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CAPÍTULO SETENTA Y SEIS

Demian

Estoy en blanco.

Mi mente está en blanco.

Blanco, el color de la muerte.

Blanco, el color de la nieve.

Lianna me está mirando con dolor, pero no soy capaz de verla a la cara. Necesito protegerla, cuidarla, tratarla como se merece y no puedo... en este momento, no puedo.

Lo más sano es enviarla a casa, mantenerla lejos hasta que pueda estabilizarme y estar bien con ella.

—No quiero irme— dice. Sus uñas se clavan en mi brazo, por encima de la camisa y el abrigo. Me está agarrando con fuerza—, no quiero regresar a casa, quiero estar contigo— murmura.

—Necesito que te vayas— le digo— no puedo hacerme cargo de ti mientras intento... sobrellevar la situación familiar.

No puedo mirarla a la cara mientras lo digo, porque desde aquí puedo oler el dolor en el ambiente, entremezclado con la angustia por la muerte de mi padre.

—No soy una niña para que tengas que hacerte cargo de mí— me dice. Su voz tiembla—. Quiero estar aquí para ti, Demian, por favor— su mano aprieta la mía—, no me apartes.

—No puedo, Lianna— murmuro—, no llevo bien estas cosas, no seré una compañía agradable y quiero que estés lejos.

Me siento como una bomba a pocos segundos de explotar. Quiero a Lianna lejos, porque no quiero que se lleve todo el daño que conlleva mi explosión, cuando libere toda mi mierda. No quiero lastimarla, por eso, tiene que irse.

Alejarla de mí es lo más seguro para ella.

Me conozco; sé qué tanto puedo manejar y hoy... he llegado a un límite.

Ella me observa. Las lágrimas caen de sus ojos y las mías amenazan con salir, pero no lo hacen. No sé qué tanto se necesita para hacerme llorar, porque no recuerdo la última vez que sucedió.

—No fue tu culpa, Demian— dice—. Si hubiéramos estado aquí, si hubieras estado aquí, no hubieras podido hacer nada— respira entrecortadamente—. ¡No te castigues por algo que no es tu responsabilidad!

—Si lo es.

Claro que es mi responsabilidad. Debía estar aquí; no solo ayer, sino antes... debí obligarlo a cambiar, debí gritarle más fuerte y zarandearlo para que escuchara, debi...

—No, Demian— Lianna usa su tono conciliador que ha usado con mi padre todos estos días e intento que el agujero en mi pecho no se expanda—. No lo fue. No es tu responsabilidad, ni la de Viktor, ni la de nadie. Tu padre tomó sus propias decisiones.

Me giro para mirarla, conectando con sus ojos por primera vez en un buen rato y el nudo en mi garganta empeora.

—Lianna— pongo mis manos a cada lado de su rostro y paso mis pulgares por sus mejillas, sacando las lágrimas que caen de sus ojos—. Por favor, necesito que regreses a casa.

—No quiero, Demian.

Una parte de mí, quiere sonreír por su terquedad.

—Es lo mejor— insisto—, no puedo concentrarme en nosotros mientras... esto.

—No quiero que te concentres en nosotros— responde tercamente—, quiero que puedas llorar la muerte de tu padre y me dejes estar a tu lado mientras eso ocurre—ella pone sus manos en mis hombros—. No tienes que ser fuerte todo el tiempo, Demian, no conmigo— ella jadea por aire y yo tenso la mandíbula, mientras mi cerebro es incapaz de procesar sus palabras—. Yo... sé que eres dominante, ¿Bien? Sé que crees que tienes que estar controlado todo el tiempo, que debes tener las riendas en tus manos constantemente, pero está bien si cedes, está bien si quieres ser débil— insiste—, pero no me alejes, por favor, no me alejes.

Sinestesia | ¡Pronto en físico! Donde viven las historias. Descúbrelo ahora