25 - Hay que esperar y te espero.

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Viernes, 3 de mayo de 2030, Madrid.

Flavio la estaba esperando en la puerta cuando Samantha llegó frente a su casa.

Recordar la última vez que había estado allí le traía recuerdos amargos, pero se le olvidaron rápidamente cuando el murciano se subió al coche con una sonrisa tímida.

- Buenos días – la saludó, poniéndose el cinturón. – Qué puntual.

Habían quedado a las nueve y las nueve eran. Samantha alzó las cejas en un gesto altanero.

- Soy una persona nueva, Flavio Augusto. Ahora no llego tarde nunca a mis citas.

- Pues venga, arranca o llegaré tarde yo.

- No sé ir.

- Ya lo sé.

Parecía algo acordado: las escasas veces que habían ido en coche a algún sitio, ninguno de los dos abría la boca los primeros minutos de conducción. Samantha se limitaba a obedecer a las indicaciones que el chico le daba: carril izquierdo, tercera salida, incorporación… Entraron en una amplia avenida y el tráfico se ralentizó un poco pese a que iba bastante fluído. Sam se dio cuenta de que a Flavio seguía gustándole verla conducir, pues no dejaba de observarla a medida que le iba dando las indicaciones, y lo hacía sin poner el gps.

- Te lo sabes de memoria ya – advirtió Samantha.

- Qué remedio.

Cuando se sacó el carnet, el muchacho se convirtió en una de esas personas que llevaba el código de la DGT por bandera, y le ponía muy nervioso que Samantha condujera con una mano, siempre la reñía. Pero en esta ocasión, cuando la rubia soltó la mano derecha del volante y buscó la suya izquierda, no dijo ni mu. Entrelazó sus dedos con los de ella y los apretó con fuerza.

- ¿Cuántas sesiones llevas?

- Esta es la segunda, pero he tenido que ir varios días más para hacerme análisis de sangre y ajustarme la medicación.

- ¿Te ingresan?

El chico sonrió.

- No, un par de horas y me mandan a casa – Sam le soltó la mano porque la necesitaba para conducir. - ¿Tienes prisa? Puedo volverme en taxi.

- Ninguna. Me he cogido el día entero.

Vio por el rabillo del ojo que Flavio sonreía mirando a la carretera y apreció que estaba de buen humor para ir de camino al hospital a inyectarse un montón de medicamentos tóxicos a las nueve de la mañana.

- ¿Viniste solo a la primera sesión?

Le hubiera gustado apartar la mirada de la carretera y poder mirarle a él, pero no quería ser imprudente. Aún así, el silencio que Flavio guardó durante unos segundos habló por sí solo.

- Agradezco que me dijeras que sí cuando te pedí que vinieras conmigo el otro día… Pero no tienes que dejar de lado el trabajo por mí. Sé que estás hasta arriba con el CD…

- Maialen también conduce – le interrumpió ella.- Y Eva. Y hasta Hugo. Y los colegas de la banda también.

- Ya lo sé…

- Lo que quiero decirte es que hay mucha gente que está dispuesta a acompañarte, Flavio, no sólo yo. Yo no soportaría venir a estos sitios sola. Si de mi dependiera, tú tampoco pasarías por esto solo.

No tardó mucho más en atisbar a lo lejos la gran fachada de la clínica en la que se estaba tratando, y un par de minutos después ya habían aparcado. Ver de nuevo ese parking le recordó al beso bajo la lluvia y cómo se había ido torciendo todo poco a poco a partir de ese momento. Apagó el coche y entraron juntos al hospital.

UN POCO DE FEBRERO... y todo septiembre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora