Martes, 2 de abril de 2030, Barcelona.
Despertó con el sonido de una llamada entrante.
Tardó un par de segundos en recabar información suficiente para discernir dónde se encontraba. El tacto de las sábanas la reconfortó, duro pero suave al mismo tiempo, cálido, sin una arruga.
Cogió el teléfono: era Maialen y eran las ocho y media de la mañana.
- ¿Qué quieres? - le espetó al teléfono nada más descolgar, con la voz pastosa.
- ¡Buenos días, Titi! - le gritó la otra, jovial y fresca como una lechuga. - ¿Bajas a desayunar?
- Son las ocho y media, Maialen Gurbindo y hoy grabamos por la tarde.
- Nos vamos a la playa unos cuantos, ¿te acuerdas?
- Bueno, la playa seguirá allí a las once. ¿A quién coño se le ocurre ir tan temprano, con el frío que debe hacer todavía?
- Emmm... a ti, Titi. ¿No te acuerdas?
Aquello la desveló del todo. ¿Cuándo había dicho eso ella? ¿Y cuántas cervezas había terminado tomándose anoche?
La verdad era que se había divertido. De los pocos que habían ido, se habían juntado unos buenos cómicos, y toda la noche entre cervezas, tapas y algún copazo que cayó después, la pasaron entre risas. Gèrard no había perdido ni un ápice de su sentido del humor elegante e inteligente, y el humor absurdo de Rafa era el contrapunto perfecto. Hugo no cenó casi nada, y eso era algo que no había cambiado en diez años, pero recordaba haberse reído mucho con ellos, y hacía tiempo que no lo pasaba tan bien. Puede que fuera por eso que la lengua se le soltara y empezara a proponer planes como una loca.
- ¿Por qué me dejáis hablar cuando bebo?
- Tienes casi cuarenta años, Samantha, no eres un bebé, baja aquí ahora mismo a desayunar.
- Maialen... Me has dicho... que tengo casi... treinta años más diez.
- Cuarenta, Titi, he dicho cuareeeeentaaaaa. Te estoy metiendo las tostadas ya, eh. Baja rápido o se van a quedar correosas como una zapatilla. Aguuuuuuuur.
Y colgó.
A las nueve en punto, la chica estaba en el comedor. El hotel había habilitado una gran sala de conferencias transformada en sala multiusos para ellos. Durante la mañana allí se colocarían los desayunos y la zona de maquillaje y peluquería, que se encontraba vacía porque todavía no habían tenido que hacer uso de ella, pero ya se podían ver un par de focos y taburetes altos montados en una esquina. Y el desayuno, que era bufet, tenía de todo.
Maialen le hizo un gesto a Samantha cuando la vio entrar para indicarle que tenía un sitio en su mesa, donde también se encontraba Bruno y Eva. Parecían el Trío La-La-Lá las tres. Le mostró un ok con la mano viendo que había otras tres mesas más montadas, todas de cinco plazas, y que algunos servicios ya estaban usados, señal de que algunos ya había desayunado.
- Qué prisas tiene la gente - pensó en voz alta Samantha.
- Buenos días, Sam.
Sintió el beso que Anajú depositó en su mejilla y el cachete que le daba en el culo y le dedicó una mirada pícara.
- Anajúúúúú, que me pongo tontorrona.
- Tía, aquí hay de todo, no sé qué coger.
Ambas cogieron un plato, y fueron desplazándose a lo largo de las islas de frío y caliente. Bacon, huevos revueltos, salchichas, huevos cocidos, pescado con un olor demasiado fuerte, judías, jamón, embutidos varios, tablas de quesos a montones, una cantidad asombrosa de exuberante fruta, tres tipos de zumo, infusiones, cuatro tipos de leche, y lo que más le llamó la atención a Sam: había salmón ahumado y cava. En un desayuno.
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UN POCO DE FEBRERO... y todo septiembre.
FanfictionHan pasado diez años desde que finalizó la edición más surrealista de Operación Triunfo y la vida no ha sido igual de dulce para unos que para otros. Diez años después del boom que supuso su paso por el programa, Samantha se reencuentra con un Flavi...