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- Y dime, ¿Hace cuanto que sales con mi hija?- el silencio que se habia formado durante la cena fue roto por mi madre, quien con rostro iluminado miraba fascinada al demonio.

- Tres meses y dos semanas- responde sin titubear, diciendo otra mentira que bien parece verdad por su seguridad y confianza.- ¿No recuerda cuando le pedí permiso para salir con su hija? Pensé que estaba bromeando cuando no me reconoció, así que seguí su juego.

Me atraganto con mi propia saliva y miro con ojos abiertos al demonio.

- ¡Ah! ¡Claro que sí! ¿Cómo pude haberlo olvidado? Perdóname Adirael, mi niño. No sé que pudo haberme pasado.

- No se preocupe, entiendo, quizás tuvo algo que ver con su enfermedad. Por eso no me recordó.- sonríe en mi dirección pero soy incapaz de hacer un solo gesto.

Estoy petrificada. Mis labios forman una mueca temerosa y vacilante. Mis puños se cierran en el mantel de la mesa y parpadeo desorientada.

Me siento mal. Me siento como la mierda por que sé que perdí algo de mi madre. Puedo sentirlo, algo de ella está ausente y él es el culpable. El remordimiento me baña de pies a cabeza y miro a mamá aún en shock. Sé que nadie puede escucharlo, pero por dentro le pido a gritos que me perdone y reaccione.

Tengo que mirar el suelo para ocultar mis lágrimas llenas de frustración y derrota.

Mi madre no lo notó, de cualquier modo, aunque no podría decir lo mismo por Sebastián, él estaba muy pendiente a lo que pasaba en la mesa.

- Perdóname tu también cariño, debió ser incómodo- mamá toma mano y me sonríe apenada. No la miro, solo asiento y muerdo como mucha fuerza mi mejilla, el sabor metálico de mi sangre arropando mi lengua.

Por mi cabeza pasa la idea de aclararle la situación, quizás de esa manera pueda salvarla. No obstante, cuando mis ojos viajaban al hombre frente ese pensamiento se desvanece como polvo. Mis esperanzas vuelven a encadenarse al fondo de mi pecho, en el lugar más oscuro. Su sonrisa satisfecha y sus ojos mirándome complacidos y con ese brillo perverso suyo, es todo lo que necesito para bajar de nuevo mi cabeza.

Pero, el constante deseo de no quierer mentirle a mi propia madre sigue vivo. No soporto ver como juegan con ella de esta manera.

Ya le has mentido; ocultar la verdad, es mentir.

Cierro mis ojos cuando empiezan a picar. Lo que le oculto es totalmente necesario. Ella no puede, ni debe saberlo, ¿Cómo reaccionaria?

Sin embargo, eso no es lo más que me preocupaba, sino, lo que el demonio podia llegar hacerle si ella lo supiera.

Y esa era la principal razón de mi silencio, además de la gran decepción y sufrimiento que seguro le causaría.

Debo callar, por su bien y el de Sebastián.

- ¿Han pensado en mudarse?- toda mi atención cae sobre la conversación actual.

Mi boca se abre sin permiso ante el desbalance que hay justo ahora en mi cerebro. Pero no me detengo. Necesito sacar aunque sea algo ahora si no quiero explotar luego.

- Por supuesto que sí, mi familia no merece vivir en lugar como este. Pero poder hacerlo conlleva gastos que justo ahora no son posibles.- respondo tajante, recordando con mal sabor de boca el evento de hace no más de un hora y media con la dueña del edificio. Además, dejando que una gota de la ira que siento por él se libere en mi hablar. Era mejor decir eso que insultarlo.- aun así, tan pronto pueda hacerlo, lo haré sin dudar.

- Amara- mamá me mira entre la incredulidad y el reproche.- cariño, no debes echarte todo encima. ¿Cuantas veces te lo he dicho? Tan pronto consiga trabajo y ahorre un poco saldremos de aquí. Tú no debes hacer nada, ¿Bien?

Contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora