Lunes, 30 junio de 2031, Madrid.
- ¿Dónde coño estás, illa?
Samantha bajó el volumen de la tele y pausó el documental que estaba intentando ver en Netflix sobre asesinos en serie y no mintió a Hugo, que parecía haberse hecho amigo de alguna botella con demasiados grados para su pequeño cuerpo.
- En mi casa – reconoció. - ¿Dónde voy a estar?
- ¿Y qué coño haces que no estás aquí?
- ¿Mai? – miró el teléfono para comprobar qué número la estaba llamando. – No lo tendréis en altavoz, ¿no?
- Deja de tocarte la seta y ven aquí de una vez – insistió Hugo. – Llevamos toda la tarde esperándote.
La valenciana respiró hondo, hundida en su sofá con las luces del salón apagadas dejando que la tele le quemara las retinas. Una pizza mordisqueada de la que le iba a sobrar la mitad se enfriaba en la mesita de té y más allá, en la pared de la cocina, veía que el reloj indicaba que ya eran las nueve y diez de la noche.
- Son las nueve de la noche – les dijo. – ¿Dónde voy a estas horas? Lleváis desde las cuatro de la tarde bebiendo, no pienso hacer de taxista a un par de borrachos.
- Yo he venido con Brunífero – contestó Maialen, y Samantha no supo si estaba borracha porque ella estaba siempre igual de contenta. – Ya tendrías que estar aquí, Titi.
- Mai, ya os he dicho que me disculparais con Flavio por no poder ir.
- ¿Cómo que por no poder ir? Si no estás haciendo nada.
- Sam, nos quedan dos botellas de ginebra y yo no puedo solo con tanto alcohol. Ven y ayúdame o mi hígado no va a soportar tanto – le pidió Hugo. – Y felicitas al muchacho a la cara, que vaya mierda de mensaje seco y rancio le has mandado esta mañana.
Colgó, y Samantha concedió que Hugo tenía razón: el mensaje había sido totalmente impersonal, como cuando felicitas a un compañero de trabajo por compromiso. Flavio ni siquiera lo había respondido aunque lo había leído al instante.
La invitación formal a su cumpleaños empezaba a las cinco de la tarde. Se había encargado de abrir y limpiar la piscina y algunos como Eva o Mai y Bruno llevaban con él toda la tarde, primero disfrutando del agua y después cenando en la barbacoa que llevaban meses sin usar. Samantha había decidido no ir porque no soportaba ir a su casa como una invitada más. Era su casa, aunque Flavio dijera que no pero sí, según le conviniera. No podía soportar ese ir y venir ni moverse según él quisiera que se moviera. Si el chico quería arreglar las cosas, no iba a hacerlo en su cumpleaños con otras diez personas en casa. Eso tenían que hablarlo en la intimidad, y era algo que ese día no iban a tener.
Y durante todo el día, Samantha no dejó de pensar en cómo estaban hacía un año. Aquella noche del día 29 en que había contado los minutos y los segundos que faltaban para las doce, para ser la primera en felicitarlo en medio de besos y susurros, metidos en su cama de noventa en su Murcia natal, enamorados como adolescentes a los que no les han roto nunca el corazón. Había sido un año de mierda, pero momentos como ese habían hecho que mereciera la pena.
Ahora, sin embargo, no hubo felicitación susurrada, sólo un mensaje tardío y ridículo. Casi quiso abofetearse a sí misma cuando lo envió; si Flavio le hubiera mandado un mensaje así, seguramente le habría partido la cara.
Miró el reloj: las nueve y media de la noche. Tenía que ducharse, sacar el coche del garaje y conducir hasta Pozuelo, lo cual le llevaba sus buenos treinta minutos. En ningún caso iba a tardar menos de una hora en llegar, y ya sería demasiado tarde para presentarse allí. Además, ni siquiera tenía llaves. Ni regalo.
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UN POCO DE FEBRERO... y todo septiembre.
ФанфикHan pasado diez años desde que finalizó la edición más surrealista de Operación Triunfo y la vida no ha sido igual de dulce para unos que para otros. Diez años después del boom que supuso su paso por el programa, Samantha se reencuentra con un Flavi...