Barcelona siempre había significado mucho para ellos, y era un lugar que siempre iban a recordar con cariño.
Samantha había publicado una canción que se llamaba BCN en su segundo CD, y Flavio había grabado algunos de sus mejores videoclips paseando por la ciudad como un recuerdo eterno de lo bien que le habían tratado allí.
Pero para no engañarse, lo cierto era que, cada vez que habían vuelto, se habían acordado del otro, de esos días de desconexión de los que disfrutaron cuando acabó el concurso. Flavio siempre se iba a acordar de la desilusión que sintió al saber que la noche de la Gala Final debía dormir también en la Academia porque estaba deseando de salir y poder ver a Samantha, saber cómo había pasado ella la última semana, poder hablar largo y tendido sin mascarillas ni miradas indiscretas. Esos días, paseando por las calles de Barcelona, conociendo sus rincones y disfrutando por primera vez de su relación, sin confinamientos ni ordenadores de por medio, había sido como empezar algo de verdad. La recordaba feliz, recordaba haber pasado su brazo por sus hombros y haber caminado junto a ella orgulloso de lo que tenían, fuera lo que fuera. Barcelona siempre le iba a recordar un poco a Samantha, y aunque ella todavía no lo supiera, ya nunca podría volver a la ciudad condal sin acordarse de Flavio.
Allí, aquella noche, comenzó a hacer frío.
Y ese frío se le metió a la valenciana dentro y ya no pudo sacárselo nunca.
Para ser una noche de marzo, el paseo marítimo, donde les habían llevado sus pasos de manera inconsciente, como guiados por algo que no controlaban ninguno de los dos, estaba sorprendente vacío, y reinaba una cierta calma que no se podía esperar de una ciudad como Barcelona. “Será porque es entre semana”, pensó Samantha, achacando a ello la ausencia de jóvenes disfrutando de los primeros días de primavera.
No era tan tarde, pero sí que era cierto que la una de la madrugada de un miércoles no eran horas adecuadas para que los chiquillos anduviesen por la calle.
Caminaba junto a Flavio, pero lo hacían en silencio.
No era un silencio cómodo, no pretendía engañar a nadie. Mantener un silencio cómodo con una persona implica un grado de confianza que ellos habían tenido de sobra, pero en esa ocasión había un interrogante en el aire y era innegable que ninguno de los dos sabía cómo empezar. Samantha estaba segura de que Flavio quería que lo hiciera ella, porque siempre había sido así, pero ella no tenía nada que decir ni llevaba meses escondiéndole nada. El murciano podría decir lo que quisiera, pero la chica había tardado minutos en ver que algo no marchaba bien al encontrárselo en el teatro aquel lejano día de enero.
Pero durante unos minutos lo único que hicieron fue caminar.
Algunos restaurantes con terraza con vistas al mar estaban echando el cierre. Se estaban apagando los neones de algunos establecimientos. Parejas tomadas de la mano regresaban a casa y Samantha miró sus propias manos, vacías. Trató de evitar mirar las de Flavio, o habría sido tan fácil como sumar dos más dos.
Suspiró.
Cruzó los brazos bajo el pecho y miró al cielo.
Hacía frío y había luna llena.
- Hay luna llena- dijo, rompiendo el silencio.
De los dos, Samantha siempre había sido esa persona a la que le encantaba mirar al cielo y enseñárselo a los demás. Flavio emitió un sonidito gutural como diciendo que sí, que tenía ojos en la cara para verlo él mismo.
- ¿Sabes que la Luna tiene una atmósfera muy débil y que la temperatura allí puede bajar hasta los menos 233 grados centígrados y en los días más calurosos puede subir a los 123?
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UN POCO DE FEBRERO... y todo septiembre.
Hayran KurguHan pasado diez años desde que finalizó la edición más surrealista de Operación Triunfo y la vida no ha sido igual de dulce para unos que para otros. Diez años después del boom que supuso su paso por el programa, Samantha se reencuentra con un Flavi...