45 - ¿Y si mañana es demasiado tarde?

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Samantha supo que recordaría ese momento toda su vida.

Cuando tuviera cincuenta, setenta, ochenta y nueve años. Cuando el alzhéimer atacara su cuerpo y su cerebro y no recordara ni su nombre, sabía que se acordaría de aquella tarde de un ocho de mayo en la que el mundo se tambaleó bajo sus pies. Y supo que seguramente no recordaría los detalles: qué llevaba puesto, las palabras exactas que le dijeron, la temperatura de la habitación, quienes estaban allí con ella. Pero recordaría las sensaciones, el golpe seco al estómago que supuso la noticia, el frío que le recorrió la espina dorsal, el peso del arrepentimiento cayendo con fuerza sobre sus hombros. Aquello iba a ser muy difícil de olvidar.
Que alguien esté familiarizado con algo no implica que se haga inmune a ello. Samantha había vivido todas las hospitalizaciones de Flavio hasta la fecha, pero por muchas veces que el chico necesitara asistencia médica, nunca iba a dejar de dársele la vuelta el estómago ante noticias así.

Candela cogió el teléfono por ella porque no podía, le temblaban tanto las manos que no parecían suyas, y puso la conversación en altavoz para poder gestionar ella lo que fuera que estaba pasando.

- Lola, soy Candela, estoy con Sam. ¿Qué ha pasado?

La puerta se abrió y alguien de sonido indicó que faltaban quince minutos, pero nadie le hizo caso.

- He llamado a una ambulancia – dijo Lola, lloraba y hablaba al mismo tiempo. – Ha empezado a sentirse mal de golpe y decía que no podía respirar y se me ha caído redondo al suelo...

No pudo seguir hablando. Candela, sin romper el contacto visual con su representada, no supo qué decir.

- Voy para allá – consiguió articular la rubia.

Ignoró la mirada breve y lacerante de su representante, pero Lola suspiró y pudo imaginarla limpiándose las lágrimas.

- Pero si empiezas el concierto enseguida, cariño.

- No hay concierto, Lola.

- Sam... - intervino Candela.

- ¿Estáis en el Clínico?

- Sí, pero están en quirófano. Llevo veinte minutos esperando a que alguien me diga algo.

Las rodillas le fallaron y sólo consiguió sentarse en la silla giratoria que había en el camerino por pura coincidencia.

- Llama a sus padres, diles que bajen – le pidió Candela al mismo técnico de sonido. – Que los teloneros alarguen. Dame quince minutos más.

- Candela, el repertorio...

- ¡Vamos!

Salió de allí corriendo y Candela centró su atención en Samantha, que intentaba quitarse la petaca de los in-ears ella sola tirando de los cables sin cuidado.

- Lola, te llamamos en un rato – le dijo ella misma, con el teléfono todavía en la mano, y colgó. – Sam, tranquila.

Nadie, nunca, se ha tranquilizado al escuchar esa palabra, y Sam tampoco lo hizo. Siguió tirando del cable, que iba por debajo del body pegado con cinta aislante para que no se le desatara en toda la noche, y sintió que se arrancaba las tiras a contrapelo arrancándose el vello al mismo tiempo.

- Quítame esto y dame un coche – exigió.

Se puso en pie y se desabrochó la falda porque no sabía por dónde sacarse el maldito cable. Candela vio que ni siquiera había arrancado a llorar, pero no dejaban de temblarle las manos.

- Sam, siéntate, espera un momento, vamos a plantear la situación con calma.

La puerta volvió a abrirse como un vendaval y por ella aparecieron sus padres y Débora, con la expresión facial desencajada y los ojos abiertos esperando encontrar allí una masacre.

UN POCO DE FEBRERO... y todo septiembre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora