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— ¿Siempre? ¿Por siempre?— me susurra en una voz tan frágil que me dan ganas de llorar aún más.

Adirael se me había roto en los brazos tan brutalmente que me había sacado de orbita por completo. Tomo aire entre mis dientes y le sonrió lo mejor que puedo con los ojos húmedos.

— Por siempre, te lo prometo.

— Yo no creo en promesas.— murmura ausente, sus ojos vacíos y cansados del constantemente choque de sentimientos,  se sientan en algún lugar lejano. En algún lugar que yo no veía por que estaba más allá de la vista. Adirael estaba escondiendose en su cabeza y yo estaba perdiendo el pobre agarre que tenía sobre él lentamente.

— Saco mi corazón de mi pecho si lo que te estoy diciendo no es cierto, Adirael. No hay manera de que yo deje tu lado, no importa qué.

Él no dice nada y solo se queda quieto ahí, mirando la nada, en un estado vegetal que me alarma. Muerdo mi labio nerviosa y busco con la mirada alguna toalla, tan pronto la encuentro la tomo. Entonces con mi mano temblorosa destapo el drenaje dejando ir el agua rojiza y luego abro la llave para humedecer la toalla. Mis manos siguen temblando mientras exprimo el exceso de agua de la tela, al igual que lo hacen mientras quito con suavidad las manchas de sangre en el cuerpo pálido  del peliblanco. Quién no reaccionaba aún cuando lo tocaba y le llamaba, lo miré a los ojos profundamente y detuve todo lo que hacía.

De nuevo vi aquel vacío infinito en sus ojos azules helados e insensibles. Esa misma mirada ausente, cansada y triste que vi cuando miraba por la ventana del restaurante. La diferencia ahora era que no había nada que lo devolviera a la realidad, ni yo, ni él mismo. Porque había sido tan fuerte la caída, que los pedazos se esparcieron muy lejos de nuestro alcance.

¿Este el Adirael real? Un ser roto, perdido, entumecido y solitario.

Trago saliva con dificultades gracias al nudo en mi garganta y al peso en la boca de mi estómago.

— No me dejes Amara — parpadeo saliendo apresurada de mi trance y lo miro. Muerdo mis mejillas al encontrar su mirada igual de muerta que antes, pero de todas maneras asiento y lo apego a mí, ocultando su rostro rojizo y húmedo en mi pecho — te necesito.

Su suspiro cálido choca contra mi piel desnuda, pero no me incomoda. Simplemente acaricio su cabello suave y fino como la misma seda casi de forma automática. Me siento tal y como si Medusa me hubiera visto directo a los ojos y hubiera hecho de mí una piedra. No sé que decir por lo que me mantengo callada, silenciada por sus palabras cargadas y extranjeras. Saber que Adirael estaba tan vulnerable era un golpe en la garganta, pero saber que yo estaba en su mente en esos momentos de auxilio me hacía sentir...especial, útil, apreciada pero no menos angustiada.

Era dolorosamente agradable.

No obstante, el pesar que todo eso me causaba era aún mayor. Porque Adirael no era el tipo de persona que admitía estas cosas. Cielos, ni siquiera el que mostraba sus sentimientos. Era fuerte testarudo, arrogante, egoísta, antipático y frío. Era un demonio que solo se interesaba por lo que podía obtener, la diversión, el pecado y sus posesiones. Era indiferente y manipulador, nada le importaba ni las causas ni las consecuencias. Hacía lo que queria cuando quería porque nada le afectaba.

O eso era lo que él se hizo creer y lo que yo absurdamente también creí.

Demonios, cuan equivocados estabamos, cuan engañados nos teníamos.

No había forma en el infierno que yo creyera que el chico en mis brazos era una teatro. Una obra escrita por un titiretero. Este muchacho caído era el escenario verdadero tras la hermosa y peligrosa fachada que era su narcisismo.

Demonio o no, no importaba. Pues los sentimientos que él sentía eran iguales a los míos. Estaba totalmente segura que el dolor, la soledad y la tristeza eran completamente auténticas.

