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Miro por la ventana ausente, recapitulando todo lo que ha pasado en mi vida mientras esperaba por Adirael. Suelto aire sin ganas a la par que recuerdo la primera vez que vi al pelinegro. Casi puedo reencarnar el miedo que sentí en aquel entonces, lo mucho que dude de mi sanidad y el pánico tan estremecedor que se había apoderado de mis días luego de su cruda y loca confesión.

"Tu alma."

Eso era todo lo que quería en aquel momento, eso creía yo firmemente. Era lo lógico, si es que la lógica podía entrar en aquel desastre. Un demonio interesado y una humana sin nada que ofrecer.

Del miedo, a esto. A importarme si le pasa algo, a preocuparme sino lo veo seguido.

¿Cómo demonios llegué a este punto? ¿Cómo llegué a sentir algo por un ser inmortal siendo una humana que no vivirá más de cien años? Una humana que envejecerá y dejará atrás esta imágen que a él tanto le interesa. Maldigo en voz baja a los sentimientos, esos estupidos y ciegos sentimientos que no sabían nada, que no le hacían caso al cerebro cuando les decía la obvia realidad.

Y no tan solo era el hecho de que yo moriría antes, por supuesto que no.

Él podía matarme antes.

Con un chasquido de sus dedos mi vida desaparecería de la faz de la tierra. Con los último sucesos me había dado cuenta que él era muy inestable. Adirael no tenía el control completo de sus emociones, de su comportamiento. Y por más que dijera que no me quería muerta y que le importaba mi bienestar, yo no podía confiar al cien por cien en alguien que fue capaz de marcar mi piel.

Él podía volver a hacerme lo que me hizo antes.

Acaricio mi cuello sobre la tela de la camisa y aparto mi mirada de la ventana. Enfocandola ahora en mis pies descubiertos. Precisamente en el esmalte de uñas que deja ver la batalla que ha tenido por permanecer en su lugar.

¿Cuándo fue la última vez que me las pinté?

¿Cuando fue la última vez que me preocupe por mí?

El sonido de la puerta me saca de mis pensamientos, mis ojos caen sobre la figura alta y pálida que entra en silencio. Nos miramos por unos segundos y sé que él sabe la batalla que estoy teniendo ahora mismo conmigo misma.

"Supongo que te quiero."

Joder.

Cierro mis ojos y muerdo mi lengua.

No quiero quererlo.

Es una mala idea. Es terrible.

¿En qué estaba pensando? ¿En qué estoy pensando? ¿Por qué lo dije?

¡Yo no soy así!

¿Qué me hizo pensar que era seguro dejar caer mis murallas? ¿Un demonio llorando?

Él podía destruirme tan fácilmente y yo seguía pensando en su bienestar. Seguía sintiendo pena por él. Aún cuando su nombre era una daga en mi pecho a punto de explotar mi corazón. Mi vida estaba en riesgo con él, yo no quería morir. Pero tampoco quería dejarlo de lado, más bien no podía.

Y entonces mientras lo veo traer el botiquín de primeros auxilios junto a otras cosas, mi mente se detiene en seco. Un paré que casi me saca el corazón del pecho. Una realización que me llevó a años atrás, mucho antes de conocer a Adirael.

Solo un pregunta aclaró mi mente.

¿Desde cuándo me importa tanto lo que me pase?

— Tú...— susurré mirándole, mi rostro estupefacto.— ¿Qué me hiciste?— terminé.

— Estás pensando demasiado, déjalo ya— su voz es tenue, sin ningún rasgo de altanería.

Contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora