47 - Todo de ti es todo.

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Jueves, 26 de junio de 2031, Madrid. 

Sevilla la recibió con treinta y ocho grados y una humedad del carajo.

Apresurada, pues todo había surgido sobre la marcha, tanto ella como todo su equipo, se desplazaron hacia la capital de Andalucía para montar un show en menos de un día. Para los fans fue un alivio enterarse de que no les iban a suspender el concierto como había pasado con los de Murcia y Marbella y que no sería necesario devolverles el dinero. Y Candela también suspiró aliviada pero profundamente preocupada cuando Samantha la llamó sólo un par de horas después de haber recibido una confusa llamada de Flavio.

- ¿Qué ha pasado? – le preguntó.

Había acudido a su piso porque Samantha la había citado allí y el simple hecho de que estuviera en el piso del centro y no en el chalet de Pozuelo ya era indicador suficiente de que algo no iba bien.

- No sé lo que ha pasado – reconoció, sentándose con pesar en la mesa de la cocina. – Pero nos vamos a Sevilla. No canceléis nada. De nada. La gira se acaba, y los que cancelamos hasta ahora recolocadlos cuando se pueda. ¿No quedaban unos días vacíos en julio? Pues los podemos montar ahí. Si hace mucho calor lo siento. Que se refresquen con mangueras.

- Samantha, ¿qué ha pasado? ¿Estás bien?

- No, Candela, no. No estoy bien – exclamó. – Flavio me ha echado de su casa. Hemos discutido y hemos roto, creo. Es que no lo sé.

Le contó lo que había ocurrido; estaba tan desconcertada que ni siquiera podía emocionarse, llorar, expresar todo lo que tenía dentro. Cuando acabó, Candela no supo qué decir.

- ¿Y le has dejado las llaves?

- ¿Eso es lo que más te preocupa?

- ¿Pero cómo vas a volver a casa cuando acabes?

- Cuando acabe no sé si va a haber algo en esa casa que me haga volver.

Candela se sujetó la tripa porque sentía que iba a romper aguas de las tonterías que estaba escuchando.

- No seas catastrofista, Samantha, por Dios. Flavio está enfadado y está actuando por impulso, y nos está dejando con el culo torcido porque no es propio de él, pero tienes que entenderle.

- Y le entiendo, Cande, le entiendo. Pero, ¿quién me entiende a mí? Estoy hasta los cojones de que me digáis que le entienda, que pobrecito, que lo está pasando fatal. Yo no estoy en una puta montaña rusa tampoco, ¿sabes? Y todo lo que hace el tío después de haber estado a punto de quedarse vegetal es decirme que me olvide de su geta si no hago la gira. Pues a tomar por culo, voy a hacer esa gira. En el fondo me va a venir bien salir de esa casa o voy a terminar volviéndome loca.

- ¿Y cuando acabes? ¿De verdad vais a estar dos meses y medio sin hablaros? Eso no te lo crees ni tú.

Eso no fue capaz de rebatirlo ni estando tan enfadada como estaba. Preocuparse por Flavio era algo que llevaba ya en su ADN. Otra cosa sería que le escribiera a él directamente o que lo hiciera a Lola...

Candela la invitó a cenar a su casa porque la pobre sólo tenía telarañas en la nevera y no se iba a molestar en hacer la compra si al día siguiente marchaban a Sevilla.

Al llegar allí, a parte del calor, se vio envuelta en recuerdos. El hotel que la discográfica reservó para ellos era el Sevilla Congresos, un cuatro estrellas alejado de la ciudad en un barrio residencial, exactamente enfrente del auditorio donde se habían celebrado los Goya en los que había retomado el contacto con Flavio después de tantos años sin verse. Se asomó al balcón de su habitación y desde allí podía ver la puerta principal del gran edificio, y recordó ese día de enero, frío como un dolor, con su hermana. Recordó haber visto a Flavio en ese gran escenario, él solo con un piano y un micrófono frente a toda España, cantando la canción que le hizo ganar el galardón. Sus palabras de agradecimiento. Y recordó cuando pronunció su nombre más tarde y el mundo se le paró un segundo. Hacía un año y medio de ese momento. En un año y medio, se habían usado como un desahogo en aquellos días de Barcelona, se habían ocultado cosas, se habían hecho daño, pero también habían sabido perdonarse, habían aprendido a volver a quererse siendo las personas que eran ahora, se habían cuidado, se habían entregado de nuevo al cien por cien en ser algo juntos, habían alcanzado un nivel de intimidad, confianza y amor que superaba a todo lo que tuvieron antes. Sevilla era ya un lugar que siempre le recordaría a Flavio, al igual que Barcelona, y Murcia y Madrid. Gran parte de los últimos años de Samantha estaban marcados por ese chico, y sabía que lo suyo era un todo o nada. No podían ser nada a medias, no se lo merecían y no sería suficiente. Pero, al llegar allí e instalarse en el hotel y sacar el teléfono y darse cuenta de que no podía llamarle y contarle que estaba nerviosa y que le echaba de menos y que se estaba acordando muchísimo de él, supo que lo más duro de todo iba a ser no poder contar con él en los meses siguientes.

UN POCO DE FEBRERO... y todo septiembre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora