PRÓLOGO.

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Un día cualquiera de Septiembre de 2031, Madrid.

La casa de Flavio siempre le había resultado un simple reflejo de su personalidad: acogedora, organizada y llena de detalles.

Samantha había disfrutado mucho de todos los momentos que había vivido allí, aunque las circunstancias nunca hubieran estado de su lado. Le gustaba que las bombillas fueran de luz cálida y no de luz blanca porque teñían de un cariz especial todas las estancias. Que no hubiera moqueta porque guardaban muchos ácaros y que el sofá del salón fuera de tres plazas y de color blanco y, sobre todo, que no mirara a una pantalla de televisión sino al piano de cola que Flavio había tocado casi todas las noches. El centro de su vida había sido ese piano y no podía no ser el centro de su hogar.

Pero sobre todo, sobre todas las cosas, le gustaba subir de noche la escalera hacia el segundo piso con los pies descalzos contra el parqué tratando de hacer el más mínimo ruido, entrar al dormitorio, meterse en la cama y acurrucarse contra su cuerpo caliente, algunas veces dormido sin camisa y en ropa interior, otras aún despierto con la lámpara de la mesita de noche encendida dejándose las pestañas en nuevas composiciones. Jamás podría olvidar esa sensación, esa de saber con total certeza que perteneces a un lugar y que nadie va a quitártelo.

Hasta que te lo quitan.

El estruendo que hicieron las llaves al caer contra el suelo de parquét fue lo único que le sacó de su ensimismamiento. Aún tenía el llavero que su hermana le había traído de Lisboa hacía más de quince años, desvaído y medio roto.

Colgó las llaves junto a la puerta y miró esa escalera, y sintió que esa sensación de calidez se desvanecía. Era como olvidar una voz, es muy difícil volver a recordarla. Y sin darse cuenta, descubrió nuevos miedos, al tiempo que se quitaba el abrigo y lo colgaba en el perchero de la entrada. ¿Y si olvidaba su voz? Y no se refería a sus canciones, que podría escuchar siempre que quisiera, sino a todo lo demás, a todo lo que él le había dicho alguna vez en su vida. Flavio tenía un tono de voz particular para hablar con Samantha que no usaba con nadie más. ¿Y si se olvidaba de aquello? ¿Y si olvidaba la sensación de plenitud al meterse con él en la cama y besarle el cuello antes de dormir? ¿Cómo podía congelarse un recuerdo?

- Escríbelo todo- le había aconsejado él hacía meses-. Escríbelo todo, es la única manera de sacártelo de dentro y de no olvidarlo nunca, porque lo expresarás con tus palabras, y tus palabras te llevarán a esos momentos, y las sensaciones que acompañaron a esos momentos vendrán solas.

Samantha suspiró.

Hacía meses que no escribía nada en absoluto. Había decidido de manera consciente desobedecer su consejo e ignoraba cualquier conato de necesidad que se le planteaba en el día a día. No quería más muestras de que aquello se había acabado, ni pintar realidades falsas en un intento de sublimación de la tristeza. Sabía que si cogía el bolígrafo, sería desgarradoramente franca, y nadie, ni mucho menos ella misma, estaría preparada para poner voz a aquello, así que decidió que no tenía ningún sentido escribir algo que nadie iba a leer nunca.

Y empezó a embotar, y embotar y embotar, como un niño pequeño que se empeña en llenar un globo de agua hasta ahogarlo y esperar que no estalle. El globo de Samantha llevaba lleno desde hacía semanas, pero la gotita de agua la buscó ella misma sin planteárselo siquiera aquella noche de septiembre.

La bombilla se le iluminó con un recuerdo fugaz.

No se molestó en colocar la compra y subió al segundo piso con rapidez, haciendo memoria con cada escalón que remontaba. Flavio era muy cuidadoso con sus pertenencias y muy organizado con absolutamente todo, pero a Samantha le llevó unos minutos averiguar dónde podría haber guardado el chico los objetos que aún conservaba de su paso por la academia.

UN POCO DE FEBRERO... y todo septiembre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora