64 - Yo quiero. Si tú quieres. Conmigo.

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Abril

Los mellizos serían por siempre el orgullo de Flavio. No porque ellos le convirtieran en padre, no porque con ellos cumpliera un sueño al que durante un tiempo sintió que se vería abocado a renunciar, ni porque desde el momento que los sostuvo entre sus brazos, el amor que ya sentía por ellos fue creciendo hasta convertirse en algo inexplicable o estratosférico. Nada de eso.

Lo fueron porque, el muy gilipollas, acertó en todo.

Habían hecho una apuesta.

Así eran.

Durante los primeros meses de embarazo, Samantha descubrió que Flavio se había aficionado a leer de manera compulsiva información sobre embarazos, gestaciones y partos múltiples. Había leído tanto que ya estaba harta de escucharle, abrumada de que para cada situación y cada momento tuviera un dato o una estadística que arrojar. Ni siquiera ella, que era hipocondriaca de manual, estaba leyendo tantísimas cosas. Después del primer embarazo fallido, saber demasiado era algo que le sentaba peor que no saber nada. Entre Flavio y su ginecóloga, sabía que estaba en buenas manos.

Sin embargo, no fue un hecho aislado que se ciñera a los primeros meses. Todo el embarazo fue así. Se convirtió en una persona más protectora de lo que ya era y estaba más pendiente de ella de lo que lo había estado siempre. A Samantha no le faltaba de nada y a sus dos garbancillos menos aún. La verdad era, y la valenciana no tenía ningún problema en reconocerlo, que tanta atención no era para ella algo negativo en absoluto, al contrario.

La balanza de esa apuesta se decantó por Flavio desde bien temprano.

El chico estaba convencido de que lo que esperaban eran niño y niña, mientras que Samantha defendía que serían dos niños. Estaba tan convencida de ello que en los cuatro primeros meses que se mantuvo la incógnita del sexo de los bebés, no se molestó en pensar en nombres de niña porque no los iban a necesitar.

Primer error.

La ecografía, esa que habían olvidado en Madrid y que debían haber llevado a Beniarrés, no había arrojado luz al sexo, pero sí lo hizo la siguiente. Fueron con toda la ilusión del mundo a esa cita, comentando con su doctora cómo se iba sintiendo, qué sensaciones le pasaban por el cuerpo y qué preocupaciones la inquietaban, la atormentaban y la perturbaban. Cuando la doctora desapareció dentro de la pequeña salita en la que se encontraba la máquina ecográfica, los dos futuros padres se miraron.

- Empieza el juego - dijo Samantha.

Tendió una mano a su novio y éste fingió que se escupía en ella para después estrechársela con fuerza. Entraron a la sala y se pusieron en manos del equipo.

Cada apuesta tenía su recompensa.

Para empezar, quien acertara el sexo de los bebés, tenía derecho a escoger los nombres. Los dos.

- He ganado, Samanzi, no te puedes negar.

Salieron de la clínica caminando unos centímetros por encima del suelo, casi como si flotaran fruto de la ilusión. Samantha portaba en sus manos la ecografía en la que por fin se veía que lo que esperaban eran niño y niña. Flavio había ganado. Otra cosa muy distinta era que Samantha cediera.

- ¿Qué no? Te digo yo a ti que sí.

- No me hagas redactar unas bases del juego...

- Flavio, no pienso llamar a mi hija Catalina. Te pongas como te pongas.

Cogieron el coche, de vuelta a casa, y el tema se silenció mientras se ataban los cinturones y se incorporaban a la circulación.

Con la ecografía en el regazo, Samantha pensó que en el fondo el nombre era lo de menos. Cuando le dijera a su padre que venía la parejita, se iba a morir de ilusión.

UN POCO DE FEBRERO... y todo septiembre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora