41 - El miedo a pensarlo vuelve a alejarme de ti.

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Al entrar al salón, Samantha vio que Flavio no estaba solo, estaba rodeado de amigos, y lloraba de la risa. Se sostenía la barriga, los mofletes le dolían de tanto reír y hasta se secaba los lagrimales ante alguna broma que la valenciana no había llegado a escuchar. Reía tanto que ni siquiera la escuchó llegar.

Había mucha gente en ese salón: estaban, por supuesto, los de siempre. Estaba Mai, sentada a su lado, y Eva había ido sola. Bruno y Hugo no faltaban, también estaba Nicolás, el representante de Flavio, y parte de su banda que más que su banda eran sus hermanos. Se quitó el abrigo, el bolso, se sacó los zapatos a patadas y se acercó a ellos. Eran cerca de las siete de la tarde, y había varias cervezas vacías en la mesita de té.

- ¿Y esta reunión improvisada de la que no se me ha avisado? – inquirió la valenciana.

Eva se levantó para abrazarla y uno a uno fue repartiendo saludos hasta llegar junto a Flavio, al que besó en los labios antes de sentarse a su lado.

- ¿Dónde estabas? – le preguntó el murciano, haciéndola hueco y alcanzándole una bebida.

- Si hubiera sabido que veníais no habría salido – respondió ella en general, hablándole a todos.

Flavio no insistió, pero no le pasó desapercibido la evasiva tan poco sutil de la chica.

La reunión sí que había sido improvisada. Sabían que en dos días le operaban y algunos habían pedido verle antes de pasar por quirófano. Unos habían llamado a otros y al final aquello parecía una reunión para despedirse de él.

- Pues sí – afirmó Flavio. – Parece que estáis aquí porque pensáis que me voy a morir.

- Ay, Flavio, fillo – se quejó Eva. – Lo que queremos es saber qué nos vas a dejar en herencia.

El salón al completo se echó a reír.

- Bueno, tengo una madre y una hermana con un hijo que están por delante de vosotros… Y todavía tengo dos mujeres que complacer – bromeó, refiriéndose a la valenciana y al divorcio que aún no le habían firmado. – Así que imagino que os puedo dar algún gemelo de alguna camisa.

- Qué tío rata – se burló Maialen. – Yo quiero los anillos de señora mayor que te pones a veces.

- Será hija de puta – murmuró Bruno. – Pues yo me pido el piano.

- Y yo la Yamaha negra que sacaste el otro día – añadió uno de sus músicos. – La de 4.000€ eh, no la de la tómbola.

- ¿Y tú? – le preguntó Flavio a una divertida Samantha. - ¿Qué quieres tú?

Los allí presentes la miraron expectantes.

- Va a decir una burrada, la estoy viendo venir – advirtió Hugo.

Samantha se echó a reír.

- No puedo decirlo en público.

Se escuchó un abucheo generalizado como si la media de edad fuera de quince años en vez de treinta y dos y se alzó un coro de “que lo diga, que lo diga”.

- Se va a pedir el nepe – dijo Maialen, como si la leyera el pensamiento.

- No – rebatió Flavio mirándola. – Yo sé lo que va a pedir.

A la valenciana le entró la risa.

- Illo, tampoco hace falta desvelar secretos de alcoba…

- ¡Yo sí quiero saberlo! ¡Se va a pedir el nepe!

Samantha se llevó la bebida a los labios y miró a Flavio, retándole a acertar.

- La lengua – susurró un Flavio algo muerto de vergüenza. – Y los dedos.

UN POCO DE FEBRERO... y todo septiembre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora