad de detener la mente. De algún modo, estar restringida, sin hacer nada más que seguir órdenes es tranquilizador para una mente bulliciosa. Me obliga a concentrarme en Demian, en cómo expresa lo que quiere con palabras o con miradas y en cómo varía el tono, si hago las cosas bien o mal.
Todo lo demás pasa a un segundo plano.
—¿Por dónde vamos a empezar? — él está siendo retórico, ya que está mirando las cosas que quedaron sobre el colchón. Cuando, al parecer, decide qué hará conmigo, lo veo acercarse al estante, agarrar algo y llegar hasta mí con las pinzas para pezones y, contradictoriamente, me relajo. Al menos ya las conozco. Las otras cosas me... preocupan un poco más. También tiene un antifaz negro que no tarda mucho en estar cubriendo mis ojos. La negrura resulta extrañamente reconfortante.
Demian me toca, me besa y pasa su lengua por mi piel. Incluso roza sus dientes por las partes más sensibles de mis pechos, hasta que mis pezones se endurecen y pone las pinzas, que envían una punzada de placer doloroso por todo mi cuerpo.
Dijiste que no eras masoquista, Lianna. ¿El dolor te pone cachonda?
Demian hace lo que quiere conmigo. Sus manos recorren todo mi cuerpo, pellizcando mi piel lentamente y deslizándose entre mis piernas, haciéndome incluso más consciente de la humedad de mi cuerpo.
—Te estás sonrojando, mascota—la voz de Demian golpea mi oído y muerde ligeramente la parte baja de mi oreja. Suspiro entrecortadamente sin decir nada y lo único en lo que puedo centrarme en el movimiento lento y circular de sus dedos en mi clítoris. Me muevo, con la idea de alejarme... o acercarme, no estoy segura y él se detiene—. Quieta— Sus manos dejan de tocarme y puedo saber que se alejó por el ligero ruido de sus pasos. No ver me impide anticipar cualquier cosa y cuando regresa, no sé qué se trae entre manos, hasta que siento el zumbido ligero del vibrador acercándose a mi piel. Lo pasa por mis pechos, haciendo que las pinzas de metal hagan un leve tintineo mientras él lo desciende por mi abdomen, haciendo que me retuerza por las cosquillas que produce la vibración contra mi piel y cuando lo pone entre mis piernas, contengo la respiración de forma involuntaria. El toque sacude mi cuerpo, hace que mi pulso se acelere y mi garganta se seque.
Me vuelve loca, me toca, me provoca hasta que soy un amasijo tembloroso y nervioso, anhelando correrme. Las súplicas salen con demasiada facilidad una vez que tu cuerpo está tan caliente y necesitado que la vergüenza desaparece.
—Por favor... — el gemido lastimero se escapa de mi boca antes de que pueda controlarlo y Demian se detiene.
Nooooo. Sigue.
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Sinestesia | ¡Pronto en físico!
ChickLitSERIE SEKS, LIBRO #1 Lianna está a punto de terminar su carrera en psicología, pero su tesis es rechazada. En su intento por buscar información para abordar algún tema controversial, llega a Seks, un club sexual cuyo dueño parece dispuesto a darle u...