Por segunda vez ese día, Samantha se subió a un coche que no era suyo.
Había decidido decir que sí a la cerveza que Flavio le ofrecía. El problema que siempre tenía, y se había dado cuenta de ello después de tener que poner punto final a su relación con Jaume, era que sus parejas eran sus mejores amigos, y al perderlo, los perdía a los dos: al amigo y al amante. Le había pasado en sus dos últimas relaciones y en ambas lo único que le había quedado después era un vacío que no había llenado todavía con nada ni con nadie. Por eso contestó que sí, que se tomaría una caña con él, porque sentía que necesitaba retomar el contacto con alguien que la había conocido hasta en el más mínimo detalle, más incluso que ella a sí misma, sentir que romper la relación no significaba perder la amistad.
Se cambió de ropa por enésima vez ese día y se puso lo mismo que para la comida con Jaume a cuenta de no romperse la cabeza buscando cosas que combinaran, pero el pelo fue recogido en coleta y los labios quedaron desnudos, sin pintar, al igual que el resto del rostro.
La comida con su ahora ex le había instalado una extraña sensación en el pecho, y tenía a partes iguales ganas de llorar y de salir corriendo. Había días en los que sentía que la casa se le caía encima sin tenerlo a él a su lado después de más de tres años viviendo juntos y se había dado cuenta de que de tanto en cuando se le cruzaban pensamientos fugaces de que a su edad ya no iba a encontrar a nadie, e intentaba por todos los medios borrarlos con la misma facilidad con la que llegaban.
Flavio aparcó frente a la dirección que Samantha le había mandado por WhatsApp y llegó puntual de más, cinco minutos antes de la hora. No salió del coche hasta que la vio aparecer por el portal de su edificio, aún lloviendo a cántaros, para abrirle la puerta del copiloto.
- ¡No salgas! ¡Que llueve a mares! - le gritó Samantha, tapándose el pelo con el bolso aunque llevara el paraguas colgándole del codo e instándole con la mano libre a que entrara de nuevo al coche.
No levantó la mirada hasta que se halló dentro del Audi rojo y de nueva matriculación. Cuando lo hizo, Flavio le devolvía la mirada con una sonrisa discreta en la boca, las cejas alzadas, expectante. La sonrisa se le contagió también a ella, natural y sincera, y al mismo tiempo, se acercaron para darse dos besos.
- Qué guapo estás - le dijo, a modo de saludo. Él se sorprendió por el piropo, y se puso el cinturón. Ella hizo lo propio. - ¿Coche de alquiler?
- No, es mío.
Metió marchas y salió de allí con cuidado de no rozarlo con los bolardos de la calle. Después dijo algo que Samantha no se habría esperado.
- He vuelto a Madrid.
Giró a la derecha, cambió de marcha, intermitente, giró a izquierda. Samantha parpadeó rápidamente, tratando de encajar la noticia, porque implicaba tantas cosas que no sabía por dónde empezar.
- ¿Tú sólo?
En la mirada que Flavio le dedicó en el escaso segundo en que apartó sus ojos de la carretera se podía leer si eso era lo que más le importaba.
- Has hablado en singular - se justificó ella, que no tenía ningún interés personal en que Flavio volviera a Madrid o no. - ¿Qué ha pasado?
- No se te escapa una...
Siguió conduciendo y todo quedó en el aire, pendiente de sentarse cara a cara y poder ponerse al día, pero Flavio tenía razón: a Samantha no se le escapaba una. Tampoco se le escapó que ya no llevaba el anillo de casado.
Hacía escasos veinte días, cuando se habían encontrado en Sevilla en la Gala de los Goya, lo llevaba, resplandeciente y orgulloso en el anular. Hasta le había dedicado la estatuilla a su mujer. Algo muy grave debía haber pasado para que en veinte días hubiera decidido mudarse a Madrid sin Graciela y comprarse un coche matriculado en Europa, señal de que pensaba quedarse una larga temporada.
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UN POCO DE FEBRERO... y todo septiembre.
FanfictionHan pasado diez años desde que finalizó la edición más surrealista de Operación Triunfo y la vida no ha sido igual de dulce para unos que para otros. Diez años después del boom que supuso su paso por el programa, Samantha se reencuentra con un Flavi...