Él podía sentir, el sólo se privó de hacerlo. Y yo me negué a notarlo antes, creyendo saber algo de lo que no conocía nada.

— Vamos a la cama ¿Si?— no recibo respuesta, aunque no esperaba una.

Con esfuerzos sobrehumanos, dolores en los músculos y largos minutos logré cargarlo – parcialmente arrastrarlo– del baño a la cama. Luego lo acomodé en su lado del colchón y lo cubrí con unas mantas limpias.

— Descansa, Adirael.— besé su frente delicadamente y acaricié de nuevo su cabello, dando de intervalo caricias en su coronilla y mejillas. Lloré silenciosamente mirando sus ojos rojizos desenfocados en el techo. No mostraba nada y eso era lo que me mataba.

Adirael había chocado duramente contra la misma muralla que el había construido.

Me recordaba un poco a mí.

Sonrei tristemente cuando sus ojos se cerraron y su cuerpo tenso se relajó rápidamente. Eso era lo que necesitaba precisamente, cerrar los ojos y abandonar la realidad por un rato.

Lo sabía porque sentir tanto, cansa hasta al más fuerte soldado.

Después de buscar ropa en mi cómodas vuelvo al baño y me miro al espejo. Rasguños, hematomas, mordidas, chupetones, ojeras, palidez y el cabello hecho un desastre. Aunque en general, todo lo era. Un escalofrío me recorrió al ver mi reflejo y mi mente viajó a la noche anterior. Y en ese momento todo me chocó como un camión.

Aquél no había sido Adirael. Aquel ser era un demonio total que me hizo llorar horriblemente, me hizo temblar e implorar. Me horrorizó de una manera tan profundo que mi cuerpo tiembla ante el recuerdo. Había sido terrible, una de las peores experienciad en mi vida; vi la muerte de cerca, la sentí acariciarme, besarme apasionada para luego dejarme al borde de la locura. Había sufrido tanto ayer que se me hacía difícil ahora entender el por qué aún tras todo lo sucedido, le había dicho tal barbaridad. ¿Quedarme a su lado por siempre? ¿Luego de esto?

¿Qué estaba mal conmigo? ¿Cómo todo esto desapareció de mi memoria cuando lo vi sufrir?

Muerdo mis labios y golpeo el lavamanos, soltando un quejido bajo cuando el dolor viaja por mi sistema nervioso.

— ¿Qué...haz hecho Amara? ¿En qué estabas pensando? — murmuré mirando los ojos azules oscuros en aquél espejo, la falta de brillo, el labio partido y el cuello tatuado por sus manos.

Dolía.

Dolía tanto el no poder odiarlo.

Bajé la mirada al no ser capaz de soportar la imágen y tomé mi cepillo de dientes. Me lavé a boca sumida en mis pensamientos y me vestí con el ceño fruncido. Cuando volví a mirarme al espejo solo pude cerrar mis ojos y llorar un rato a solas sin entenderme ni un poco. Pero no busqué respuesta, simplemente me desahogué en silencio antes de limpiar mi rostro con agua y sacar una sonrisa frente al espejo. Entonces salí de mi cuarto respirando lentamente, dejando a Adirael durmiendo y junto a él todas la emociones innecesarias, el sufrimiento profundo que no estaba en las heridas, sino en mi alma. Respiré aliviada al estar lejos de aquél demonio y empecé a bajar las escaleras. Mi cabeza palpitaba a cada escalón y tuve que detenerme y recargarme de la pared para respirar profundamente una vez más. Una pausa que me puso de rodillas.

— Joder — sisee cuando mis ojos se empañaron de nuevo.

¿Cómo se suponía que manejará esto? Lo único que siempre supe hacer ahora no me servía de nada con él: pretender.

Le di mi alma y ahora le había dado la llave a corazón. Fue un fallo, un fallo estúpido. Solo esperaba que la destrucción no fuera tan grande y que me quedara algo con lo que seguir adelante, algunos pedazos que pueda rearmar.

Porque si de algo estaba segura, era que esto solo representaba mi más grande caída.

Contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora