35 - Un día más viejo.

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Domingo, 30 de junio de 2030, Madrid.

Todo lo que ocurre en la vida tiene un detonante.

Aunque en el momento en que lo estamos viviendo no sabemos cuál es esa fuerza que nos lleva a hacer lo que vamos a hacer, la hay. Es sólo con el paso del tiempo que somos capaces de reconocerlo.

Samantha supo que no iba a olvidar el treinta cumpleaños de Flavio nunca, jamás, por muchas cosas que sucedieran después, así fuera si el chico se curaba o no.

Y supo que lo iba a recordar por tres razones, tres detonantes.

El primero ocurrió al despertar aquel treinta de junio de 2030.

Consiguió volver a dormir la noche anterior. Tiró el cigarrillo a la calle desde el balcón del salón y regresó a la cama con su novio, que aún en sueños se abrazó a ella como un náufrago a una tabla que le cae del cielo en medio de un mar de aguas turbulentas. Así se sentía exactamente ella para él, como su tabla de salvación. La vida de Flavio no estaba vacía, nunca lo había estado, pero era innegable que ella la había llenado con cosas de las que él ni siquiera sabía que carecía, le había aportado cosas de las que ahora no se veía capaz de prescindir. Y era muy complicado asumir que eres el pilar de alguien, porque no te da oportunidad a flaquear. No podía rendirse, porque él caería con ella también. Y saberlo le causaba más ansiedad que la gira que le esperaba en un par de meses. La hacía sentir importante; que alguien dependa de ti aunque sea un poquito te hace sentir valiosa, pero también tremendamente frágil. En sueños, Flavio besó su hombro y pasó una pierna por encima de las de ella, que se dejó enredar con su cuerpo porque aquella sensación no se comparaba con nada. Era vísperas de verano y podía sentir la cálida piel de sus piernas, de sus brazos desnudos rodeando su cuerpo. Flavio siempre estaba caliente y su tacto siempre era sedoso. Antes de caer de nuevo en los brazos de Morfeo se dio cuenta de que podía sentir el latido del corazón de su chico clavado contra su brazo, en aquella postura en la que no existía el espacio personal. Y sintiendo ese bombeo consiguió conciliar de nuevo el sueño.

El primero en despertar fue él. El sol le golpeaba de lleno la cara: otra vez había olvidado bajar la persiana… Miró el teléfono y comprobó que ni siquiera eran las ocho de la mañana, y no se escuchaba un solo ruido en casa, lo cuál era extraño porque a esas horas Lola ya solía estar levantada. “Debe estar cansada de ayer”, pensó Flavio, desperezándose cuan largo era y observando la espalda de Samantha y su pelo rubio desparramado por la almohada. Llevaba un pijama de verano en tonos anaranjados: un pequeño pantalón holgado y una camiseta de tirantes, pero se tapaba con una sábana hasta la cintura.

Seguía dormida cuando Flavio cogió la sábana y se metió debajo de ella para buscar el contacto con el cuerpo de la valenciana. No podía entender cómo podía taparse estando casi en verano, pero descubrió al rozar su brazo y buscar un hueco para acariciar su vientre que la piel de la chica estaba algo fría. Eran dos polos opuestos realmente, por eso dormir juntos era algo tan reconfortante, tan complementario.

- Si no me tapo me pueden secuestrar los monstruos de debajo de la cama – le había dicho Sam en ocasiones hacía años, a modo de broma.

A Flavio le hacía gracia que a veces fuera tan infantil y que se pudiera conjugar tan bien en una misma persona tantas personalidades sin que éstas entraran en conflicto. Le gustaba esa Samantha aniñada, le gustaba la Samantha creativa que componía con una sensibilidad mayúscula, le gustaba la Samantha adulta que te hablaba de IRPF, multas de tráfico y tratamientos médicos, le gustaba la Samantha refunfuñona, la dócil y la Samantha sexual. Le gustaba que la chica despertara entre sus brazos, se diera la vuelta con el sueño aún pegado en las pestañas y que con el velo del mundo inconsciente nublándole la realidad, le mirara y sonriera de manera automática. Qué bonito era despertarse al lado de alguien que te arranca una sonrisa, y qué placentero es que te miren y sonrían antes de haber dicho tan siquiera buenos días.

UN POCO DE FEBRERO... y todo septiembre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora