26 - Cada día tengo más claro que hemos nacido para encontrarnos.

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Samantha no quemó la cocina de su amigo simple y llanamente porque el chico le prohibió tocar nada, lo cual tampoco era muy complicado porque la valenciana desconocía dónde estaban las cosas en esa casa.

Comieron tarde pero comieron bien porque finalmente fue Flavio quien cocinó, algo rápido pero sabroso, y ella prometió que se encargaría de lavar los platos. Se habían quedado en la cocina porque el murciano no tenía costumbre de comer en el salón porque casi siempre comía solo, y al terminar, ninguno de los se levantó.

- Samanzi, te toca recoger la mesa – le recordó él, golpeándole en la espalda repetidas veces en un gesto condescendiente.

La chica le apartó la mano de un manotazo y le lanzó una mirada asesina.

- Acho, perdóname, no me acordaba.

- Empezamos mal, Flavio, así empezamos mal.

Cogió su plato, su vaso y sus cubiertos, única y exclusivamente, y los dejó en el fregadero mientras escuchaba la risa divertida de Flavio al comprobar que había cosas que no cambiaban por muchos años que pasaran. A Sam no le gustaba que le dieran golpecitos en la espalda, y él lo sabía, sólo era cuestión de ir redescubriéndose otra vez.

- Oye, ¿y esto? – le señaló a su plato y sus cubiertos y la chica se encogió de hombros, fingiendo estar enfadada.

- ¿Sabes que no puedes poner a los invitados a fregar? ¿Qué anfitrión de mierda eres?

- Samanziii que estoy muy cansado, pofavoo’.

Le miró: estiraba los brazos al aire como un perezoso saliendo de su agujero al tiempo que bostezaba sin pudor. ¿Cuál fue la reacción de ella?

- Pero qué guapete – murmuró.

Se acercó a él, que no había bajado los brazos sino que los mantenía abiertos esperándola, y se colocó cerquita de él para que pudiera rodearla. Le acarició la nuca, mirando sus ojitos desde esa altura, y muriéndose de amor. Con la otra mano le agarró de la cara y le espachurró los mofletes, haciéndole poner una carita de pez bastante graciosa.

- Mira qué bebé – Flavio intentó reírse y quitársela de encima pero no pudo. Nunca había podido y esta vez no iba a ser diferente. – Si friego los platos, me tienes que enseñar las canciones que has dicho antes.

- ¡Oye! – le soltó la cara y él volvió a golpear su espalda, sin querer. – Friega y estrenamos la cafetera. No la he abierto todavía.

Flavio no tenía, en esa enorme y modernísima cocina, lavavajillas, así que mientras Sam fregaba los escasos utensilios que se habían ensuciado al cocinar y al comer, Flavio sacó el paquete que la chica había llevado a su casa y que, efectivamente, estaba intacto.

Le observó quitar los precintos con cuidado y apartar la primera caja de cartón de envío de Amazon, sacar la segunda caja donde ya se encontraba la cafetera y mirarla por todos los ángulos antes de abrirla también.

- Flavio, ¿puedes ser más lento?

Podía, y de hecho, lo hizo más a posta, fingiendo que sus movimientos estaban grabados en cámara lenta sólo para ponerla más nerviosa. Samantha le salpicó con el agua del grifo y entre risas, ella terminó de fregar y él terminó de desembalar el regalo. Cuando sacó por fin la cafetera, esbozó un gesto de falsa sorpresa.

- ¡Qué guay! ¡No me lo esperaba, justo lo que quería!

La valenciana puso los ojos en blanco y esperó pacientemente a que sacara todas las piezas de sus bolsas y las pusiera sobre la mesa. Durante uno instantes, ninguno de los dos dijo nada.

UN POCO DE FEBRERO... y todo septiembre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora