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— Ah, maldita sea. ¿Sabes que esto no te sirve de nada cierto? — le dice seriamente Lucifer a la humana, mirándola con disgusto.— ¿Eres tonta?— le preguntó acercando sus rostro al de ella peligrosamente, con una curiosidad latente en su mirada. Su puño aún enterrado en el frágil cuerpo de la joven humana — Debería darte vergüenza Adirael, incluso esa humana tiene mas espíritu que tu.— dijo de forma vaga, haciendo a un lado el cuerpo débil de Amara— ¿De todas maneras donde estabamos?— pensó por unos segundos, tocando su barbilla con su mano ensangretada. El ser del cual se desconocía su naturaleza simplemente observaba como su amada se le escapaba la vida. Quién nunca se había visto en completo shock hoy conocía lo incapaz que el sentir humano podía ser. Oh, cuanto quería correr hacia ella, pero su piernas no reaccionaban. Cuanto quería gritar, per su boca no dejaba salir palabra. Estaba atrapado dentro de aquella carcel corpórea, condenado por el palpito en su pecho sin chance de escape.— Oh si, tu muerte— Lucifer, ese castaño de personalidad torcida aplaudió al encontrar la respuesta en su memoria. Encontrando graciosa la situación— Espera...ya no vas a darle uso a tus alas ¿cierto? Digo, ¿a donde vas a volar si estás muerto? ¿Al infierno?— las carcajadas eran tan sinceras como crueles, suaves y profundas. — Se verán divinas tras mi trono, deberías sentirte honrado, Adirael Arcángel. Aún siendo basura te dejaré permanecer en mi presencia por la eternidad  — Amara, quien en su desnudez era cubierta por su propia sangre se vio horrorizada al escuchar el crujir doloroso del ala ahora flácida de Adirael.

Su propio dolor era inmenso, sus heridas aun crudas le ardían mientras trataba de reincorporarse. Pero era humana y su voluntad solo la llevaba a tanto. Lo mejor que pudo hacer fue cerrar débilmente su mano alrededor del tobillo de Lucifer. Nunca espero tan siquiera volver a mirar a aquel ser en lo que le quedaba de vida, y aún así, ahí estaba. Lista para doblegarse una vez más frente a él. Frente al mismo Rey del infierno.

— D-dejalo— pidió con un hilo de voz, con unas fuerzas que no sabía de donde sacaba. Su mirar estaba clavado en Adirael. En la sangre que bajaba por su espalda, de la herida que el desgarre de la coyuntura de sus alas dejaba.

Ella lloraba por él, porque al parecer Adirael estaba tan ido en la dolorosa imagen que ella estaba creando para él, que ni siquiera sentía su propio dolor.

— ¡Sueltame!— gritó con molestia, moviendo su pierna bruscamente— ¿Eres sorda?— siseo al verla aún sostenerse de su carne de una manera tan patética que casi le daba pena. El ceño del castaño se frunció en disgusto, casi en asco.

Para. Gritó en su mente el peliblanco, suplicando con la mirada a su amada que abandonase sus intentos. Ella necesitaba su ayuda, no lo contrario.

— Dejalo ir, por favor.— suplicó la pelinegra una vez más, sintiéndose ya desfallecer. Su agarre ya de por sí débil se dejaba ir suavemente.

— ¿Por qué te preocupas tanto por él? ¿No ves que es inservible? Te dejó sola, multiples veces. Abuso de ti de tantas maneras. Es tan patético que incluso ahora mientras mueres frente a él no puede ayudarte. ¿De qué te sirve tirar tu vida por alguien que tan poco valor vió en ella? Todas tus desgracias han sido por él. — Lucifer le musitaba cada palabra con malicia, buscando conectar su mirada juzgadora con la de la humana quien lo evitaba llena de miedo.

Le entretenía, que un ser tan aterrado por su presencia pudiera aún mantenerse aferrado a él por piedad. Hacía mucho que había dejado de jugar con los humanos, pues su reacciones se habían vuelto, ¿Como decirlo? Aburridas, repetitivas. Pero quizás, tal vez las cosas habían cambiado alla arriba. Una pequeña sonrisa cruel nació en sus labios rosados y sus colmillos se asomaron levemente. Ah, que interesante era esa chica.

Tristemente, para Lucifer los humanos eran tan desechables como una hoja de papel. 

— De...deja- — la voz de Amara se escuchaba tan baja que Lucifer aún con su fino oído tuvo que acuclillarse frente a ella, en el proceso deshaciéndose del pobre agarre que ella aún tenía.

— Habla. Te escucho— Oh que feliz le hacía verla morir frente a él. La idea de mantenerla viva escapó su mente. De todas maneras su alma sería suya, la podría tener por toda la eternidad. Así que decidió saborearse el momento de su muerte, verla tan miserable por nada más ni nada menos que un demonio. ¿O lo seguía siendo realmente?

Su mirar se dirigio por unos segundos a Adirael y casi ríe a carcajadas al verlo tieso en su lugar. Su mirada humeda puesta sobre la humana que pronto solo sería un cadáver. Casi podía oír las palabras que el peliblanco tenía envueltas en el nudo de su garganta. Le encantaba ver la desesperanza en su rostro. Parecía casi humano. Pensó entonces que quizás todo ese tiempo no fue para nada y que realmente podía sacar verdadera diversión de aquél ángel caído. El castaño volvio a mirar a la humana y pensó, que tal vez podría llegar a sacarle más a la situación.

Su mano se cerro lentamente en el cabello ya alborotado de la chica, con sus labios estirados en una sonrisa de las suyas. La mujer dejó ir un jadeo bajo que rasgo cruelmente su garganta. Sin embargo, para desdicha del Rey sus ojos cristalinos nunca abandonaron los del peliblanco.

— P-para — gruñó por fin el Arcángel, con un dolor silencioso en el pecho. Más allá de lo que creyó sentimental, realmente sentía un ardor que lo dejaba sin respirar.

— ¡Así que el gato no te comio la lengua! — el Rey del infierno celebró con una alegría retorcida. No obstante, tan contrario era su aura a su voz, tan tan amenazante. Adirael sabía perfectamente que estaba por hacer Lucifer. Los ojos del demonio brillaban dorados sobre el rostro pálido de Amara.

Maldita sea, muévete. Se gritó Adirael y finalmente su brazo se estiro hacía su mujer.

Lamentablemente, cuando su piel toco la fría palidez de su mujer todo su mundo termino de destrozarse. Lo poco que quedaba en pie de él.

— ...te...amo — suspiro ella, con lágrimas bajando por sus mejillas, arrastrando con ellas los rastros de su propia sangre. Una amable y dulce sonrisa en sus labios resecos.

Y esa, esa fue la primera y ultima vez que él escucho algo como eso de parte de la única alma que llegó a amar en toda su existencia. Esas dulces palabras, que nunca antes había escuchado llegar a su persona fueron las mismas que abrieron el la época más oscura de su vida. Pues verla partir nuevamente frente a él y de esa manera fue mucho más doloroso que haber caído al infierno. Tan doloroso, que el latido de su corazón que tan desesperado le tenía dejo de escucharse. Es que fue justo ahí, que el transcurso del destino marco la hora en la que el mundo cambiaría por siempre.

Un nuevo Rey se había levantado.

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