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Corro desesperada hasta ella mientras saco mi móvil de la cartera. Al llegar a su lado, miro con mas precisión su estado. Tiene fiebre y esta bañada en sudor. Sus ojos revolotean y sus labios estan secos. Empiezo a sollozar y marco a una ambulancia. Nunca la había visto así. Duele.

— Nana— miro hacia la puerta con rapidez. Mi hermano pequeño se restriega los ojos con su puños mientras bosteza. — ¿Mamá? — sus ojos turquesa se abren grandemente y se queda totalmente quieto al ver a nuestra madre tirada en el suelo. Seco mis lágrimas y me reconpongo un poco.

— Sebastián ve a la sala— le ordeno, no reacciona y temo que entre en crisis. Una vez le pasó y no se calmo hasta dos horas despues. No podía pasarle otra vez, no ahora. — ve, por favor. Todo va a estar bien. — me acerco con cuidado y lo hago girar. — espérame en el sofá.— le susurro al oído con suavidad. Estoy haciendo todo lo que puedo por no romperme en llanto.

La ambulancia tarda diez minutos. Y agradezco la rapidez con la que los paramédicos atienden a mi madre. Con delicadeza la toman de la cama–donde la había recostado– y la traspasan a la camilla.

— ¿Hace cuanto está de esta manera?— pregunta un pelirrojo sin detenerse.

— Llegué de mi trabajo hace unos 12 minutos, ella ya estaba de esa manera— me apresuro a explicar.

— ¿Padece de alguna condición en especial?

— Cancer cerebral— los paramédicos se miran entre si y quiero gritarles que estoy frente a ellos, que puedo ver claramente sus expresiones de lástima.

Dejo a los paramédicos con mi madre en la habitación y salgo a la sala. Sebastián está quieto, sentado en el sofá, mirando el suelo. Suspiro y me acerco a él. No tenía con quien dejarlo y no podía dejarlo solo. Nunca haría eso.

— Vamos— le extiendo mi mano, entonces alza su mirada y mi corazón se parte otro poco más. Su mirada esta cristalizada y veo como trata de retener las lágrimas. El nudo en mi garganta se intensifica y no logro hacer mas que tomarlo entre mis brazos y abrazarlo fuertemente— todo estará bien, ya verás.

Lo cierto es qué, ni yo puedo creer completamente mis palabras.

Los paramédicos salen del apartamento con rapidez y yo trato de seguirles con el corazón en la mano y mi hermano abrazado a mí. Los paramédicos me miran a mí y a mi hermano y sé lo que van a decir. No lo puedo llevar.

— Por favor, no tengo a nadie que lo cuide, por favor — ruego, parecen dudarlo pero al final asienten. Incluso me dejan dejarlo al frente junto al conductor para evitar la próxima escena.

Al subir en la ambulancia no abandono en ningún momento el agarre en la mano de mi madre. Estoy asustada y preocupada hasta los huesos. El apuro y las reacciones de los paramédicos no me ayudan. Escucho la alarma de la ambulancia con angustia y miro como  le hacen una serie de pruebas a mamá. Ponen una bomba de aire manual sobre su boca y empiezan a suministrarle el aire que parece faltarle.

Al llegar al hospital todos parecen alertas y atienden con urgencia a mama. Una vez fuera corro hasta mi hermano y lo vuelvo a cargar. Voy siguiéndole los pasos a la camilla mas la pierdo de vista el un pasillo blanco y iluminado, cuando la pasan tras unas puertas y me obligan a esperar alguna noticia.

Estoy sentada en la sala de espera con mi hermano durmiendo sobre mi regazo. Mi corazón late fuertemente sin parar, mis nervios están de punta. La imágen de mi madre postrada sobre una camilla con doctores y enfermeros a su alrededor me hostiga. Me asusta el creer que esa podría ser la última vez que la vea con vida. No era tonta, vi perfectamente la expresión de aquellos doctores hacia mi madre y hacia nosotros. Lastima.

Contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora