56 - Y nos buscaremos en esta vida y en la otra.

2.8K 198 97
                                    

Jueves, 25 de septiembre de 2031, Madrid.

Con septiembre, llegaron las lluvias.

Bea regresó a Murcia porque además de hermana, también era madre, y su hijo de tan sólo dos años y medio necesitaba a su madre, y ella necesitaba a su hijo. Dentro de unos días, además, acababan sus vacaciones y ni siquiera había podido disfrutar de ellas en condiciones con su familia. Todos los años acostumbraba a pasar entre una semana y quince días en Polonia con la familia de su marido y ese año era algo que no podrían hacer hasta navidades.

Lola, sin embargo, no se movió de allí. Samantha no la vio llorar en los treinta y cuatro días que llevaba en casa con ella. No sabía si lo hacía en privado, en soledad, pero nunca en público y jamás delante de ella. La cuidaba como si fuera su hija, se encargaba de cocinar para las dos, mantenía la casa limpia, le hacía compañía y le regalaba lo más importante: apoyo y consuelo.

Con el mes de septiembre llegaron las lluvias, pero también los recuerdos. Los momentos favoritos del día de Samantha eran los últimos, cuando al otro lado de la ventana ya era de noche, la temperatura había descendido y el ocaso del día lo cubría todo de una sensación de intimidad impuesta. Después de cenar, ninguna de las dos acudía inmediatamente a las habitaciones, sino que se sentaban en el sofá, aunque Samantha no pudiera mirarlo nunca más con los mismos ojos después de lo que había pasado allí con Flavio, y compartían unos momentos viendo alguna comedia española o francesa con la que poner la mente en blanco y reír frívolamente ante las desgracias de otras personas. Al llegar los créditos, también llegaban los recuerdos, y Samantha encontraba una tranquilidad y una paz en escuchar a su suegra hablar de Flavio de pequeño que no encontraba en nada más en el mundo.

Posaba en ella toda su atención cuando le relataba anécdotas de su infancia, de cómo siempre se quejaba de que algo le dolía o le molestaba: que si fiebre, que si anginas, que si la tripa, que si... Pensó que le había tocado un hijo hipocondríaco, pero lo que tenía era mala suerte y siempre era el primero en coger las gripes, los virus estomacales, los piojos y los constipados en el colegio.

- El carácter de un niño empieza a forjarse antes de lo que piensas, y te vas a dar cuenta enseguida de cómo va a ser tu hijo – le dijo, con tranquilidad, mirando una tele en negro. – Incluso antes de que hablen, cuando te pidan teta, cuando intentes peinarlos y no se dejen, cuando te empeñes en ponerles los zapatos y ellos en quitárselos. Flavio siempre fue muy bueno, era un ángel... pero yo supe que mi hijo sería así, como es, desde que le miré a los ojos el primer día. Supe que sería bondadoso, despierto, afable, introspectivo, reflexivo, un poco tozudo, autosuficiente.

- ¿Tenías miedo?

- ¿De qué?

- De todo – se encogió de hombros. – Me da miedo que sea mala persona.

- No concibo un hogar más lleno de amor y devoción que el vuestro, Samantha.

La valenciana puso los ojos en blanco, pero sólo de manera figurada, no literal. Si Lola supiera las cosas que se habían dicho y hecho en ese salón hacía cuatro meses... quizá su opinión fuera distinta.

- Si después de todo lo que has pasado con mi hijo, sigues aquí, sólo es indicador de una cosa. Y Flavio no ha querido a nadie como a ti. Pero eso ya lo sabes. Lo único que tenéis que hacer es respetaros el uno al otro, y trataros con cariño. No sirve de nada que le digas a tu hijo que no grite si te ve gritar a ti. Del mismo modo, un niño no va a saber tener empatía por el mundo que le rodea si no la tienen con él. Tu hijo no va a ser más que un reflejo de lo que vea en vosotros.

Amor y devoción, respeto y cariño, empatía.

Y si algo trajo septiembre, aparte de lluvia y recuerdos, fueron lágrimas.

UN POCO DE FEBRERO... y todo septiembre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora