50 - No me imagino con nadie que no seas tú.

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Viernes, 4 de julio de 2031, Beniarrés.

En el pueblo ya hacía ese calor, ese que invitaba a pasar horas muertas al sol en el césped como una lagartija y a remojo en la piscina para soportar los más de treinta grados que marcaba el termómetro ya.

En ese momento, la lagartija era ella. Ya sentía la piel sudorosa, ese sudor natural por exponerte al sol, tumbada en la toalla en el jardín trasero de la casa que su hermana se había comprado hacía pocos años, con piscina y barbacoa. La prefería a la piscina municipal a la que acudía todo el pueblo porque ya asociaba Beniarrés con descanso y privacidad. Sólo bajaba al pueblo cuando necesitaba desconectar de la gran urbe en la que vivía y mal vivía en los últimos meses. Ir al pueblo era para ella sinónimo de dormir ocho horas sin despertador ni preocupaciones, de ser de nuevo la que ya no era, desconocida, la misma de siempre. La piscina de su hermana le daba la privacidad que no tenía la pública, y aunque recordaría siempre con cariño los miles de momentos que había pasado con sus amigos, ahora necesitaba esa calma.

No escuchaba prácticamente nada porque se había quitado los audífonos. Entraba y salía del agua cada vez que sentía que el calor se volvía algo asfixiante y no quería estar pendiente de no mojarlos, así que apenas escuchaba el jolgorio de su sobrina jugando con su padre y su abuela en el agua o el tintineo de los platos y vasos que Débora y Juan iban colocando en la mesita debajo de la pérgola. Y allí estaba ella, sin hacer nada. Y qué bien sentaba.

No escuchó cuando le avisaron que la mesa ya estaba puesta, y su familia pensó que se había quedado dormida. Boca abajo, vestida sólo con el bikini y la crema solar ya totalmente absorbida por su piel, se doraba bajo los rayos del sol en un descanso bien merecido. Todavía le quedaban la mitad de las fechas de la gira y aquella pausa era necesaria. Candela también había sabido verlo cuando le dijo que no le pusiera nada de promoción esa semana porque no iba a estar. Había grabado infinidad de entrevistas entre concierto y concierto que no se habían emitido todavía, había muchísima promoción que tenía que emitirse todavía y prefería permitirse el lujo de un retiro espiritual de al menos cuatro días para ver a su familia. Aunque allí faltara alguien.

- ¿Dónde está Flavio?

Había sido su padre quien se lo había preguntado sin tapujos al verla llegar el miércoles por la mañana. Les avisó sólo el día de antes de que iría para allá, que tenía unos días e iba a ir a verlos, pero no dio más explicaciones y ellos no quisieron preguntar por qué hablaba en singular refiriéndose sólo a sí misma. Cuando aparcó el coche frente a la que había sido su casa de la infancia, Juan abrió la puerta y preguntó por su yerno después de darle un largo abrazo y dejarle pasar al interior de la vivienda. Su madre salió de la cocina en ese momento, porque era la hora de comer y había llegado prácticamente a mesa puesta.

Les dedicó una mirada, algo asfixiada por el cambio en la densidad del aire, mucho más seco en Madrid, y se encogió de hombros.

Aquello ya lo habían vivido. Ya había vivido una vez el momento de ponerse delante de sus padres y decirles que Flavio no iba a volver a esa casa porque habían roto. Que no le esperaran para comer nunca más los domingos, ni le hicieran un hueco en casa en verano. Y ellos ya habían visto ese rostro, ese que mostraba una sonrisa triste y rota con una pena inmensa en la mirada mientras intentaba decirles con todo el tacto del que era capaz lo que había pasado, como si quisiera ahorrarles a ellos también el mal trago, sabiendo cuánto querían al chico.

- No va a venir – reconoció. – No estamos... bien. Ya no estamos juntos.

La cara de Juan fue para enmarcarla. Ni siquiera le dio tiempo a pensar que su hija estuviera bromeando porque la expresión de ella tampoco dejaba lugar a dudas. Con aquello no se bromeaba, y la evidencia más grande era que Flavio no estaba por ninguna parte. No estaba aparcando y llegaría más tarde. No vendría en un par de días porque tenía compromisos. No iba a volver.

UN POCO DE FEBRERO... y todo septiembre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora