17 - Que no te asuste mi destino.

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Jueves, 4 de abril de 2030, Barcelona.

No tenía término medio: o dormía demasiado, tanto que no escuchaba la alarma del teléfono, o no dormía nada, como había sido el caso de esa noche.

Después de darse una ducha y tomarse un paracetamol con un buen vaso de agua, había intentando conciliar el sueño tratando de quedarse con las partes buenas de ese reencuentro, pero la noticia que le había dado Flavio acababa de opacar a todo lo demás. Barcelona siempre le iba a recordar a él, y ahora más que nunca.

Consiguió quedarse dormida por puro agotamiento mental consecuencia de los mil escenarios distintos que se estaba montando en la cabeza, preguntándose a sí misma mil cosas que no podía contestar ella y que probablemente nadie tuviera la respuesta. Si no se había despertado a mitad de la noche tres veces, no lo había hecho ninguna. La última de esas veces, al mirar el reloj, comprobó que faltaban sólo treinta minutos para que sonara el despertador, por lo que no intentó volver a conciliar el sueño, simplemente se mantuvo mirando el techo, con el pelo ya seco y completamente despeinado, con los brazos y las piernas extendidos bajo las sábanas como si fuera una estrella de mar. Se sentía sola, y no sólo sola, sino abandonada. Sentía que no estaba en el lugar donde debía estar, que algo le sobraba por dentro, que alguien le había entregado una carga que no le correspondía llevar sobre sus hombros y por una milésima de segundo, deseó que Flavio no le hubiera dicho nada. Lo cierto era que había sido ella quien había insistido en saber la verdad, pero ahora que la sabía, prefería no hacerlo. Se vivía mejor en el desconocimiento pleno. Y mientras dejaba que pasaran los minutos, y escuchaba puertas abrirse y cerrarse al otro lado de la suya, sintió cómo empezaba a llorar porque las lágrimas caían libres por sus sienes hasta mojar su pelo sin que tratara de impedirlo o secarlas. Y no se movió de esa postura, como congelada en el tiempo, totalmente paralizada pero con la mente a mil por hora.

Eran algo más de las ocho y media cuando bajó a desayunar, harta de mirar el techo pensando en la conversación que había tenido por la noche con Flavio. Gracias a Dios, el reencuentro de OT2020 acababa ese día y lo único que tenían que hacer era desayunar, hacerse un par de fotos de promoción, y regresar cada uno a sus casas.

Mientras se vestía hizo balance de lo que habían supuesto esos escasos tres días: había vuelto a ver a gente que no le interesó en su momento y que no le interesaba tampoco ahora, gente con la que sabía que la relación se iba a volver a perder para siempre una vez ese reencuentro acabara. Aún les quedaban las labores de promoción una vez todo estuviera montado y editado para emitir en televisión, pero seguramente tendría alguna excusa bajo la manga en caso de que Gestmusic quisiera tirar de ella para entrevistas o comunicados. Durante esos días se había divertido, le había gustado las sesiones de cervezada nocturna con sus compañeros en los que se podía olvidar de la vida que llevaba en Madrid, con la cual no estaba del todo contenta. A base de recordar el pasado, era muy fácil olvidarse del presente. Se había reencontrado con gente que llevaba tiempo sin ver y que de verdad apreciaba, habían cantando, habían aprovechado para ir a la playa y se había dado una alegría para el cuerpo, aunque le hubiera durado poco. Lo puso en una balanza y si hacía una semana le hubieran dicho que iba a bajar al último desayuno con un nudo en la garganta y queriendo meterse bajo las sábanas y no salir nunca más, no se lo habría creído.
Antes de entrar al comedor ya podía oír el estruendo.

Vio que Eva y Maialen estaban juntas en la misma mesa, donde Bruno dejaba también un café recién hecho. Había un servicio más, a medio usar, que Sam pudo comprobar que se trataba de Flavio cuando el chico regresó a su silla con una tostada más y un yogur. Quedaba uno libre, seguramente se lo estuvieran guardando a ella.

Respiró hondo y se acercó a esa mesa, pensando en cómo la mesa de Jesús y Rafa podía ser tan ruidosa.

- ¿Es para mí? – preguntó, señalando la silla vacía.

UN POCO DE FEBRERO... y todo septiembre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora