Jueves, 18 de abril de 2030, Madrid.
Al tercer día Jesucristo resucitó de entre los muertos y al cuarto a Samantha se le acabó la paciencia.
Se devanó los sesos por recordar el domicilio de Flavio antes de salir de casa y poder meterle la dirección al GPS. Salió del garaje con cuidado de no rozar los espejos y comprobó que llevaba la caja perfectamente envuelta en los asientos traseros.
Durante todo el camino fue pensando en qué le diría cuando le abriera la puerta. No habían vuelto a verse desde el lunes de la biopsia en el que les habían fotografiado besándose para después dejarse claro el uno al otro que no querían nada serio, que la relación que fuera que fueran a construir a partir de ese momento tenía que fundamentarse en la confianza, el apoyo mutuo y en la amistad más pura y desprovista de tensiones de cualquier índole.
Consiguió entrar a la urbanización después de presentar de nuevo el DNI y optó por preguntarle al segurata cuál de todas esas casas exactamente iguales era la de Flavio, y debió de caerle en gracia, porque sólo le faltó salirse de la garita para llevarla él mismo.
Fuera como fuese, eran algo más de las once de la mañana cuando aparcó el coche frente a la verja metálica que separaba la calle de la parcela de Flavio. Cual fue su sorpresa al ver que estaba abierta, sólo un resquicio, pero lo suficiente para empujarla y que se abriera por completo.
Recogió la caja de los asientos traseros y se colocó la riñonera en el pecho, colándose al jardín sin llamar al timbre exterior. Respiró hondo al comprobar que el chico estaba en casa porque su flamante Audi rojo estaba aparcado dentro, junto a la puerta de entrada a la vivienda.
Era un día claro, soleado, aún bastante frío pero se dejaba sentir en el ambiente las ganas de la primavera por estallar de un momento a otro. Y el jardín del chico era enorme, de un verdor que resultaba casi artificial y que olía a campo, a naturaleza, y no urbe madrileña.
Se arregló el pelo con la mano libre, sin saber por qué ni para qué, y llamó al timbre sin detenerse más tiempo en pensar en su aspecto porque no entendía por qué estaba haciendo eso. Y además se había maquillado. "Es para que el chico no se asuste con tus ojeras, es por eso", pensó, autoconvenciéndose. Pero no pudo evitar ponerse nerviosa cuando escuchó los pasos de Flavio al otro lado de la puerta.
Un segundo después esta se abrió, y si Flavio no se sorprendió de encontrarla allí fue sólo porque la había visto antes por la mirilla y le había dado tiempo a controlar sus expresiones faciales. Aun así, Samantha no terminó de sonreír al darle los buenos días porque el rostro del chico no acompañaba. Estaba inusitadamente serio.
- ¿Qué haces aquí? - preguntó el murciano sin moverse de la puerta, algo cohibido. - ¿Habíamos quedado? ¿No me jodas que aparte de cáncer también estoy perdiendo la memoria?
Samantha no supo si estaba intentando hacer una broma de mal gusto pero la verdad fue que no le hizo ni puta gracia escucharle hablar así.
- Habríamos quedado si me hubieras contestado los mensajes - respondió ella, igual de mordaz que él.- ¿Estás bien? Te fuiste a Murcia y no hemos sabido nada de ti nadie.
- Bueno, todo lo bien que se puede estar dadas las circunstancias... He empezado la quimio y...
Samantha levantó la mano que le quedaba libre, su carita deformada en un gesto de sorpresa mayúsculo, la boca en forma de "o". Parecía un meme.
- ¿Perdona? - inquirió. - ¿Y no pensabas decirme nada? - no le dejó contestar.- ¿Y se puede saber por qué me tienes en la puerta? Esto pesa como un muerto.
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UN POCO DE FEBRERO... y todo septiembre.
Fiksi PenggemarHan pasado diez años desde que finalizó la edición más surrealista de Operación Triunfo y la vida no ha sido igual de dulce para unos que para otros. Diez años después del boom que supuso su paso por el programa, Samantha se reencuentra con un Flavi...