38 - Por qué te llevó Dios y te quitó de mí.

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Viernes, 20 diciembre de 2030, Madrid.

En cuanto las puertas del Audi se cerraron y Sam condujo fuera de la parcela de Flavio, recordó algo.

- Me cago en mi vida.

Flavio, de copiloto, la miró mientras se ponía el cinturón y ajustaba el asiento a su medida y gusto.

- ¿Qué pasa?

- Estaba esperando un paquete de Amazon que llegaba hoy, no vamos a estar en casa.

Flavio bufó, pensando que sería algo más grave, aunque tampoco fuera moco de pavo. Cuando una empresa de reparto dice que te va a llevar un paquete entre una hora y otra, aparecerá en un momento del día totalmente distinto, teniéndote anclado a casa todo el día, pendiente del telefonillo, esperando un paquete que no va a llegar.

- Te tocará reclamarlo – le dijo, sin ser de gran ayuda. - ¿Qué era?

- El regalo de Alex.

El murciano apartó la mirada de su urbanización, de la cuál estaban saliendo en ese momento, y la posó de nuevo en ella, sorprendido, pero quizá no tanto.

- No me mires así, el otro día fue el cumple de Sara y también le llevé un regalo.

- ¿Qué le has comprado a Alex?

- Una tontería.

Flavio chistó, completamente convencido de que de tontería no tenía nada.

Iban de camino al hospital con intención de llegar sobre las doce de la mañana. Era la hora en la que los distintos médicos de cada especialidad se reunían de uno en uno con los padres de los niños que estaban ingresados para informarles de cómo iba avanzando la enfermedad de sus hijos. Era una hora difícil para todos, para los padres porque podían recibir noticias que no deseaban, y para los niños porque aunque pudieran ver a sus familiares, no podían regresar a casa con ellos, no todavía.

Ese momento duraba cerca de una hora, y era el tiempo que ellos aprovechaban, normalmente una vez por semana y casi siempre en viernes, para visitar a los niños, jugar con ellos, a veces cantarles, distraerlos. No era una planta especializada en un solo tipo de cáncer: Alex tenía leucemia, Gabriel padecía linfoma de Hodgkin, Laura sufría un cáncer cerebral con metástasis en la espina dorsal y Sara, que era la favorita de Flavio aunque el chico lo negara, padecía el mismo cáncer que él, Sarcoma de Ewing. Samantha sabía que empatizaba con esa niña de siete años porque aunque en distintos grados y con distinta intensidad, estaban pasando por lo mismo, su sufrimiento tenía un mismo nombre. El de Flavio en la columna, el de ella en la pierna, pero no dejaba de ser lo mismo.

- No fastidies que te has gastado este dinero en un dinosaurio – exclamó Flavio, mientras Samantha enfilaba la M-30.

Le había tendido su teléfono para que viera el link que tenía guardado a la página de Amazon donde había comprado el regalo para Alex.

Alex era un niño de siete años, de Alcobendas, loco por los dinosaurios, capaz de nombrarte todas las características concretas de cada uno, sin errar uno solo de sus nombres. Le apasionaba también el Atlético de Madrid, el ballet y coleccionaba Super Things. Todo su afán era curarse para que pudiera crecerle de nuevo el pelo porque su madre le había prometido que le dejaría teñírselo de amarillo y rosa.

- A mí me regalaste un libro de Paulo Coelho, Samantha – se quejó Flavio, pero consiguió que Samantha riera. – No te rías, ni siquiera me gusta cómo escribe ese hombre.

- ¿Quieres un dinosaurio tú también, cariño?

Flavio bloqueó el teléfono y se lo dejó en el regazo para no distraer a la chica mientras conducía.

UN POCO DE FEBRERO... y todo septiembre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora